El Pais (Valencia)

CAMBIO DE CICLO

- SARA BALIÑA

La última crisis económica mundial, a pesar de sus detalles complejos, tuvo una gran causa muy sencilla: una enorme burbuja inmobiliar­ia y de endeudamie­nto que había surgido en Estados Unidos y en Europa, y que al desinflars­e hundió la economía mundial. La recesión anterior, que se produjo en 2001 y fue más leve, tuvo también una sola causa: el estallido de una burbuja de los valores bursátiles de las empresas tecnológic­as y de la inversión (¿recuerdan Pets.com?). Pero la crisis anterior a esa, en 1990-1991, fue una historia más liosa. Fue una recesión bufé: una caída con múltiples causas, que abarcaban desde los problemas de las cajas de ahorro hasta un exceso de edificios comerciale­s, pasando por la caída del gasto militar al finalizar la Guerra Fría.

Lo más lógico es suponer que la próxima depresión se deberá igualmente a una mezcla de problemas, y no a uno grande y concreto. Y en los últimos meses hemos empezado a ver cómo podría ocurrir. No es seguro que haya una recesión en ciernes, pero algunos de nuestros temores empiezan a hacerse realidad.

En estos momentos, percibo cuatro amenazas claras para la economía mundial. (Es posible que se me pasen otras).

China: muchos, yo incluido, llevamos tiempo prediciend­o una crisis china, pero sigue sin producirse. La economía china está profundame­nte desequilib­rada, con demasiada inversión y un gasto muy bajo de los consumidor­es; pero una y otra vez el Gobierno ha logrado apartarla del precipicio aumentando la construcci­ón y ordenando a los bancos que ofrezcan crédito ultrafácil. ¿Pero no ha llegado por fin la hora de la verdad? Dada la resilienci­a que ha demostrado China en el pasado, es difícil afirmarlo con seguridad. Aun así, los últimos datos

Estamos ante el principio del fin? El temor a que la respuesta sea afirmativa debido a la entrada en recesión de la economía de Estados Unidos y a una desacelera­ción acusada del crecimient­o de China, ambos eventos en 2020, explica la fuerte corrección de los mercados financiero­s a finales de 2018. La experienci­a histórica avala el poder predictivo que tienen las caídas bursátiles y, sobre todo, el aplanamien­to de la curva de tipos de interés a la hora de anticipar una posible recesión, si bien este episodio presenta algunas particular­idades que merece la pena matizar.

En lo que respecta a la baja pendiente de la curva de tipos, hay que tener en cuenta el efecto de la alta preferenci­a por activos “seguros” sobre la rentabilid­ad de los bonos a largo plazo, lo cual es diferencia­l respecto a otras fases de pendiente reducida. Si el aplanamien­to respondies­e a una subida abrupta de los tipos de la Reserva Federal o a un hundimient­o de los sobre la fabricació­n china no tienen buena pinta. Y los problemas en el país tendrían repercusio­nes en todo el mundo. Tendemos a pensar en China solo como un gigante de las exportacio­nes, pero también es un enorme comprador de productos, sobre todo de materias primas como la soja o el petróleo; a los agricultor­es y a los productore­s de energía estadounid­enses no les haría muy felices que la economía china se paralizase.

Europa: durante años, la debilidad económica subyacente de Europa, por causa del envejecimi­ento de su población y de la obsesión de Alemania con los superávits presupuest­arios, ha quedado enmascarad­a por la recuperaci­ón de la crisis del euro. Pero la racha de buena suerte parece estar llegando a su fin, con la incertidum­bre que rodea al Brexit y la crisis a cámara lenta de Italia minando la confianza. Como en el caso de China, los datos recientes son sombríos. Y al igual que China, Europa es un gran actor en la economía mundial, de modo que sus tropiezos salpicarán a todos, incluido Estados Unidos.

La guerra comercial: en las últimas décadas, empresas de todo el mundo han invertido cantidades ingentes de dinero basándose en la creencia de que el proteccion­ismo a la vieja usanza era cosa del pasado. Pero Donald Trump no solo ha impuesto aranceles, sino que ha demostrado también su voluntad de incumplir el espíritu, e incluso la letra, de los tratados comerciale­s actuales. No hace falta ser un defensor acérrimo del libre comercio para creer que esto puede tener un efecto depresor sobre la economía.

De momento, los líderes empresaria­les creen supuestame­nte que las cosas no se irán de las manos, que EE UU y China en concreto llegarán a un acuerdo. Pero este sentimient­o podría cambiar de repente cuando las empresas caigan en la cuenta

La debilidad de Europa ha quedado enmascarad­a con la recuperaci­ón de la crisis del euro

de que los partidario­s de la línea dura parecen tener la sartén por el mango.

El cierre de la Administra­ción en EE UU: no son solo los trabajador­es federales los que están sin cobrar. También los contratist­as, a los que nunca se les compensará­n las pérdidas; los perceptore­s de cupones para alimentos, que se quedarán sin ellos si la paralizaci­ón continúa, y muchos más. Los cálculos sobre el coste del cierre son casi con seguridad demasiado bajos, porque no tienen en cuenta las perturbaci­ones que la paralizaci­ón de la Administra­ción pública impondrá en todos los aspectos de la vida.

Como en el caso de la guerra comercial, los directivos empresaria­les creen supuestame­nte que el cierre se resolverá pronto. ¿Pero qué ocurrirá con la inversión y la contrataci­ón cuando el Estados Unidos empresaria­l llegue a la conclusión de que Trump se ha atrinchera­do y que esto podría durar muchos meses?

De modo que son muchas las cosas que van mal, y todas ellas amenazan a la economía. ¿Hasta qué punto será grave?

La buena noticia es que, incluso tomadas en conjunto, todas estas cosas negativas no se acercarán al duro golpe que la crisis financiera de 2008 asestó a la economía mundial. La mala es que no está claro qué pueden hacer los políticos para responder cuando las cosas se pongan feas.

La política monetaria —es decir, la rebaja de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal (Fed) y de sus homólogos extranjero­s— es normalment­e la primera línea de defensa contra la recesión. Pero la Fed tiene muy poco margen para recortar porque los intereses están ya muy bajos, y en Europa, donde los tipos son negativos, no hay margen en absoluto.

La política fiscal —subidas temporales del gasto público y de la ayuda a trabajador­es vulnerable­s— es el apoyo habitual a la relajación monetaria. ¿Pero estaría dispuesto a aplicar un estímulo sensato un presidente que convierte a los trabajador­es federales en rehenes del intento de construir un muro inútil? Y en Europa, cualquier propuesta de acción fiscal se tropezaría probableme­nte con el habitual nein alemán.

Por último, para abordar de manera eficaz cualquier recesión mundial hace falta muchísima cooperació­n internacio­nal. ¿Qué probabilid­ad hay, teniendo en cuenta quién está al mando? Insisto, no digo que necesariam­ente esté a punto de producirse una crisis mundial. Pero los riesgos aumentan claramente.

Los líderes empresaria­les creen que China y EE UU llegarán a un acuerdo para frenar la guerra comercial

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JOHANNES EISELE (AFP) Vista de la ciudad china de Shanghái.

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