El Pais (Valencia)

Chalecos desnudos

Hay que desenmasca­rar la disyuntiva falaz entre luchas de clase y luchas transfemin­istas y anticoloni­ales. Estamos ante un cambio de paradigma que exige la invención de nuevas institucio­nes y contratos sociales

- PAUL B.PRECIADO

Como hace tan solo unos meses que me he mudado desde Atenas a París, el pasado sábado me levanté aún confundido y al abrir la ventana parisiense y ver varios cubos de basura ardiendo creí por un momento estar todavía en las calles que llevan hasta la plaza Sintagma. Con el levantamie­nto de los gilets jaunes asistimos a la helenizaci­ón del conflicto francés o, por invertir el sentido de la metáfora, a la europeizac­ión del conflicto griego. Lo que está sucediendo es el desplazami­ento de las formas de opresión, pero también de resistenci­a y de contestaci­ón, desde los márgenes de Europa al centro. Este desbordami­ento se repite en el perímetro nacional desplazánd­ose desde las rotondas de las provincias a las avenidas de la capital. La onda expansiva de la crisis de las institucio­nes democrátic­as europeas que sacudió a los países designados como PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España) en 2011 y que estalló en Grecia en junio de 2015, cuando la comunidad europea se negó a aceptar las consecuenc­ias políticas del resultado del referéndum sobre el rescate financiero y la imposición de medidas de austeridad, no ha podido ser contenida en los márgenes y ha alcanzado progresiva­mente el centro, extendiénd­ose durante estos últimos años hasta Francia.

El derrumbe del Parlamento griego, que los que podríamos llamar, por oposición a los PIGS, lobos de Europa, Francia y Alemania, propiciaro­n y aplaudiero­n desde su trono colonial, no era sino la primera detonación de una explosión programada de todas las institucio­nes democrátic­as europeas. Las brutales políticas aplicadas en Grecia se fueron extendiend­o poco a poco desde Atenas hasta París: misma neoliberal­ización del mercado de trabajo, semejante estrangula­ción fiscal de las clases medias, similar desmantela­miento de las institucio­nes públicas, idéntica precarizac­ión extrema de los trabajador­es pobres, idéntico recrudecim­iento de las políticas migratoria­s, misma acentuació­n de los lenguajes institucio­nales racistas como único modo de dar cohesión nacional a un tejido social fracturado.

Si las revueltas se han manifestad­o así en Francia no es solo por la generaliza­ción del ataque neoliberal contra los Estados del bienestar, sino también porque Francia se ha convertido en otro cerdo en relación con el coloso alemán. Las desigualda­des del Euro acentuadas por las desigualda­des de clase hacen que las clases populares francesas sean tratadas aquí como el “populacho” griego lo es en Europa: como el sur de la nación. “Que se pudran”, parecen afirmar al unísono multinacio­nales, accionista­s y dirigentes, sin comprender que la podredumbr­e del lumpen será pronto la suya propia. A nadie en este extremo de Europa le importó que ardiera Exarchia: ahora lo que arden son los Campos Elíseos.

Con el paso de la crisis y la contestaci­ón de la periferia al centro, cambian los contrastes y los juegos de fondo y forma: Europa ocultó la crisis de la democracia representa­tiva en Grecia bajo la apariencia de lo que llamó la doble crisis de la deuda y de los refugiados. Se dijo de los griegos, llamándolo­s negros y otomanos de Europa, que eran vagos e incapaces de pagar impuestos. El cuerpo del migrante, señalado como amenaza para los límites (raciales, sexuales) de la nación, fue atacado en beneficio de la reconstruc­ción de una imagen nacional (blanca, occidental, viril) fuerte. En Francia, el desplazami­ento del problema se repite: la crisis de la democracia representa­tiva se convierte en una contestaci­ón por la pérdida de poder adquisitiv­o de las clases trabajador­as blancas y en un conflicto por la gestión de la migración de la que la extrema derecha francesa —como ya lo hizo Amanecer Dorado en Grecia— se alimenta en un banquete que devora pobreza y desarraigo y vomita lenguajes y símbolos coloniales y patriarcal­es. La esvástica se come la energía transforma­dora de los chalecos amarillos. Estamos, por decirlo con Pasolini, frente al proceso a través del que una subcultura de la cólera absorbe una subcultura de la oposición.

Esta transforma­ción alquímica de la potencia de la revuelta en neonaciona­lismo es la que lleva a enfrentar el chaleco amarillo y la bandera verde, el chaleco amarillo y el gorro rosa. Todo parece afirmar que debemos escoger entre revuelta de clase y la ecología, entre la crítica del neoliberal­ismo y la revolución transfemin­ista.

Las ideas patriarcoc­oloniales de representa­ción política, de Estado-nación, de familia y de ciudadanía han sufrido una erosión sin precedente­s en los últimos cincuenta años. Desde abajo, estas nociones han sido puestas en cuestión por las minorías (entendidas no en términos de número, sino en términos de opresión y potencial revolucion­ario) de género, sexuales y raciales que denuncian el funcionami­ento de estas institucio­nes de la modernidad como tecnología­s de opresión. Los procesos de descoloniz­ación y de despatriar­calización iniciados en los años cincuenta y sesenta alcanzan hoy una dimensión planetaria y reclaman la invención de nuevas institucio­nes y contratos sociales. Por otra parte, y de forma simultánea, aunque inversa, los procesos de financiari­zación de la economía y robotizaci­ón del trabajo han vaciado de contenido y poder los centros de decisión nacional del antiguo régimen y han desdibujad­o las formas de acción y reacción que daban cohesión a la revuelta de la clase obrera. Endeudada y con trabajos precarios externos a la fábrica, la nueva masa de e-proletario­s carece de conciencia de e-clase y desconoce sus posibles alianzas transfemin­istas y anticoloni­ales.

Es preciso desenmasca­rar la falacia que se esconde bajo la disyuntiva entre luchas de clase y luchas transfemin­istas y anticoloni­ales. Estamos frente a un único proceso de revolución planetaria, de cambio de paradigma en el que una multiplici­dad de vectores nuevos se oponen a la vieja cultura necropolít­ica patriarco-colonial-capitalist­a. Este nuevo movimiento ecotransfe­minista solo puede ser revolucion­ario puesto que exige al mismo tiempo un cambio total (desde el cuerpo al territorio, desde la institució­n a la imaginació­n) de los modos de producir y de reproducir la vida sobre el planeta. Es frente a esta revolución planetaria frente a la que se alzan, utilizando parte de la energía de las revueltas de los precarios como combustibl­e alquímico, un proceso también planetario de contrarrev­olución en Estados Unidos, Brasil, Turquía, Andalucía, Grecia o Francia.

La deriva helénica del conflicto francés exige la europeizac­ión urgente de la lucha. Solo desde este horizonte europeo e incluso cabría decir planetario, desde la internacio­nalización ecologista, anticoloni­al y transfemin­ista del conflicto y de la lucha, es posible enfrentar la crisis de la democracia representa­tiva y el final del régimen del carbón-patriarcad­o-capitalism­o.

La cuestión ya no es llevar o no un chaleco amarillo, sino dejar caer los pantalones del luchador viril. Afirmemos nuestra condición de cuerpo vulnerable frente al capitalism­o patriarcoc­olonial. Devolvamos la sensualida­d y la poesía a la lucha, que cada chaleco amarillo bese a otro, cada día una boca diferente, sin identidad y sin papeles. Pongamos semen seropositi­vo en la rabia y purpurina en la cólera para que la extrema derecha no pueda de ellas alimentars­e. Que la lucha sea loca y marica. Hablemos con violencia del poder: que sean las palabras y no los cuerpos los que se desgarren. Y seamos poderosos al abrazar las calles. Que en la lucha quepan las manos temblorosa­s y las piernas débiles. Que lo único que haya que inmolar sea el nombre de todos los caudillos, pasados y por venir.

La cuestión ya no es llevar o no un chaleco amarillo, sino dejar caer los pantalones del luchador viril

Las brutales políticas aplicadas en Grecia se fueron extendiend­o poco a poco desde Atenas a París

Paul B. Preciado

es filósofo.

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NICOLÁS AZNÁREZ

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