No solo de opio vive el talibán
Junto al narcotráfico, la milicia ha desarrollado una red de extorsión que abarca del tránsito de productos legales al uso de servicios básicos como la electricidad
El periodista canadiense Graeme Smith viajó durante 15 años por Afganistán. Primero de reportero y luego consultor para centros de análisis como International Crisis Group, en el que trabaja en la actualidad. Ha tenido contactos con todos, incluso con los talibanes, y aún así advierte: “Los expertos no tenemos respuestas. Los talibanes son una organización secreta y nadie sabe cómo se financian”. Hay aproximaciones a las fuentes que han llenado sus arcas hasta la reconquista de Kabul. Según un informe reciente de la ONU, los ingresos anuales de los talibanes van de los 300 a los 1.600 millones de dólares, una horquilla amplia. Sí concreta este reporte el origen del dinero: tráfico de drogas y producción de opio, extorsión, secuestro y petición de rescate, explotación de zonas minerales, impuestos en sus zonas de control, donaciones individuales y de organizaciones no gubernamentales.
Smith ha estudiado junto al también consultor David Mansfield las principales fuentes de financiación. Como advierte en un correo Mansfield, “el valor del comercio de drogas como fuente de ingresos en comparación con otros productos básicos como combustible y mercancías en tránsito es relativo” en el caso de los talibanes. Su colega Smith, en conversación telefónica, afirma incluso que lo recaudado por las fuerzas gubernamentales en la explotación de opio es dos veces mayor que lo ingresado en las cuentas del grupo insurgente. “Yo mismo he visto los convoyes de talibanes, pero son solo landrovers, el Gobierno controla las rutas y las fronteras”. Controlaba, el escenario ha cambiado.
Tanto Smith como Mansfield consideran que más valioso que el tráfico de drogas —opio, pero también metanfetaminas y hachís— o incluso los minerales es el tránsito de productos legales de forma ilegal, normalmente a través de las porosas fronteras, como la que conduce a Pakistán, en la franja oriental del país, o a Irán, por el oeste. En un informe conducido también por Mansfield para la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) se estima que los talibanes han podido ganar hasta 83,4 millones de dólares al año en impuestos al tránsito de combustible y otros bienes que entran desde Irán. “Las carreteras principales”, dice este trabajo, “sirven como arteria principal por la que los talibanes y los funcionarios corruptos operan”.
El cultivo de opio es, no obstante, una de las señas de identidad de la economía afgana —en torno al 10% del PIB—. Hace 21 años, los talibanes prohibieron el cultivo de opio. Entonces, el país contaba con unas 82.000 hectáreas. En 2018, según datos reunidos en un informe para la UE, eran 263.000 las hectáreas de cultivo de opio. Los ingresos anuales para los talibanes rondarían los 460 millones de dólares.
Este dinero recorre todo el proceso, desde los impuestos que se cobran a los agricultores, hasta el transporte, procesamiento en laboratorio para obtener heroína, y comercialización. La extorsión ha alcanzado a los poderes locales o incluso servicios básicos como la electricidad. La BBC citaba a finales de 2018 a una fuente de la dirección de la Compañía de Electricidad de Afganistán, que cifraba en dos millones de dólares la cantidad obtenida al año por los talibanes a través de cobros a consumidores de luz.
Tras su victoria bélica, además, el grupo insurgente se ha incautado de armamento que bien pudiera usar o vender en el mercado negro. Pero por delante no tiene ya solo el pago a los alrededor de 60.000 milicianos y aliados sino toda una administración de Estado. Nada fácil debido a que Washington ha congelado 9.000 millones de dólares del Banco Central afgano, mientras el FMI y el Banco Mundial han dejado en suspenso sus compromisos con el país centroasiático.