“La industria financiera es nuestro servicio”, dice un lobista
137 bancos de 28 países conviven en el diminuto territorio luxemburgués
Luxemburgo es ese país donde un ejecutivo sueco puede ilustrar sobre el fin del secreto bancario entre mordiscos a una hamburguesa en un local de comida rápida. Los taxistas hablan con nostalgia de Portugal, cuna de uno de cada tres extranjeros. Y una periodista española reconvertida en camarera alaba las virtudes del salario mínimo más alto de la UE: 2.100 euros brutos al mes. Puntualiza, eso sí, que si no se comparte piso, el prohibitivo precio del alquiler se comerá los ingresos. La estadística dice que también hay luxemburgueses, pero no siempre es fácil cruzarse con ellos. El Gran Ducado reúne en una extensión similar a la provincia de Álava una población como la de la ciudad de Sevilla. De esos 600.000 habitantes, el 48% son extranjeros, el 69% en la capital.
El segundo Estado más pequeño de la UE tanto en población como en superficie, solo por delante de Malta, es un imán para el dinero. En su reducida porción de terreno conviven 137 bancos de 28 países. Sus fondos de inversión suman 4,2 billones de euros bajo gestión, casi cuatro veces el PIB español. El sector financiero supone un tercio de la riqueza, una cota muy superior a la que alcanzó la construcción en España en pleno boom inmobiliario. Y gigantes como Amazon, la mayor empresa del mundo por capitalización bursátil, tienen aquí sus sedes europeas. ¿Por qué fluye tanto dinero hacia un microestado encajonado entre Bélgica, Alemania y Francia?
“En realidad es muy simple: si eres miembro del mercado interior europeo importa poco ser grande o pequeño. Pensar en términos de Estado nación es un razonamiento del siglo XIX. La UE es un mercado de 500 millones de consumidores. España exporta vino y aceitunas. Nosotros hemos hecho de la industria financiera nuestro principal servicio”, explica Nicolas Mackel, director ejecutivo de Luxembourg for Finance, el lobby del sector financiero.
La entidad es uno de los instrumentos del Gobierno para mejorar su reputación, muy dañada tras el escándalo Luxleaks. La filtración reveló en 2014 la existencia de trajes fiscales a medida que permitieron a 350 multinacionales ahorrar millones de euros. La trama tocó la fibra sensible de la tambaleante Europa poscrisis. Y la presión llevó al Ejecutivo del liberal Xavier Bettel a poner fin a décadas de secreto bancario. “El Gobierno pasó a presentarse como un país que colabora y quiere hacer reformas, pero no hay que equivocarse, es comunicación”, advierte Diego Velázquez, periodista de Le Luxemburger Wort.
El diputado luxemburgués de La Izquierda, David Wagner, admite ciertos retoques, pero estima que la porosidad del sistema fiscal sigue dopando la economía. “La ley permite un gran número de exenciones que las consultoras aprovechan para reducir la factura a una cantidad ridícula. Cuanto más grande es la empresa, menos porcentaje paga. Sí, es un paraíso fiscal para las multinacionales”, concluye.
Bruselas tampoco termina de estar satisfecha con el supuesto lavado de cara de Luxemburgo. En marzo pasado, el comisario de Economía, Pierre Moscovici, alertó de que Bélgica, Chipre, Hungría, Irlanda, Malta, Holanda y Luxemburgo mantienen prácticas fiscales agresivas “con potencial para socavar la equidad del mercado interior, y aumentar la carga del contribuyente”.