El festival sin fin
La proliferación de citas en los últimos años ha renovado la relación con los libros al convertir la literatura en una experiencia lúdica
Festivales y más festivales. Es difícil precisar qué es un festival literario. El diccionario dice de festival que es “una fiesta, o un conjunto de representaciones dedicadas a un artista o a un arte”. Pero es difícil precisar qué es un festival literario. Y lo es porque hay muchos. Cada vez más. “No es lo mismo una serie de eventos que un festival”, sostiene Cristina Fuentes, directora internacional de Hay Festival. “Una serie de eventos se puede hacer en cualquier lugar del mundo con más o menos éxito; un festival necesita de un contexto y una complicidad muy especial con la ciudad o con el lugar en el que está, un contexto histórico, arquitectónico, cultural y humano único”. O sea, “el festival es tanto las charlas como lo que sucede entre charla y charla, es esa experiencia compartida”.
Para que se den esas circunstancias, Fuentes señala la “mezcla de voces, de géneros, de generaciones, de escritores que viven en distintos lugares, cada uno con su propia visión y perspectiva de la realidad y de la literatura” como ingredientes primordiales. Y recuerda que, cuando el Hay empezó hace 15 años en el mundo hispano (las primeras ediciones se celebraron solo en Hay-on-Wye, Gales, donde arrancó en 1988) había pocos festivales literarios. Su conclusión: “En este mundo cada vez más digitalizado en el que vivimos y quizá más polarizado, hay cada vez más necesidad de reunirse físicamente a conversar”.
Llegar a la gente, descubrir nuevas voces o poner en valor otras, ser un lugar de encuentro entre autores; son muchos los objetivos que puede buscar un festival literario, pero Mayra Santos-Febres, directora ejecutiva del Festival de la Palabra —celebrado en Puerto Rico desde 2010—, tiene claro cuál es el primer mandamiento de su decálogo: “Crear nuevos lectores”. “Para mí, un buen festival literario es un ejercicio de diálogo que fortalece el músculo central de las sociedades abiertas e inclusivas”, sostiene. El de la Palabra es uno de los festivales más importantes de Latinoamérica, una región de la que, desde la Feria del Libro de Guadalajara (México) —“para mí, FIL Guadalajara es la mejor feria del libro del mundo. Me enternece, me inspira. Me ayuda a pensar”, sostiene Santos-Febres— hasta Centroamérica Cuenta —que se mudó de Nicaragua a Costa Rica tras ser suspendida su edición del año pasado por la crisis del país—, podría trazarse un mapa a través de sus eventos literarios.
Cada uno con sus peculiaridades e intereses propios. Por ejemplo, en el Festival de la Palabra, cada día de los cinco que dura el certamen se dedican tres horas a lecturas de poesía. Allí, frente a audiencias de más de 4.000 espectadores, han leído poetas del calibre de Ernesto Cardenal, Wingston González, Gioconda Belli, William Ospina. “No sé qué fuego interno tiene la poesía para reunir a la gente”, explica Santos-Febres, ella misma también poeta. “Pero es el género base y pilar del mundo literario en el Caribe. Sin poesía no hay literatura”. De Bogotá a Medellín pasando por Rosario, la poesía es otra forma de cartografiar Iberoamérica. En la web del festival de Medellín —fundado en 1991— se puede acceder a un directorio donde se glosan festivales de poesía de importancia (“proyectos poéticos”, dice) de todo el mundo con 127 enlaces, 35 de los cuales son de España o Latinoamérica.
“Vi la proliferación de festivales literarios desde finales de los años noventa”, señala Santos-Febres. La contundencia de los Hay, de la Feria de Guadalajara, de la de Madrid o Argentina, pero a la par eventos más medianos e íntimos, “ha creado un mosaico diverso para la diversificación lectora”. Santos-Febres no teme que la de los festivales literarios acabe siendo una burbuja: “Me encantaría que aparecieran festivales aún más específicos y transversales como del libro ecológico, afro, transgénero…”, mantiene. Desea que “cada vez haya más posibilidades de narrar los cuentos más diversos para que la literatura sirva de espejo crítico de la realidad de estos tiempos”.
Pero aunque no haya peligro en el crecimiento, el crecimiento está ahí. España ejemplifica perfectamente este boom de los festivales y las ferias literarias. Un tipo que se llama Ángel de la Calle solo puede ser director de contenidos de la Semana Negra de Gijón. Surgida en 1988 y decana del género en España, consigue reunir cada verano en Gijón a casi un millón de visitantes (una cifra cercana a la de la FIL). “Los escritores del género andaban muy diseminados y en muchos casos sin contactos entre ellos”, explica De la Calle sobre un tiempo donde no había Internet ni mensajerías electrónicas. Este es uno de los géneros que más proliferación de ciclos ha vivido en España: Getafe, Granada, Pamplona, Aragón, Valencia o Tenerife son ejemplos de localidades que una semana al año se ponen el apellido de negro o noir. “Nuestra idea es desacralizar el uso del libro y reivindicar la lectura, y al que ya lee, esto no necesitas ofrecérselo”, explica. “Por eso montamos una gran fiesta popular buscando públicos accidentales, que se lleven el libro porque les gustó lo que decía el autor o porque se lo encontró al lado, mientras tomaba unas cañas o se comía un churro”. Se repite la máxima de Santos-Febres: “Crear nuevos lectores”.
“En este mundo digitalizado hay cada vez más necesidad de reunirse físicamente a conversar”, afirma la directora del Hay Festival