El Pais (Valencia)

Un cerebro trepanado a escena

Tennessee Williams sufrió por la lobotomía de su hermana. Se inspiró en ella. La práctica, hoy desacredit­ada, se llevó el premio Nobel en el año 1949

- POR MONTERO GLEZ

El dramaturgo Tennessee Williams vivió la locura de cerca. También sus consecuenc­ias. Sin ir más lejos, su hermana Rose quedaría inhabilita­da para siempre por culpa de una lobotomía, técnica quirúrgica que consiste en trepanar el cerebro con ayuda de una aguja punzante y con ello remover los nervios hasta que salten por dentro. Tennessee Williams nunca lo superaría.

Tal vez, para practicar el exorcismo con el recuerdo y sobre todo con los pequeños diablos azules de la lo- cura, como él los llamaba, Tennessee Williams se inspiró en esta técnica quirúrgica. Con ello, dio forma a una obra turbulenta y exquisita. Su título: De repente, el último verano; una metáfora sexual donde la confesión y la culpa se encuentran con el suero de la verdad bajo la sombra de una lobotomía.

En la citada obra, uno de los personajes es el doctor Cukrowicz, un médico que habla con lenguaje poético no exento de perfidia y con el que juega a las figuras utilizando “el cuchillo afilado en el cerebro (…) que mata al diablo en el alma”. Sin duda, se trata de una operación que entraña un gran riesgo. Para operar en el lóbulo cerebral se requiere una rara mezcla de empeño y finura no apta para todos los pulsos.

La lobotomía requiere una técnica que viene de antiguo. Uno de sus pioneros, el psiquiatra suizo Johann Gottlieb Burckhardt, realizó en 1888 el experiment­o con seis pacientes. Dos no mostraron cambios y de los cuatro restantes uno murió y los otros tres mejoraron solo un poco. Años después, a principios del siglo XX, siguiendo los pasos de Burckhardt, un neurociruj­ano estonio de nombre Ludvig Puusepp realizó otras tantas operacione­s y parece ser que no acabó muy convencido con los resultados.

Todavía faltaban unos años para que el renombrado neurociruj­ano portugués Antonio Egas Moniz difundiera la técnica de la lobotomía como solución eficaz ante la enfermedad mental. Una cirugía que no curaba la causa aunque sí los síntomas.

Entre medias, en la Universida­d de Yale se había conseguido amansar a unos chimpancés removiendo sus lóbulos frontales y prefrontal­es. Estos resultados fueron los que llevaron a Moniz a tomar la operación quirúrgica como posibilida­d curativa y con ello aplicó la técnica a los humanos. La operación consistía en rematar los ajustes de conexión celular que ligan el cerebro. Para conseguirl­o, hay que taladrar, primero, para después inyectar alcohol etílico en la materia blanca; de esta forma, según Moniz, se destruían las fibras responsabl­es de la locura.

Antonio Egas Moniz trabajaba con un instrument­o en forma de tubo de unos dos centímetro­s de diámetro y del que se desprendía un anillo afilado que, al hacerlo girar, seccionaba porciones del cerebro. Mirándolo así, no era más que un pérfido taladro que se introducía en la sien y que recibía por nombre “leucotomo”. En 1949 Moniz conseguirí­a el Premio Nobel.

A partir de entonces, su técnica se difundiría por todo Occidente y, en especial, en Italia, país donde el doctor Amarro Fiamberti retocó la técnica para llegar a los lóbulos

frontales del cerebro sin pasar por la sien. Lo consiguió perforando el interior de las órbitas oculares. Este método sería más rápido y sencillo, y fue el que utilizó el doctor estadounid­ense Walter Jackson Freeman, famoso por operacione­s que la prensa calificó como “de punzón de hielo”.

Parece ser que, para ejercitars­e, el citado doctor daba uso a un punzón de los que tenía para el hielo, practicand­o así con pomelos primero para después hacerlo con cadáveres. Estos ejercicios previos los cuentan de manera ágil y entretenid­a Alessandra Carrer y Luigi Garlaschel­li en su obra El “científico loco” (Alianza).

Al final, Jackson Freeman encargó construir un instrument­o más aparente que el picahielo y que denominó “orbitoclas­to”. Es posible imaginar que, con uno de estos orbitoclas­tos, a través de las órbitas oculares, pincharon los nervios de la hermana de Tennessee Williams. También es posible que el dramaturgo, empujado por el dolor, escribiese aquellos versos: “Rose. Su cabeza cortada abierta. Una navaja punzando en su cerebro. Yo. Aquí. Fumando”.

Sin duda, no haber podido impedir la lobotomía de su hermana Rose fue el gran fracaso de Tennessee Williams. En el día de hoy, la lobotomía es una técnica desacredit­ada.

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