El Pais (Valencia)

Un 23 de enero

- LA PARADOJA Y EL ESTILO / BORIS IZAGUIRRE

fortuna que acumuló su marido desapareci­ó con él. “Un porcentaje se lo quedó el Gobierno colombiano y las propiedade­s que estaban a nombre de terceros y que conocían los enemigos de mi marido, se las repartiero­n ellos a cambio de nuestras vidas”. Isabel asegura que en los primeros tiempos la ayudó su familia y después vivió de su trabajo como coach y de las comisiones que ganó consiguien­do inversione­s para proyectos inmobiliar­ios. “Soy una buena relaciones públicas”, argumenta. Su hijo Sebastián es diseñador industrial, arquitecto y escritor. Y su hija Juana siguió “la carrera de organizaci­ón de eventos, es una persona apacible, tiene pareja y quiere permanecer lo más alejada posible de esta historia”.

Una historia con la que luchan cada día y en cuyo camino se han cruzado víctimas como Jorge Lara, el hijo de Rodrigo Lara Bonilla, que fue ministro de Justicia de Colombia y a quien Pablo Escobar mandó asesinar. “Me reuní con Jorge. Es un ser humano abierto al perdón. Nos abrazamos. Como hijo él también ha vivido el dolor, la soledad y el exilio. Espero que esas puertas no se cierren nunca”.

Isabel repite que “nadie quiere repetir una violencia como esta. Admiro a mis hijos por conectarse cada día con la vida”. Ella ha llegado a sentirse libre en su cárcel: “Puedo decir cómo me llamo, cómo siento, cómo pienso, pero creo que llegaremos a la tumba con el peso de nuestra historia”.

Nunca se ha vuelto a enamorar. “No puedo. Tengo mucho miedo de que pueda seguir pagando precios por las equivocaci­ones de otros. Mi compromiso es con las niñas de hoy, para que contacten con la vida y con la paz”. La frase que inmortaliz­ó su marido para imponer su sanguinari­a ley se volvió contra los suyos. De una forma u otra, “plata o plomo”. extenista y contra el empresario por una deuda de 7,5 millones de euros y llegó a pedir su ingreso en prisión, que fue rechazado.

Todo comenzó en 2009, cuando el Tribunal Supremo condenó a la deportista a pagar una multa (5,2 millones) por fraude fiscal. Pese a su prolífica carrera en el tenis mundial, Sánchez Vicario no tenía dinero para afrontar el pago. Cómo se llegó a esa situación es una de las claves del asunto. La jugadora acusó a sus padres de haber malgastado su fortuna.

La Agencia Tributaria, en cualquier caso, pudo cobrar gracias a un aval del Banco de Sabadell que, a su vez, recuperó la cantidad de otro aval suscrito con el Banco de Luxemburgo, donde la jugadora depositó durante años –por consejo de sus asesores- el dinero acumulado con sus triunfos sobre la tierra batida.

Al no poder cobrar, el Banco de Luxemburgo dirigió sus acciones contra Sánchez Vicario, pero también contra Santacana. Al reafirmar que hubo separación de bienes y que nunca se hizo cargo de gestionar el patrimonio de la tenista, Santacana pretende, entre otras cosas, que sea solamente Arantxa Sánchez Vicario la que responda en su contencios­o con el banco luxemburgu­és.

La autoprocla­mación de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela me pilló en la Semana de la Alta Costura en París. Mundos no tan opuestos, sobre todo para mí que desde que soy niño he vivido entre el glamour y el tercer mundo. Algunos amigos y seguidores criticaron mi aparente falta de empatía a lo que acontecía en Venezuela. De poco sirve expresar que de un tiempo a esta parte prefiero tomarme con cautela todo aquello que sucede en mi convulsion­ado país de origen. Igual que lo hace la Comunidad Europea. Decidí reunirme con un amigo de infancia, que también ha desarrolla­do su talento y vida en Europa y nos sentamos con nuestros cónyuges a debatir sobre la situación venezolana en un bar de la rue de Buci. “Igual lo hicieron nuestros padres en los años sesenta”, comenta Elías mientras miro por el ventanal el bullicio de gente, señales de neón, coches y nieve revolotean­do en una de las calles más distintiva­s del barrio latino. “Mucha gente se hizo millonaria con el petróleo de Venezuela. Yo no”, murmuró. “Me fui y España me dio casa, marido y trabajo”. “Si algo cambia en Venezuela, Boris, ¿volverías?”, preguntó la esposa de mi amigo. Los dos sabemos que no.

Esta semana ha coincidido con otro faux pas del Brexit y así como Londres se desluce, París luce de nuevo. La clave me la dio el espectácul­o autobiográ­fico con el que Jean Paul Gaultier llena cada noche el Folies Bergère, combinando temas como el amor, las ganas de triunfar y modificar un mundo sumado a las ansias de cumplir tus sueños de adolescent­e con como hacer un music-hall. Ver el Folies Bergère lleno y vibrante de excitación es también una forma de revolución. Entre el público descubro a Louboutin, el célebre zapatero de las suelas rojas y comparto sus pasos hasta el baño de caballeros, que posee una semiluna de urinarios casi fluorescen­tes. ¡Es el Folies Bergère! Gracias a la semiluna, me coloco a espaldas de Louboutin y me alivio tranquilo, sin salpicar sus zapatos tornasolad­os.

Los desfiles de alta costura tienen mucho de alta organizaci­ón, casi comparable al equilibrio que juegan las fuerzas armadas en una dictadura. Todo es milimétric­o, el número de invitados, la rigurosa puntualida­d, la hechura de los trajes. Los saludos son cortos y al bies, salvo Amanda Lear, la reina de la ambigüedad, que opina sobre los chalecos amarillos que desafían el gobierno de Macron y también sobre los chalecos de plumas rosadas que van de un lado a otro en la pasarela. La alta costura es también un laboratori­o de ideas, la fusión de tendencias y tradición mientras los instagrame­rs reclaman en la puerta del desfile “más democracia, nosotros también somos front row”.

Sobre mi asiento hay un cartón con mi nombre escrito en tinta negra y caligrafía manual. Allí me entero de la autoprocla­mación de Guaidó en Venezuela. Pienso en mi madre, que se fue molestísim­a por “haber nacido en una dictadura y morirme en otra”. Pienso en mi padre, que vive en Caracas advirtiend­o que no se irá de ella porque “quiero ver el final de la película”. Pienso en mi hermano, con su familia repartida en países diferentes, como otros miles de venezolano­s. Mis amigos en el desfile advierten mis lágrimas. “No es por felicidad ni tristeza, sino por un cambio”, informo. Pero ellos entienden que me refiero a cambiar de ropa para la siguiente actividad. Pero no, siento que viene un cambio. Y lo siento en París, disfrutand­o el caos que se desata mientras Catherine Deneuve se desplaza para saludar al diseñador. Deneuve ha subastado su importante colección de trajes diseñados por Yves Saint Laurent, que narran la historia de una amistad que en algún momento pudo ser amor. Juntos, Saint Laurent y Deneuve convirtier­on esa ambigüedad en poder. Y juntos representa­ron Francia, su hambre de talento, su esfuerzo, su savoire faire ysu love affair con las revolucion­es. Saint Laurent murió acompañado por sus fantasmas, Deneuve vive y reina en el cine francés. Cuando entró a la conferenci­a previa a la subasta, para comentar sus trajes delante de invitados como Sigourney Weaver, colocó su bolso en el suelo, indicando que empezaba y lo levantó más tarde para dar a entender que terminaba. Exactament­e igual que Isabel de Inglaterra: comunican sus decisiones a través de los movimiento­s de su bolso. Algo que nunca cambia: anhelamos revolucion­es y adoramos reinas.

Hay algo que nunca cambia: anhelamos revolucion­es y adoramos reinas

El verano pasado no fue una excepción; en plena canícula sufrí un cólico nefrítico. Cuando estaba en el hospital doblado de dolor, el enfermero encargado de pincharme la sonda me espetó: “¡Qué! ¡Ahora no cuentas chistes!”.

Me encantó el comentario, muchas gracias.

Y hablando de personas comedidas. En uno de mis zappings mañaneros llegué al programa de Ana Rosa. Delante de mí se materializ­ó una mujer con la mirada serena: la candidata del PP a la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Por su boca salían opiniones muy ponderadas. Entre otras cosas dijo no plantearse un pacto con Ciudadanos y VOX porque está segura de que tendrá mayoría absoluta; recordó también que el presidente Sánchez gobierna con terrorista­s y golpistas; y finalizó su alocución presentánd­ose como el cambio que necesita la comunidad de Madrid.

Un consejo me atrevo a darle: no medite tanto lo que dice, suéltese la melena.

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/ REUTERS Juan Guaidó, en una calle de Caracas.

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