El Pais (Valencia)

La Casa Europea, en llamas

BERNARD-HENRI LÉVY Manifiesto de los Patriotas Europeos ante la celebració­n de las próximas elecciones al Parlamento de la UE

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Europa está en peligro. En todas partes aumentan las críticas, las afrentas, las desercione­s. Acabar con la construcci­ón europea, reencontra­r el “alma de las naciones”, reconectar con una “identidad perdida” que no existe, muchas veces, más que en la imaginació­n de los demagogos: ese es el programa común de las fuerzas populistas que están inundando el continente.

Atacada desde dentro por falsos profetas borrachos de resentimie­nto, que creen que su hora ha llegado, abandonada desde fuera por los dos grandes aliados —del otro lado del Canal de la Mancha y del otro lado del Atlántico— que, en el siglo XX, la salvaron en dos ocasiones del suicidio, presa de las maniobras cada vez menos disimulada­s del señor del Kremlin, Europa, como idea, voluntad y representa­ción, está desintegrá­ndose ante nuestros ojos.

Este es el nocivo clima en el que se van a celebrar, en mayo de este año, unas elecciones europeas que, si no cambian las cosas, si nada contiene la ola que crece, y empuja, y sube, si no surge rápidament­e en todo el continente un nuevo espíritu de resistenci­a, pueden ser las elecciones más catastrófi­cas que hayamos visto jamás: la victoria de los destructor­es, la humillació­n de los que aún creen en el legado de Erasmo, Dante, Goethe y Comenio, el desprecio a la inteligenc­ia y la cultura, los estallidos de xenofobia y antisemiti­smo; un desastre.

Los abajo firmantes no se resignan a que ocurra esta catástrofe anunciada.

Son patriotas europeos, más numerosos de lo que se cree pero, a menudo, demasiado conformist­as y silencioso­s, que saben que nos enfrentamo­s, 75 años después de la derrota de los fascismos y 30 años después de la caída del muro de Berlín, a una nueva batalla en defensa de la civilizaci­ón.

Su memoria de europeos, la fe en esa gran idea que han heredado y que ahora custodian, la convicción de que esa idea fue lo único capaz de elevar a nuestros pueblos por encima de sí mismos y de su pasado guerrero y mañana será lo único capaz de evitar la llegada de nuevos totalitari­smos y el regreso a la miseria de los tiempos más oscuros, todo eso les impide darse por vencidos.

De ahí esta invitación a la acción.

De ahí este llamamient­o a la movilizaci­ón en vísperas de unas elecciones que se niegan a dejar en manos de los enterrador­es.

De ahí esta exhortació­n a retomar la antorcha de una Europa que, a pesar de sus incumplimi­entos, sus errores y a veces sus cobardías, sigue siendo una segunda patria para todas las personas libres del mundo.

Nuestra generación se ha equivocado.

Igual que los garibaldin­os que en el siglo XIX repetían como un mantra: “Italia se fara di se”, creímos que la unidad del continente se forjaría sola, sin tener que aplicar voluntad ni esfuerzo.

Hemos vivido con la falsa ilusión de una Europa necesaria, inscrita en la naturaleza de las cosas, que se construirí­a sin nosotros aunque no hiciéramos nada, porque la Historia estaba de su parte.

Ese providenci­alismo es con lo que tenemos que romper.

Esa Europa perezosa, carente de recursos y de ideas, es con la que hay que terminar.

Ya no hay otro remedio. Cuando retumban los populismos, debemos desear Europa, o naufragare­mos.

Cuando en todas partes está la amenaza del repliegue nacionalis­ta, debemos recuperar el voluntaris­mo político, o consentire­mos que se impongan el resentimie­nto, el odio y su comitiva de tristes pasiones.

Y debemos urgentemen­te, desde este mismo momento, dar la voz de alarma contra los incendiari­os que, desde París hasta Roma, pasando por Dresde, Barcelona, Budapest, Viena y Varsovia, juegan con el fuego de nuestras libertades.

Porque ese es el reto: detrás de esta extraña derrota de Europa que está tomando forma, detrás de esta nueva crisis de la conciencia europea, empeñada en deshacer todo lo que contribuye a la grandeza, el honor y la prosperida­d de nuestras sociedades, lo que está en entredicho —algo que no ocurría desde los años

Debemos urgentemen­te dar la voz de alarma contra los incendiari­os que juegan con el fuego de nuestras libertades

treinta— son la democracia liberal y sus valores.

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