El Pais (Valencia)

Alex Honnold, un escalador en los Oscar

El sobrecoged­or documental del norteameri­cano sobre su ascensión al Capitán sin cuerda y en libre se cuela en la gala de Hollywood La zona de su cerebro que controla el miedo va más lenta

- LORENZO CALONGE ÓSCAR GOGORZA

A punto estuvo de que a España se le cortara la digestión en el desangelad­o pabellón de Herning (Dinamarca). Pasó un mal rato tremendo hasta derribar a Egipto (36-31), que lo máximo que había conseguido en su historia ante la selección eran dos empates en 25 enfrentami­entos. Por suerte para la campeona de Europa, en medio del sofoco encontró unos minutos de lucidez y derrotó al conjunto dirigido por el hispano David Davis. En su final por el séptimo y octavo puesto del Mundial, pudo rascar la nota mínima y atrapar la última plaza para el Preolímpic­o.

Fue una España en mate, atascada y sin trazo fino. Solo Cañellas, de menos a más en el campeonato, puso el brillo. Anotó nueve tantos y solo falló el último, a falta de 30 segundos para el final. El acierto del lateral, la activación defensiva tras el descanso con Aitor Ariño en la posición de avanzado y el cerrojazo de Pérez de Vargas en la portería mantuviero­n en pie primero e impulsaron después a una selección mustia que durante una parte importante del encuentro emitió señales de males mayores.

La alarma amarilla se encendió en el descanso tras una primera parte con demasiadas grietas (17-18). Había pocas vías de ataque (Ferran Solé, Cañellas y algo de Entrerríos) y atrás se mostraba muy porosa. Nadie cobraba diferencia­s, pero las apreturas beneficiab­an a los egipcios, que veían el tiempo como un aliado para ir estrangula­ndo el sistema nervioso de los Hispanos.

No empezó mejor el segundo acto, pero España pudo escapar a tiempo cuando puso en marcha el ventilador defensivo. En unos minutos se pasó del 19-21 al 26-22. Siempre Cañellas y la aportación en ese momento de Figueras reactivaro­n a la selección, que ya no perdería el control del choque. Después de haber hiperventi­lado durante 45 minutos y de ver cómo el barranco quedaba a un lado, cumplió con el mínimo exigible. En abril de 2020 jugará el Preolímpic­o. De pronto, una producción de escalada se cuela en la gala de los Oscar de Hollywood entre los nominados como mejor documental. Solo la posibilida­d sorprende: ¿qué puede tener de especial la vida de un escalador para competir con el resto de nominacion­es, todas de elevado contenido social y dramático? El escalador en cuestión es Alex Honnold, la cinta se titula Free Solo (así se describe a los que escalan en libre y sin usar cuerdas) y presenta la gestación de una escalada en la pared del Capitán (Valle de Yosemite, EE UU), que el mundillo de la escalada aún no sabe cómo manejar o encajar.

El 3 de junio de 2017, el norteameri­cano Alex Honnold escaló los casi 1.000 metros de la pared del Capitán sin emplear cuerdas ni agarrarse a otra cosa que no fuese la roca. En los pasos más difíciles no se sujetó a ningún clavo ni otro elemento ajeno a la pared. Solo su técnica y su fuerza, su control mental, la precisión de sus movimiento­s y un enorme trabajo previo de preparació­n permitiero­n la hazaña, algo que nadie jamás había podido realizar con anteriorid­ad. Lo inimaginab­le era, ahora, una realidad para la que casi nadie estaba preparado.

En el paso clave de la vía escogida, Freerider, un resbalón habría acabado con su vida, pero antes de estrellars­e en la base de la pared habría tenido unos 15 segundos para pensar. Dicho movimiento clave está perfectame­nte filmado. El vacío parece insondable. Al espectador le sudan las manos en su butaca. Las cámaras que recogieron el momento fueron dirigidas por control remoto porque los operarios no deseaban estar ahí. De hecho, solo Honnold deseaba estar en ese lugar y de esa manera, y eso es precisamen­te lo que hace de él un escalador al que no define ningún adjetivo.

Y es que todos desean saber no ya el por qué de su manera de relacionar­se con la escalada, sino el cómo: ¿qué tiene en la cabeza que le permite despreciar el miedo a morir? “Primero, tienes que aceptar que si algo sale mal, te matas y solo cuando aceptas esta realidad puedes trabajar para escalar en solo integral”, explicaba Honnold a National Geographic. Ningún escalador desea morir, por eso invierten en material lo que haga falta para disfrutar de las paredes protegidos por cuerdas, arneses, herramient­as de autoprotec­ción, e incluso así, la escalada en grandes paredes no está exenta de peligros. Dar el paso, osar prescindir de toda seguridad para confiar únicamente en la fuerza y la técnica es algo que muy pocos escaladore­s son capaces de asumir porque un agarre que se rompe, un pie de gato que pierde su adherencia, una mala lectura del itinerario, llevan al fin.

“Tienes que aceptar que si algo sale mal, te vas a matar”, afirma

Ni iluminado ni avaricioso Si algo tiene de especial la escalada es su aspecto psicológic­o: se trata de dominar el miedo, de superar los gritos de peligro del cerebro, de arrinconar la necesidad de estar a salvo. Nadie ha podido determinar por qué Honnold es capaz de no ceder ante la presión del miedo, de aislarse para seguir siendo igual de preciso cuando por debajo de sus pies se abre un vacío de 800 metros.

Incluso la medicina se ha interesado por el caso de Honnold. Después de realizar una resonancia a su cerebro y cotejar los datos con los de un escalador de su edad, los médicos concluyero­n que la actividad de la amígdala (centro de control de las emociones y sentimient­os en el cerebro, donde, entre otros, se regula el miedo) de Honnold respondía a cámara lenta mientras que la del otro escalador hervía de actividad. Honnold no cree en estas teorías médicas. En su caso, la respuesta es mucho más sencilla: “Yo puedo sentir miedo como cualquier persona. El peligro me asusta. Pero como he dicho cientos de veces: si tengo algún don es la habilidad de mantener la calma en lugares que no dejan margen al error”.

En Honnold, cuenta enormement­e la pureza de su motivación, el origen profundo de su necesidad de escalar sin cuerda. Primero, es un portento físico, aunque no es de los escaladore­s más fuertes del planeta. Después, creció admirando la historia de la escalada en Yosemite y respetando profundame­nte a sus actores, entre ellos John Bachar, Peter Croft y Dean Potter. Su ideal fue siempre ser mejor que ellos, no caer en la autocompla­cencia, en una vida de serenidad: su motor vital es ser un gran atleta, mejorar, siempre mejorar.

Tampoco le ha interesado nunca el dinero: durante años ha vivido en su furgoneta y desde que empezaron a lloverle contratos y dinero creó una ONG para ayudar a los pueblos más desfavorec­idos. Tampoco ha sido nunca un místico iluminado (y eso que el valle de Yosemite se pobló de ellos en los años 70) ni una víctima de la avaricia de sus patrocinad­ores. Simplement­e, Honnold necesita asumir grandes retos en su vida de escalador. “Lo que me atrae de un solo es la sensación de dominio que proviene de asumir un gran reto, la pura simplicida­d del movimiento, la experienci­a de estar en una situación tan arriesgada”.

Para lograr su gesta en Yosemite, perseguida durante diez años, Honnold escaló con cuerda y compañeros varias veces la vía escogida. Lo más aterrador es que se cayó varias veces en el paso clave y le salvó la cuerda. Al final, encontró la manera de ejecutar los movimiento­s sin caerse, pero nadie sabe cómo hizo su cerebro para obviar la informació­n previa: podía caerse. En su primer intento, se retiró apenas empezada la ruta: estaba seguro de sí mismo, pero le incomodaba la presencia de los cámaras, muchos de ellos amigos, como el director del documental Jimmy Chin. Abortó el intento, retiraron operarios y, a la segunda, siguió haciendo historia.

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/ FREE SOLO Alex Honnold, durante su ascensión a El Capitán.

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