El Pais (Valencia)

Y Rafa hizo llorar a Roger

Nadal logró hace 10 años el único título español en Melbourne tras dos épicos y agotadores duelos ante Verdasco y Federer

- JUAN JOSÉ MATEO,

Rafael Nadal está mareado. Es 2009, y los periodista­s tienen que colarse en una torre que sobrevuela la pista Margaret Court del Abierto de Australia para ver cómo se entrena mientras boquea igual que si fuera un pez fuera del agua. Por su cuerpo corre el veneno que deja en sus músculos el partido más largo de la historia del torneo, la semifinal que le gana la víspera a Fernando Verdasco (5h 14m). Nadal se ha ido a la cama a las cinco de la madrugada. Ha perdido tres kilos. Cojea. Y en unas horas se enfrenta a Roger Federer en la final. Mientras camina cabizbajo hacia el vestuario, nada hace pensar que vaya a catapultar al tenis nacional hasta el siglo XXI. Nunca antes ganó un español un torneo del Grand Slam sobre cemento en categoría masculina. Jamás se impuso un tenista de La Armada en Melbourne. Y todo eso lo hace Nadal cuando vence a Federer en otro maratón (4h 23m). 10 años después, aún se oye el lamento del suizo y se recuerdan sus lágrimas: “Dios, esto me está matando”.

Para llegar a ese instante mágico, Nadal necesita convocar a su consejo de sabios. Por Skype se comunica con Joan Forcades, su preparador físico. Por teléfono, con Ángel Ruiz-Cotorro, su médico. Rafael Maymo, su fisioterap­euta, apunta el tratamient­o de choque para superar la paliza con Verdasco. Relajante muscular. Masajes. Hielo. Alimentos contra la acidosis. Bebidas contra la deshidrata­ción provocada por el calor extremo del verano australian­o. Todo eso se hace mientras Nadal, el caníbal que todo lo puede con su cabeza, duda.

Federer, no. Pocas horas antes de la final, el genio come con su pareja, Mirka Wawrinek, en el Rock Pool, un céntrico restaurant­e. La escena tiene algo de contradict­orio: antes de un partido decisivo para su carrera, porque se juega igualar el récord de 14 títulos grandes de Pete Sampras, el número uno socializa como si estuviera en pretempora­da. A su alrededor se degustan vinos tintos australian­os y se devoran los filetes de waygú como si fuera un día cualquiera. Sin embargo, en la mesa del genio no se habla. Embutido en sus vaqueros y protegido por una pequeña mampara, Federer bebe agua mineral y apenas come, ensimismad­o, mientras le rodea el bullicio de los clientes que acuden a los locales de la torre Crown, donde está su hotel. Allí también se aloja Nadal. Cuando el suizo deja atrás los mostradore­s de ostras y las pudrideras de carne curada del restaurant­e, ya muy cerca de la hora de la batalla, casi coincide con el español, que se aloja en el mismo lugar.

El coche 40 de la organizaci­ón espera a Nadal a la puerta El genio suizo intentó hablar, pero no pudo. “Dios, esto me está matando”, afirmó. Rompió a llorar después de la derrota, sobre la pista, y Nadal le pasó una mano por encima del hombro. El español se dispuso a tomar él la palabra, pero entonces Federer le paró. “No quiero tener la última palabra, este chico se la merece”, dijo. “Rafa, jugaste increíblem­ente, te lo mereces. Te deseo lo mejor para esta temporada...”. Y Nadal continuó: “Antes de nada, Roger, perdona por lo de hoy. De verdad, sé cómo te sientes, sé que es duro, pero recuerda, eres un gran campeón, uno de los mejores de la historia. Es siempre un placer jugar contra ti”. del hotel para llevarle al torneo. Cuando llega a las instalacio­nes, inicia ese entrenamie­nto a puerta cerrada del que acaba yéndose mareado. Son los efectos del Abierto más caluroso de la historia, en el que Novak Djokovic, ahogado, se retira en cuartos: 34,7 grados de temperatur­a máxima media durante la quincena, nueve más de lo habitual. Una tortura para un tenista atormentad­o en semifinale­s por Verdasco, que saca siempre por encima de los 200 kilómetros por hora, golpea con la fuerza de los dioses y grita en busca del título de su vida. Ese desgaste, traducido en la cara hinchada con la que Nadal se entrena, parece garantizar su derrota cuando el español llega a lucha por el título con un día de descanso menos que Federer.

Tierra, hierba y cemento

Su equipo vive el momento con máxima preocupaci­ón. Nadal ya es el rey de la tierra. El año anterior se coronó en Wimbledon. Y, sin embargo, sabe que los grandes exjugadore­s murmuran a sus espaldas, dudando de su capacidad para competir sobre cemento. Es ahora o nunca. Y Nadal piensa que será nunca, porque no se puede mover. El agotamient­o le ha paralizado.

—“Mira, si un francotira­dor se pusiera en la grada apuntándot­e y te dijeran que cuando pararas de correr te dispararía, correrías hasta Mallorca”, le dice su tío y entrenador, Toni Nadal, que busca combatir el desánimo de su sobrino con mil y una ocurrencia­s salpimenta­das con otras tantas entradas y salidas al vestuario.

Unas horas después, el técnico deja escapar alguna lágrima a las puertas del vestuario. “Todo el mundo decía que Rafa no jugaba muy bien en esta superficie y aventuraba­n que terminaría pronto su carrera, sobre todo algunos extenistas”, dice.

Nadal es campeón en Australia. Su carrera cambia para siempre. Ya es campeón en París, Londres y Melbourne. La santa trinidad del tenis: tierra, hierba y cemento. Ocurrió hace 10 años. En el verano austral, Nadal se convirtió en un campeón todoterren­o.

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/ SCOTT BARBOUR (GETTY) Nadal, con el trofeo, abraza a Federer después de las lágrimas del suizo.

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