Una filóloga en busca de la reconciliación cultural
Luce López-Baralt, catedrática de Mística Comparada, recibe el ‘honoris causa’ de la Complutense medio siglo después de su primer intento frustrado de doctorarse en la Universidad
do en un Ministerio de Cultura oficioso que controla las subvenciones públicas y favorece a los artistas en sintonía con Fidesz. Su interior, desierto en una mañana de enero, alberga exposiciones inconsecuentes de perfil folclórico.
Hajnalka Somogyi, directora de la OFF-Bienale, fundada en 2015 como contrapoder a ese nuevo arte oficial, nunca pasea por esas salas. Antigua comisaria del Ludwig, museo de arte contemporáneo al que hoy boicotean muchos creadores por su dependencia del poder, Somogyi quiso proponer una alternativa a un sector cultural “controlado al 95% por las instituciones públicas” con una bienal que aborda asuntos críticos relativos a la actualidad política.
Los viejos disidentes
“La intención no es chocar con el Gobierno, sino ser fieles a nuestra misión: apoyar la escena independiente, debatir sobre asuntos urgentes y desarrollar conexiones internacionales. Pero hacer esas cosas es suficiente para convertirnos en sospechosos, para ser considerados enemigos”, explica Somogyi en un café de Buda, en la orilla occidental.
Al otro lado del río, András Forgách sorbe una taza humeante en el Café Zsivágó, pintoresco cenáculo de intelectuales. Este escritor locuaz y de melena desordenada, figura contracultural en los años setenta y ochenta, acaba de publicar El expediente de mi madre (Anagrama), que escribió al descubrir que su madre trabajó como informadora de los comunistas. El libro combina una versión novelada de la historia de su familia con numerosas notas a pie de página que reproducen fragmentos de los archivos oficiales que le descubrieron la verdad sobre su progenitora en 2013, cuando el escritor sumaba 61 años. “Pude haberme limitado a escribir ficción, pero la situación actual no lo permitía. En la Hungría de hoy ya tenemos suficientes secretos. Quería un libro que fuera lo más transparente posible”, asegura.
Forgách no tiene pelos en la lengua a la hora de hablar sobre Orbán y sus secuaces. “Considero que Hungría es una dictadura”, sostiene. No niega que preferiría estar en otro lugar que compartiendo un café con un extraño. “Pero me lo tomo como una obligación, como cuando venían periodistas del otro lado del telón de acero”, remata. A los viejos disidentes, estos nuevos tiempos les recuerdan a una juventud poco añorada. Para Luce López-Baralt, la prestigiosa filóloga puertorriqueña dedicada durante toda su vida, según lo define ella misma, a “la reconciliación de diálogos culturales” —algunos de sus trabajos recuperan los vínculos con la tradición islámica de las obras de San Juan, Santa Teresa, Cervantes y Juan Ruiz—, era muy importante reconciliarse también con una antigua frustración académica que se remonta medio siglo atrás. Entonces, a pesar de haber aprobado con nota todos los cursos necesarios, no pudo terminar los trabajos para obtener el doctorado por la Universidad Complutense de Madrid por culpa de unos “líos burocráticos”; el Ministerio de Educación no le convalidó sus títulos anteriores, ni siquiera tras la intercesión de Dámaso Alonso, entonces director de la Real Academia Española.
Por eso, el hecho de que ayer la Complutense le concediera por fin el máximo grado académico, bajo la forma de doctora honoris causa, era muy especial: “Es más significativo, más íntimo que para ningún colega que lo haya recibido antes, por más que hayan tenido muchos más méritos que yo”, confesaba a este periódico la catedrática de Literatura Mística Comparada de la Universidad de Puerto Rico minutos antes de que fuera investida por el rector Carlos Andradas.
Junto a ella, también se convirtió ayer en doctora honoris causa por la Complutense la artista colombiana Doris Salcedo, reconocida internacionalmente por, entre otras cosas, ha convertido 37 toneladas de armas entregadas por las FARC en una gran obra instalada hace algunas semanas en Bogotá. Al acto asistieron, entre otras personalidades, el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, el y escritor y exministro de Cultura César Antonio Molina.
Tras el trauma madrileño, López-Baralt (de 68 años) terminó obteniendo el doctorado en Harvard a mediados de los años setenta. Desde entonces, su brillante carrera académica, con más de 300 artículos y 30 libros publicados, le ha valido ahora este honoris causa “por la excelencia de sus aportaciones a los estudios comparados de las literaturas española y árabe y, en particular, en temas de la mística y de la literatura secreta de los últimos musulmanes de España, así como por su contribución a los estudios de la lírica hispánica contemporánea”, explicó la Complutense.
Pero su trabajo va más allá de lo académico. Y no solo por el libro de poemas que publicó en 2014 y para el que compuso música coral José María Sánchez-Verdú, sino también porque algunos de sus estudios han captado la imaginación de otros creadores: Juan Goytisolo inspiró su novela Las virtudes del pájaro solitario en el libro San Juan de la Cruz y el Islam ;el poeta y novelista cubano Severo Sarduy dedicó el soneto No por azar… a sus investigaciones aljamiado-moriscas.
“En el fondo, mis trabajos son estudios de reconciliación histórica, cultural y literaria”, explicó, “reentender España, lo que antes se llamó Hispania Sefarad y Al Andalus, en esos términos”. Un poco después, en su discurso durante el acto, volvería a insistir en esa reconciliación: “El tiempo es capaz de ser modificado, de ser redimido y conjurado. Este punto en el tiempo ha logrado para mí reconciliar mi pasado con mi presente haciéndolos confluir de manera gozosa. Culmina mi vida académica en un punto en el tiempo en el que todo pacta. Es un instante feliz que para mí abraza muchos otros instantes”.