Todo por la patria
Maurizio Viroli invita a la izquierda a asumir los valores patrios como prueba de amor por la libertad y denuncia los vicios de los nacionalismos
Hace algún tiempo, una asociación de guardias civiles solicitó formalmente que desapareciera de las puertas de sus cuarteles la locución Todo por la patria, argumentando que se trataba de un símbolo franquista, pues fue uno de los generales rebeldes a la República quien en plena Guerra Civil decidió adoptar el eslogan como rasgo de identidad de la Benemérita. No mucho después, la respuesta del mando consistió en ordenar que se recuperara y cuidara ese emblema, y que se instalara en aquellas sedes del cuerpo que no lo tuvieran todavía. La polémica, trufada de emociones, se funda en la confusión creciente que existe entre patriotismo y nacionalismo, patria y nación, términos según algunos colindantes y según otros casi opuestos entre sí. Este último es el punto de vista de Maurizio Viroli, profesor emérito de Princeton, que hace dos décadas publicó un ensayo titulado patria, editado entonces por Acento y recuperado ahora para la opinión pública española.
El libro es un compendio de las diversas interpretaciones y usos que ambos términos, patriotismo y nacionalismo, han merecido a lo largo de la historia, la violación mutua que se ha practicado entre ellos y las diferencias sustanciales que pueden señalarse al respecto, pese a que muchos los consideren casi sinónimos. La tesis fundamental del autor es que el patriotismo, honra o veneración de la tierra de los padres es un concepto que viene de antiguo. Su significado más prístino lo encontramos ya en Roma, y enlaza directamente con los sentimientos de amor a nuestras raíces y nuestro entorno, caracterizados por la solidaridad y la compasión hacia los demás. El patriotismo estaría así en la base de los valores republicanos, defensores de la libertad y la igualdad de los ciudadanos, mientras que el nacionalismo es víctima de su empeño en construir una unidad basada en la homogeneidad cultural, la pureza lingüística, la idéntica étnica y cosas por el estilo. El patriotismo sería, según este argumento, una forma de amor, y el nacionalismo, una ética del egoísmo. No obstante, a lo largo de la historia ambos términos han robado el significado del otro: una especie de patriotismo nacional adquirió preponderancia en la construcción de las naciones-Estado, mientras el nacionalismo se quiso apropiar de la patria y sus símbolos de manera sectaria y excluyente.
En los momentos revolucionarios la idea de patria ha surgido siempre con fuerza: representa un movimiento de solidaridad. “Allons, enfants de la Patrie…” cantan en La Marsellesa los chalecos amarillos a la vez que el presidente al que quieren derrocar. Lo mismo que Bush y Sadam Husein imploraban al mismo Dios de todos en su llamado a la guerra, gobernantes y gobernados franceses, enfrentados violentamente entre sí, recurren al imaginario de la misma patria como motivador fundamental de sus actos. Los radicales ingleses utilizaron el lenguaje del patriotismo republicano lo mismo que los españoles que lucharon contra Napoleón, para crear “un concepto de patria basado en los principios de libertad y buen gobierno”, dice Viroli basándose en los estudios del historiador Pierre Vilar. Pero la absorción del lenguaje
El patriotismo supone una actitud solidaria en la defensa de la libertad y la paz. El nacionalismo se basa en la exclusión del otro