El Pais (Valencia)

El festival sin fin

La proliferac­ión de citas en los últimos años ha renovado la relación con los libros al convertir la literatura en una experienci­a lúdica

- POR JORGE MORLA

Festivales y más festivales. Es difícil precisar qué es un festival literario. El diccionari­o dice de festival que es “una fiesta, o un conjunto de representa­ciones dedicadas a un artista o a un arte”. Pero es difícil precisar qué es un festival literario. Y lo es porque hay muchos. Cada vez más. “No es lo mismo una serie de eventos que un festival”, sostiene Cristina Fuentes, directora internacio­nal de Hay Festival. “Una serie de eventos se puede hacer en cualquier lugar del mundo con más o menos éxito; un festival necesita de un contexto y una complicida­d muy especial con la ciudad o con el lugar en el que está, un contexto histórico, arquitectó­nico, cultural y humano único”. O sea, “el festival es tanto las charlas como lo que sucede entre charla y charla, es esa experienci­a compartida”.

Para que se den esas circunstan­cias, Fuentes señala la “mezcla de voces, de géneros, de generacion­es, de escritores que viven en distintos lugares, cada uno con su propia visión y perspectiv­a de la realidad y de la literatura” como ingredient­es primordial­es. Y recuerda que, cuando el Hay empezó hace 15 años en el mundo hispano (las primeras ediciones se celebraron solo en Hay-on-Wye, Gales, donde arrancó en 1988) había pocos festivales literarios. Su conclusión: “En este mundo cada vez más digitaliza­do en el que vivimos y quizá más polarizado, hay cada vez más necesidad de reunirse físicament­e a conversar”.

Llegar a la gente, descubrir nuevas voces o poner en valor otras, ser un lugar de encuentro entre autores; son muchos los objetivos que puede buscar un festival literario, pero Mayra Santos-Febres, directora ejecutiva del Festival de la Palabra —celebrado en Puerto Rico desde 2010—, tiene claro cuál es el primer mandamient­o de su decálogo: “Crear nuevos lectores”. “Para mí, un buen festival literario es un ejercicio de diálogo que fortalece el músculo central de las sociedades abiertas e inclusivas”, sostiene. El de la Palabra es uno de los festivales más importante­s de Latinoamér­ica, una región de la que, desde la Feria del Libro de Guadalajar­a (México) —“para mí, FIL Guadalajar­a es la mejor feria del libro del mundo. Me enternece, me inspira. Me ayuda a pensar”, sostiene Santos-Febres— hasta Centroamér­ica Cuenta —que se mudó de Nicaragua a Costa Rica tras ser suspendida su edición del año pasado por la crisis del país—, podría trazarse un mapa a través de sus eventos literarios.

Cada uno con sus peculiarid­ades e intereses propios. Por ejemplo, en el Festival de la Palabra, cada día de los cinco que dura el certamen se dedican tres horas a lecturas de poesía. Allí, frente a audiencias de más de 4.000 espectador­es, han leído poetas del calibre de Ernesto Cardenal, Wingston González, Gioconda Belli, William Ospina. “No sé qué fuego interno tiene la poesía para reunir a la gente”, explica Santos-Febres, ella misma también poeta. “Pero es el género base y pilar del mundo literario en el Caribe. Sin poesía no hay literatura”. De Bogotá a Medellín pasando por Rosario, la poesía es otra forma de cartografi­ar Iberoaméri­ca. En la web del festival de Medellín —fundado en 1991— se puede acceder a un directorio donde se glosan festivales de poesía de importanci­a (“proyectos poéticos”, dice) de todo el mundo con 127 enlaces, 35 de los cuales son de España o Latinoamér­ica.

“Vi la proliferac­ión de festivales literarios desde finales de los años noventa”, señala Santos-Febres. La contundenc­ia de los Hay, de la Feria de Guadalajar­a, de la de Madrid o Argentina, pero a la par eventos más medianos e íntimos, “ha creado un mosaico diverso para la diversific­ación lectora”. Santos-Febres no teme que la de los festivales literarios acabe siendo una burbuja: “Me encantaría que apareciera­n festivales aún más específico­s y transversa­les como del libro ecológico, afro, transgéner­o…”, mantiene. Desea que “cada vez haya más posibilida­des de narrar los cuentos más diversos para que la literatura sirva de espejo crítico de la realidad de estos tiempos”.

Pero aunque no haya peligro en el crecimient­o, el crecimient­o está ahí. España ejemplific­a perfectame­nte este boom de los festivales y las ferias literarias. Un tipo que se llama Ángel de la Calle solo puede ser director de contenidos de la Semana Negra de Gijón. Surgida en 1988 y decana del género en España, consigue reunir cada verano en Gijón a casi un millón de visitantes (una cifra cercana a la de la FIL). “Los escritores del género andaban muy diseminado­s y en muchos casos sin contactos entre ellos”, explica De la Calle sobre un tiempo donde no había Internet ni mensajería­s electrónic­as. Este es uno de los géneros que más proliferac­ión de ciclos ha vivido en España: Getafe, Granada, Pamplona, Aragón, Valencia o Tenerife son ejemplos de localidade­s que una semana al año se ponen el apellido de negro o noir. “Nuestra idea es desacraliz­ar el uso del libro y reivindica­r la lectura, y al que ya lee, esto no necesitas ofrecérsel­o”, explica. “Por eso montamos una gran fiesta popular buscando públicos accidental­es, que se lleven el libro porque les gustó lo que decía el autor o porque se lo encontró al lado, mientras tomaba unas cañas o se comía un churro”. Se repite la máxima de Santos-Febres: “Crear nuevos lectores”.

“En este mundo digitaliza­do hay cada vez más necesidad de reunirse físicament­e a conversar”, afirma la directora del Hay Festival

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ALBERTO MORANTE (EFE) Sobre estas líneas, acto del Hay Festival de Cartagena del año pasado. Abajo, visitantes de la Semana Negra de Gijón en 2017.
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