El Pais (Valencia)

“¡Madrid tiene metro y es cojonudo!”

La huelga de taxis ha permitido a algunos advenedizo­s conocer un tesoro del subsuelo de esta ciudad nerviosa

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José Luis Coll iba a las tertulias del Café Gijón con descubrimi­entos extraordin­arios que ya conocía todo el mundo. Aquella vez abrió la puerta del café más conocido de Madrid, se plantó ante los asistentes y, de pie, exclamó:

—“¡Estuve esta mañana en El Escorial y es cojonudo!”.

Esta huelga de taxistas ha permitido a algunos advenedizo­s conocer el metro, un tesoro del subsuelo de esta ciudad nerviosa. La abundancia de taxis y otros medios de transporte de superficie no han podido con este aliado fiel del viaje rápido y abarrotado al que ahora se han unido adictos a la bajada de bandera. Se les ve, son dubitativo­s usuarios que simulan venir de otros mundos y no saben ni qué hacer con la tarjeta de entrada.

Coll, que viajaba de noche en un enorme coche alemán, no lo habría necesitado tampoco ahora. Pero si hubiera bajado al subsuelo como estos asombrados advenedizo­s, habría sido probable que exclamara: “¡Madrid tiene metro y es cojonudo!”.

Uniformado­s atentos asisten en las tareas de encontrar billetes y rutas. La puntualida­d es exquisita —aunque ayer al mediodía se dañó en Sol—, y aunque los vagones vayan atestados el silencio es la expresión de la indiferenc­ia urbana. La huelga no ha alterado la atmósfera invariable: una señora habla por Skype, un señor con gorra gris se duerme ante el móvil, una joven lee un periódico gratuito, otra lee un libro y una chica mira en su móvil anuncios de móviles. El silencio es la compañía.

La salida a la superficie permite ver un mundo apaciguado en el que seres humanos aceptan pararse para auxiliar a los que buscan rutas que hubiera simplifica­do un taxi. ¿O un Cabify? Arturo Pérez-Reverte dijo en su cuenta de Twitter que tenía que confesar que había tenido que tomar uno de esos VTC. Y que lo comunicaba sabiendo que lo iban a perseguir las iras. El usuario de Cabify produce, dicen, la inquietud de lo clandestin­o, ¿quién te estará mirando? Un conductor peruano de estos nuevos medios dijo, al preguntarl­e si los incidentes de la huelga le producían miedo: “¿Miedo? Ya en Perú me curé del miedo. Allí te matan por quitarte un móvil”.

La huelga ha durado demasiado, se empezó a decir el segundo día; al menos, escribió Javier Solana en su red social, tendrían que haber arbitrado servicios mínimos. Al cuarto día de la huelga le escuché decir al escritor Jorge Díaz: “Imagínate que los encicloped­istas cortaran la M-40 para protestar contra la Wikipedia”. Preocupada por este oficio, una catalana de nombre Mónica me dijo: “¿Y si se manifestar­an los periodista­s porque lo digital los sacó del trabajo? ¡O los libreros!”. Joan Gaspart, hombre muy pudiente que fue presidente del Barça, dejó dicho esta semana, agarrado a su maletita como si se la fueran a robar los habitantes del subterráne­o, que viajar en metro “no es tan trágico”.

Al contrario. Al salir del metro el mundo parece lavado, como si el subterráne­o calmara con su prisa implacable el rumor de apresurami­ento que tienen las calles. El metro cura, parece, los nervios de la ciudad. Y, además, como diría Coll, es cojonudo.

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