El Pais (Valencia)

La fórmula concreta

- ENRIC GONZÁLEZ

John Pierpont Morgan era feo, grande e irascible. Tenía una nariz enorme y amoratada por la rosácea, una voz tronante y un talento fenomenal para los negocios. Para lo bueno y para lo malo, nunca hubo un financiero tan brillante e influyente como él. A través de la banca Morgan fue uno de los fundadores de United States Steel Corporatio­n (entonces la mayor empresa del mundo), AT&T y General Electric. Amasó una fabulosa colección de arte. Resolvió casi personalme­nte la crisis bancaria de 1907; cuando llegó la gran catástrofe de 1929 ya había muerto. Para explicar cómo tomaba decisiones, tenía una frase: “Ningún problema puede resolverse hasta que se reduce a su forma más simple; la transforma­ción de una dificultad vaga en una fórmula concreta es un mecanismo esencial para el pensamient­o”.

Supongo que transforma­r una “dificultad vaga” en una “fórmula concreta” funciona bien para los negocios. Quizá también para la política. Tengo mis dudas. Si hablamos del periodismo de opinión, eso que perpetramo­s algunos cuando nos subimos al taburete y soltamos alguna idea que nos pasa por la cabeza, el mecanismo de Morgan resulta un poco arriesgado.

Evidenteme­nte, esto va de Venezuela. Y de cómo una dificultad muy poco vaga, la crisis humanitari­a que sufre el país desde hace años, se transforma en una “fórmula concreta” que se ajusta a los prejuicios ideológico­s de cada uno. Asombra que haya aún quien defienda a Nicolás Maduro y Diosdado Cabello como próceres de la libertad y la soberanía popular: forman un dúo siniestro al frente de un régimen corrupto e ineficient­e hasta el delirio. El sectarismo de algunas izquierdas es casi conmovedor. Atribuyen la actual crisis al ansia imperialis­ta por el petróleo, como si solo ellos se movieran por razones ideológica­s, y se quedan tan anchos. Asombra también que se defienda sin matices la autoprocla­mación como presidente de Juan Guaidó, tan constituci­onal, pasando de la tragedia a la opereta, como la proclamaci­ón de independen­cia de Carles Puigdemont. Guaidó ha removido las aguas de la ciénaga venezolana. Probableme­nte hacía falta. Y ahora, ¿qué? Ni Maduro es completame­nte ilegítimo, ni Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, es completame­nte legítimo. El chavismo está desacredit­ado. El único prestigio que puede arrogarse la oposición al chavismo es precisamen­te el de ejercer como oposición al chavismo.

Apena que un desastre tan colosal y complejo como el venezolano se utilice como instrument­o de la política partidista en América o Europa. Harían reír, si la cosa no fuera tan triste, las lecciones que el progresism­o internacio­nal imparte a la emigración venezolana: ¿por qué habrán huido del paraíso?

Personas que en su vida han pisado Caracas, que desconocen los efectos de la hiperinfla­ción y las dificultad­es cotidianas para conseguir comida o productos básicos pregonan las bondades del régimen. Quienes reclaman desde lejos un vuelco político no parecen demasiado preocupado­s por la creciente violencia y el riesgo de que los cadáveres se amontonen. Unos y otros ven fáciles las cosas. Unos y otros disponen de la “fórmula concreta”. Unos y otros, por activa o por pasiva, hacen eso tan feo de apelar al Ejército. Las soluciones sencillas para los problemas complejos suelen acabar formando parte del problema. Las elecciones parecen una opción razonable, pero no creo que, de celebrarse, ofrezcan un espectácul­o edificante. Cuando las institucio­nes están tan degradadas, los resultados electorale­s también lo están.

Apena que un desastre tan complejo como el venezolano se use como instrument­o de la política partidista en América o Europa

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