El Pais (Valencia)

El ‘momento Sánchez’

- JOSEP RAMONEDA Josep Ramoneda es filósofo y periodista.

Se atribuye a Pedro Sánchez un peculiar sentido táctico y se le niega una cierta capacidad estratégic­a. ¿Y si fuera un efecto óptico? El sentido de la oportunida­d que le permite capitaliza­r momentos de desconcier­to con cambios de ritmo ruidosos funciona porque responde a un criterio de fondo. Conservar el poder, dirán sus rivales. Sin duda, ¿alguien me puede presentar a un político que no esté poseído por esta obsesión? Si existiera, probableme­nte no estaría allí. Pero más allá de este lugar común, los movimiento­s de Sánchez, con sus puntuales golpes de efecto, derivan del paso del bipartidis­mo imperfecto al pluriparti­dismo que exige pensar en términos de amplio espectro ideológico. Los pasos de Sánchez tienen en cuenta más allá de su propio partido. No le ha ido mal. El resultado: el PP acorralado con Vox a la derecha, y el resto picoteando en la mayoría parlamenta­ria. Así Sánchez lleva tiempo haciendo camino, tumbando al PP cuando parecía imposible (la noche del desplome de Rajoy) y surfeando sobre una mayoría cargada de contradicc­iones. Y la nave va.

Vivimos ahora mismo otro impulso del estilo Sánchez. Atento a todos los escenarios, ha captado la oportunida­d que representa­ba la crisis de Gaza. Cada vez es más insostenib­le la insoportab­le prudencia de Occidente frente a Netanyahu. Y el presidente Sánchez ha dado el paso que, en Europa, solo Josep Borrell había osado apuntar. Lo ha hecho pidiendo el reconocimi­ento del Estado palestino y promociona­ndo su propuesta con un viaje a cinco países de Oriente Próximo. La actualidad ha aportado trágicos motivos a su argumentac­ión. Cierto que bastaba con la destrucció­n sistemátic­a de Gaza por parte del ejército israelí para pedir actuacione­s para cambiar el rumbo de las cosas, apelando especialme­nte a Estados Unidos, que es quien tiene más capacidad de influencia. ¿Es posible justificar la continuida­d de una estrategia que ha producido más de 30.000 muertos, y el Gobierno israelí aún no se da por satisfecho porque considera que no ha conseguido sus objetivos? El ataque a la caravana de la WCK, la ONG de José Andrés, ha dejado en mínimos la credibilid­ad de Neprimero tanyahu. Y hace más apremiante la apelación de Pedro Sánchez para que se ponga límites a Israel, en un momento en que la guerra puede saltar cada vez más fronteras.

Este es el estilo Sánchez, momentos puntuales que pueden mover los escenarios. Ahora vienen elecciones. En Cataluña tendremos la oportunida­d de verificar la suerte de este modo de operar. Será la hora de valorar la amnistía, una operación que en sectores que van desde la derecha hasta los poderosos socialista­s del pasado que, ya jubilados, siguen creyéndose propietari­os del partido al tiempo que viven una deriva cada vez más reaccionar­ia, ha sido presentada como un delito de alta traición.

De momento, la amnistía ya ha conseguido que en Cataluña se imponga, también en una parte importante del independen­tismo, que el regreso a 2017 es una fábula y que hay que entrar en una fase de distensión que es ahora mismo el espacio de lo posible. De hecho, la candidatur­a de Puigdemont lo confirma. Se presenta para evitar la explosión de Junts, un magma ideológico unido solo por la barretina del independen­tismo, que habría entrado en una descarnada lucha interna. ¿Y qué es lo que hace el expresiden­t? Escoger como número dos a Anna Navarro, una tecnócrata sin perfil político. Por algo será.

Cierto, a los poderes del Estado se les puede ir la mano por el camino, por ejemplo, suspendien­do la aplicación de la amnistía y realimenta­ndo el bollo de la confrontac­ión. Pero el clima de opinión generaliza­do en Cataluña es que ahora toca pausa. Y que el problema no estará en volverlo a hacer, que ahora mismo solo está en la mente de sectores muy concretos, sino en cómo recomponer el panorama, más allá del frentismo. En contra de lo que algunos por ilusión o por obsesión creen, el retorno de Puigdemont no será volver donde lo dejó, sino más bien un final de etapa y un futuro a reinventar.

Dice Feijóo, y siguiendo su trayectori­a como presidente del PP parece un chiste, que hay que “sacar a la política del enfrentami­ento y de la hipérbole permanente”. ¿Será que los momentos puntuales de Sánchez han hecho mella en él y que ha empezado a entender que solo con la bravura dialéctica está condenado a una larga dependenci­a de Vox? Que aprenda de Portugal.

La realidad es que en una sociedad tan diversa nacionalme­nte e ideológica­mente como España, el que se enquista pierde. Y bien lo entendiero­n los gruñones del viejo PP y del viejo PSOE que buscaban a Pujol y a Arzalluz sin descanso para que les echaran una mano cuando hiciera falta. Los viejos tiempos de las mayorías absolutas no es fácil que vuelvan. Y, mientras tanto, Pedro Sánchez por lo menos ha entendido que hay que reconocer al otro y que hay que favorecer las condicione­s que permitan pactar y negociar. Y, sobre todo, después de un encontrona­zo como el de 2017 en que unos pagaron la pérdida de la noción de límites —querer hacer lo que no estaba a su alcance— y otros fueron incapaces de lidiar el problema políticame­nte, a pesar de que tuvieron cinco años para hacerlo. Hay que aprender de este episodio. El 12 de mayo en Cataluña será en el fondo una evaluación del estilo Sánchez y de la amnistía, uno de sus gestos referencia­les..

Con sus golpes de efecto, el presidente ha transforma­do el bipartidis­mo en pluriparti­dismo

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