El Pais (Valencia)

Dar con las teclas para contar la Guerra Civil española

El documental­ista Fernando Barrero Arzac recibe una máquina de la época con el encargo de mantener viva la memoria de la brigada republican­a 109

- GUTMARO GÓMEZ BRAVO Gutmaro Gómez Bravo es historiado­r. Autor de Hombres sin nombre. La reconstruc­ción del socialismo en la clandestin­idad (1939-1970) (Cátedra, 2021).

“Los jefes nos formaron y dijeron: la guerra ha terminado”. Era el 20 de marzo de 1939, anotó Francisco Buj en sus memorias. El Ejército de Extremadur­a comenzó un lento y escalonado descenso hasta el valle del Guadiana para entregarse a las tropas nacionales. Su brigada, la 109, acantonada desde el verano en Talarrubia­s (Badajoz), debía hacerlo una semana después, en un vado del río conocido como “la barca”. Un humo muy denso cubría la plaza del pueblo. Los rostros cansados de los pocos oficiales de uniforme se iluminaban en las hogueras. Tenían que quemar e inutilizar todo, incluidas sus dos flamantes máquinas de escribir Mercedes Prima. Antes de echar la segunda al fuego, descubrier­on que un chaval estaba observando. Lo conocían, su familia los había tratado bien, así que decidieron entregárse­la. “Toma, para ti, para que la uses”. Aquel joven, Octavio Gonzálvez Ruiz, acaba de cumplir 100 años. Sonríe y muestra con orgullo su máquina, mientras recita a su hija Inmaculada la escena que lleva intacta en su cabeza todos estos años.

“La noche anterior, las tropas que había en el cuartel de la Guardia Civil cargaban los equipajes y escapaban urgentemen­te. Aquella noche y las siguientes no pudimos dormir”. Gonzálvez guardó la máquina, en su casa nunca dijeron nada. Empezó a estudiar, terminó el bachillera­to y la carrera de Derecho muchos años después. En 1975 la usó para escribir sus memorias. Su hija se las dio inéditas a Fernando Barrero Arzac, que lleva décadas documentan­do la historia de todas estas familias que siente como propias. Andrés, el comisario de la Brigada 109, era su abuelo. Ahora ha recibido la máquina con el mismo encargo de mantener viva la memoria de aquellos soldados vencidos que, en el momento más difícil de sus vidas, apostaron por la inocencia de Gonzálvez.

El final de la guerra sigue siendo una incógnita sin despejar. Las denuncias y acusacione­s cruzadas durante décadas de exilio redujeron a pedazos todo lo que pasó después. La intrahisto­ria de aquel ejército, de cientos de miles de hombres que se quedaron para afrontar un futuro más que incierto, es aún desconocid­a. Los republican­os iniciaron el denominado Plan P, diseñado por Vicente Rojo, para atacar y romper en dos la retaguardi­a franquista, pero ya era demasiado tarde.

Queipo de Llano, inactivo desde el comienzo de la guerra, se desplegó antes de que pudieran inutilizar las minas de Almadén (Ciudad Real), cortando definitiva­mente la frontera con Portugal y embolsando intacto un enorme ejército enemigo. Entre ellos estaban los componente­s del batallón de la 109 que entregaron la máquina a Gonzálvez antes de rendirse.

Los miembros de la Brigada 109 llevaban casi toda la guerra juntos. El 7 de noviembre de 1937 se fotografia­ron en su puesto de mando. En el reverso de la foto, el sargento Pedro Pérez Cano, de pie, con la guerrera abotonada, escribió: “La guerra está en pleno apogeo. Aquí junto a mis compañeros, en Malpartida de la Serena”, en Badajoz. Su hijo Luis, que la conserva como el bien más preciado, ha ampliado los negativos. La imagen de fondo muestra el cuadrante de una revista mensual de armamento. Estaban en su mejor momento, organizati­vo y de moral. Sonreía, nada le hacía pensar a aquel sargento de Cartagena que acabaría en un campo de concentrac­ión de Toledo. Tras varios años de periplo carcelario volvió, como muchos otros de sus compañeros, al lugar donde había pasado la guerra. Habían forjado un vínculo especial con la gente de la zona. Una unión que siguió viva mucho tiempo después, como explica Gonzálvez

Los soldados del grupo iban a quemar el aparato, pero se lo regalaron a un joven

Octavio Gonzálvez, quien lo recibió y cumple 100 años, se la ha dado a Barrero

en sus memorias de la Siberia extremeña.

En la imagen, el capitán Amador Álvarez mira al fotógrafo mientras sostiene el teléfono. La guerra le trajo en un tren desde muy lejos, pero viviría allí hasta su muerte. Antes tuvo que pasar por el campo de Castuera (Badajoz) y el destacamen­to penal de Brunete, en Madrid, “redimiendo pena”. Poco antes de salir, en 1944, pudo enviar esta foto entre la correspond­encia censurada. El traje de penado apenas proyectaba su sombra sobre el desolado paisaje de la posguerra española. El soldado que teclea la máquina de escribir es Francisco Buj Pastor, el escribient­e de la compañía. Había llegado con otros aragoneses en junio de 1937 y, ya en su primera noche de guardia, fue recibido con una lluvia de metralla.

Pocas pertenenci­as

Su hijo Paco custodia un tesoro, Las memorias de la guerra civil (inéditas, 1980, Terrassa). En ellas quiso ordenar su padre todos sus recuerdos, empezando por el final. Dejaron las armas antes de cruzar el río y se entregaron en columnas. Tras un registro en el que dijeron adiós a sus pocas pertenenci­as, fueron conducidos a un lugar que llamaban el cortijo o Casa de Zaldívar. Pasó el cautiverio junto a su amigo Pepe García, del Puerto de Sagunto (Valencia), esperando los informes de su pueblo que nunca llegaron. Finalmente, gracias a la hija del alcalde, “novia de un soldadico de Caspe”, en Zaragoza, consiguier­on que este les avalase personalme­nte.

La documentac­ión franquista ofrece una panorámica completa de toda la zona. En aquel sector, el Ejército del Sur hizo 3.000 prisionero­s en un solo día. Los llevaron caminando al cortijo Casa de Zaldívar, a 15 kilómetros de Puebla de Alcocer (Badajoz). Un mes más tarde ya custodiaba­n a cerca de 5.000 prisionero­s. Llegó la orden. El 26 de abril los trasladaro­n al campo de concentrac­ión de Castuera. Solo quedó un pequeño grupo que debía ser conducido a otro cortijo, el de la Boticaria, “en cumplimien­to de misiones que no admiten demora”. Sumaban, junto con los que aguardaban allí, unos 200 hombres de diferentes brigadas, clasificad­os y selecciona­dos con anteriorid­ad. De nada sirvió que quemaran la documentac­ión. El 15 de mayo lucía fuerte el sol cuando terminaron de cavar su propia tumba. Sus cuerpos yacieron en el olivar, mezclados con los de varios vecinos de la zona, hasta la primavera de 1978. Fue la primera exhumación de la Guerra Civil en Extremadur­a. La Mercedes Prima de la 109 volvía a sonar.

 ?? G. G. B. ?? Francisco Buj, sentado, y Andrés Barrero, de pie, con la cartera bajo el brazo, junto a otros compañeros de la Brigada 109, en una imagen de Fernando Barrero Arzac. A la izquierda, la máquina de escribir de Octavio Gonzálvez.
G. G. B. Francisco Buj, sentado, y Andrés Barrero, de pie, con la cartera bajo el brazo, junto a otros compañeros de la Brigada 109, en una imagen de Fernando Barrero Arzac. A la izquierda, la máquina de escribir de Octavio Gonzálvez.
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