¿Son los animales conscientes de que sufren?
Humanos y ratones tienen circuitos neuronales homólogos que se activan al sentir una emoción
¿Son los animales conscientes de su sufrimiento? La pregunta es tan profunda que parece quedar fuera del alcance de la ciencia. Afecta de lleno a uno de los problemas más fundamentales en la singular jerarquía de los filósofos: los qualia, como el sentimiento de rojez que nos induce el rojo, o el dolor consciente que nos produce la crueldad. Pero las políticas para paliar el sufrimiento animal —o para no hacerlo— dependen por entero de la ciencia. ¿Sienten, sufren los animales, y por tanto son titulares de algún tipo de derecho? En líneas generales, la mejor ciencia disponible apoya esa idea, aunque sin unanimidad.
La cuestión va mucho más allá de la neurología. Desde un punto de vista técnico, saber si un animal tiene consciencia es el mismo problema que saber si la tiene un paciente en coma o en estado vegetativo. Ambas son cuestiones objetivas sobre la estructura y la actividad del cerebro. Todo lo que pasa en nuestra mente tiene un correlato en la actividad neural, y la consciencia no es una excepción. Los investigadores ya disponen incluso de un conscienciómetro, un aparato que asigna un número al grado de consciencia de un sujeto, por ejemplo mientras le anestesian, o si ha sufrido un daño cerebral. Con unos cuantos ajustes, podría aplicarse a cualquier animal, lo que nos daría una medida objetiva del grado en que un animal puede sentir y sufrir.
Definir la consciencia es muy difícil —como definir cualquier cosa sin saber en qué consiste—, pero a veces una parábola funciona mejor que una definición: consciencia es eso que pierdes al dormirte y recuperas al despertarte. Los pliegues del edredón que te cubre, el olor a café que llega de la cocina, el cuarteto dodecafónico de los cláxones que filtra la ventana. La sensación de estar vivo. También la capacidad de sufrir, el talento para sentir dolor, tus recuerdos y el oscuro augurio de tu futuro. “No sé definirla, pero la reconozco cuando la veo”, como dijo el juez Potter Stewart sobre la pornografía. En español, el problema se agrava por la confusión entre conciencia (conscience) y consciencia (consciousness), o entre lo moral y lo neurológico. El diccionario recoge esta diferencia, pero poca gente la utiliza con claridad.
Pese a los problemas filosóficos que planeta su definición, los neurocientíficos han dado en los últimos años pasos notables hacia la comprensión de la consciencia que afectan de lleno al debate sobre el sufrimiento animal. El documento de referencia sigue siendo la Declaración de Cambridge sobre la consciencia, acordada en 2012 por una élite neurocientífica en esa ciudad británica. Y las investigaciones recientes no han hecho sino reforzar sus argumentos.
Philip Low, fundador y director ejecutivo de la compañía de neurodiagnósnico NeuroVigil, en California; Christof Koch, del Instituto Allen de Ciencias del Cerebro en Seattle; David Edelman, del Instituto de Neurociencias de La Jolla, California, y otros neurocientíficos de prestigio emitieron en la declaración de Cambridge un mensaje nítido. Tanto en humanos como en otros animales se han identificado circuitos homólogos cuya actividad coincide con la experiencia consciente. Más aún, los circuitos neuronales que se activan mientras una persona siente una emoción son esenciales para que un ratón experimente la misma emoción. Esto es llamativo, pues los humanos y los ratones llevamos 200 millones de años evolucionando por separado. Apunta a un origen común de los sistemas emocionales en las fases tempranas de la vida animal.
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