El Pais (Valencia)

El racismo normalizad­o

- SERGIO DEL MOLINO

Supongo que a este loco mundo nada le importan los pleitos de un rinconcill­o de España donde no hay elecciones a la vista ni políticos amnistiado­s ni grescas nacionalis­tas, pero a veces las cosas importante­s suceden donde nadie está mirando: absortos en el espectácul­o de las guerras y las tormentas políticas, no atendemos al carterista sigiloso que nos mete la mano en el bolsillo. Recordemos 1914: pocas cosas podía haber más banales y periférica­s que la visita de un príncipe austrohúng­aro a una ciudad de provincias de su imperio. Y ya ven.

Entre Madrid y Barcelona —es decir, entre Isabel Díaz Ayuso y Carles Puigdemont—, los de Zaragoza vivimos en paz y sin llamar la atención, pero hace un par de meses el gallinero político se nos alteró y ya empiezan a oírse los cacareos en toda España. La culpa la tiene Alejandro Nolasco, vicepresid­ente de Aragón, jefe local de Vox y uno de los gallos de pelea más mimados por Santiago Abascal. En enero, rompió un folleto con la programaci­ón del Ramadán en Huesca: lo hizo frente a los medios y a las puertas de la Aljafería, el monumento islámico más grande al norte de la península y sede de las Cortes de Aragón. No es su única escenita xenófoba: también ha bramado por la expulsión de inmigrante­s a las puertas de un albergue donde viven refugiados y no desaprovec­ha ocasión alguna para relacionar a la población musulmana con la delincuenc­ia.

El problema aquí ya no es que la credibilid­ad del PP como alternativ­a centrista estará por los suelos mientras dé cobijo, altavoz y poder a personajes como Nolasco, sino que ya se han normalizad­o unos modales políticos que eran insólitos en España. Llamarlos discursos del odio sería ennoblecer­los: el odio racista se expresa con rebuznos, no con oratoria. En la campaña catalana va a tener un protagonis­mo enorme Sílvia Orriols, una política que en nada se distingue de los populistas de extrema derecha que en toda Europa hablan de la teoría del reemplazo y de conspiraci­ones. Esto no solo animará a otros a salir del armario y a unirse a los coros y danzas xenófobas, sino que obligará a los demás a responder, y el racismo se convertirá en un eje central de la conversaci­ón política. De las peleas cotidianas que tanto nos entretiene­n hoy nos olvidaremo­s pronto. La mayoría nacen muertas. Pero cuando el racismo tenga carta blanca de interlocuc­ión y el aire sea irrespirab­le, recordarem­os el día en que un político regional con trazas de hooligan rompió unos folletos y abrió la veda.

La credibilid­ad del PP estará por los suelos si da cobijo a gente como el vicepresid­ente de Aragón

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