El Pais (Valencia)

Etapa de hoy

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“Qué profunda emoción recordar el ayer…”, empieza a entonar el cantante contratado para animar la terraza del hotel del Mérida en el que duerme, seguro que ya duerme, es medianoche, Guillaume Martin, el normando. “Se la dedico al equipo francés que está aquí alojado”, anuncia el cantante que quita el sueño, y continúa, “ante mi soledad en el atardecer tu lejano recuerdo me viene a buscar”, como si el solista ya supiera que Charles Aznavour lo escribió no para hablar de Venecia, sino del final de la etapa en la cima del Pico Villuercas, el sol aún alto pero ya declinante sobre la Extremadur­a tan verde, y su ciclista francés allí, así.

Guiado por su compañero Remy Rochas, un ciclista feroz, que acomete más que pedalea, y es un prodigio de fuerza, y también le llegó en sueños el eco de Aznavour en español, ataca Guillaume Martin, que tiene a menos de un minuto el maillot rojo. Ataca y ni dos kilómetros después levanta el pie. Lucha Martin por el rojo, pero Odd Eiking apenas cede un par de metros, y el normando sabio se descorazon­a y se cansa. Y no llega solo ni muy delante.

Acierta a medias Aznavour. No gana Martin pero sí gana un francés, solo, al atardecer, el sol haciendo brillar, abajo, el monasterio de Guadalupe, y su soledad la cura el lejano recuerdo de su anterior victoria en una gran vuelta —ya cuatro años han pasado del Tour del 17 y el muro de Peyragudes en el que pudo con Urán, Aru de amarillo y Landa—, pero no duerme en su hotel y difícilmen­te lo ha podido inspirar.

Es Romain Bardet, hombre que quiere ser libre, sin presión ni necesidade­s ni control.

Lejano en la general, el ciclista que hace nada luchaba para ganar el Tour es uno de una fuga de 18 que le lleva y protege los kilómetros interminab­les del viento y las carreteras quebradas, y le estresa locamente. Pero lleva un entrenador en el coche, al lado, que como un psicólogo, explica Bardet, de 30 años, le ayuda a canalizar sus ansiedades cuando en la fuga cada uno pedalea a lo suyo,

Navalmoral de la Mata 274 m

Alto de la Centenera 1.350 m 1 sin criterio ni sentido colectivo, y le aconseja que se encierre en sí mismo, que no mire a nadie, que cuando llegue el momento, se vaya. Son tres ataques. El primero, a 12 kilómetros, anuncia que está fuerte. El segundo, a falta de siete kilómetros, para alcanzar a tres fugitivos; el segundo, a seis, para quedarse solo en compañía del viento y el deseo. Para alcanzar una victoria que justifica una etapa

Puerto de Pedro Bernardo 1.226 m 2

Puerto de Mijares 1.570 m 1

El Barraco 1.040 m

Puerto San Juan de Nava 1.110 m 3 en la que los que quieren ganar la Vuelta se sometieron voluntario­s al bloqueo dictado por el Jumbo de Primoz Roglic, que no tiene el día de ansia exhibicion­ista, sino de deseo de discreción y silencio trapense, estalinist­a. Deja que la fuga se mueva por los terrenos de los 10 minutos, constante, desesperan­za a quienes querrían creer, y tampoco son muchos, pues el calor sigue machacando, y las fuerzas no animan a las voluntades, y ni se conturba apenas cuando ataca Superman López, el único de entre los grandes sordo para el gemido general. El colombiano, a menos de minuto y medio del esloveno en la general, vuela con el estilo de sus grandes días, de jinete desmelenad­o que le echa una carrera al viento y le gana. Esa impresión da. Asciende los últimos kilómetros así, tan veloz que parece que le saca un siglo al pelotón que manejan sin cambios bruscos de ritmo Kruijswijk y Kuss, los mejores amigos de Roglic. Espejismos en Villuercas. Ni Superman vuela ni los Jumbos se pasean. Todo el esfuerzo de tres kilómetros le vale al colombiano cuatro segundos. Roglic no ha perdido el compás. No se ha dejado aislar. A su rueda, Enric Mas no ha podido hacer la tenaza preparada por su compañero del Movistar.

En la Extremadur­a de Guadalupe y Zurbarán crecen los árboles

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/ JORGE GUERRERO (AFP) Bardet festejaba ayer su victoria de etapa.

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