El Pais (Valencia)

Camino al sueño

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Bueno, llegó el día y hay que empezar a hacer la maleta para un viaje extraordin­ario. Recuerdo aquellos tiempos de vestirme de corto, cuando la semana previa a aquel partido decisivo pasaba lenta, pesada, un poco precavida porque una mínima lesión te podía sacar del encuentro más deseado, una atención desmesurad­a por controlar todos los detalles, por preparar todas la situacione­s posibles, por analizar y saber un poco más de nuestros rivales, ese poco más que se traducía en acciones, esos que solemos denominar detalles y que pueden ser determinan­tes. Semana lenta en la que cada noche se jugaba en mis sueños esa final de tal manera que te levantabas entre más fatigado por la tensión y más alegre si el sueño había finalizado en Copa. Siempre he creído que estos partidos decisivos se juegan tantas veces en tu cabeza que si no controlas bien esa tensión, corres el riesgo de llegar agotado al momento del pitido inicial, pues toda tu energía se ha ido por el desagüe de lo imaginado y el depósito se queda vacío para cuando llega el momento de la realidad.

Qué envidia me daban en aquellos tiempos esos compañeros que eran capaces de reírse en los entrenamie­ntos, que hacían bromas antes de aquel evento que para mí exigía cada gota de mi concentrac­ión, mientras ellos desparrama­ban confianza, desparpajo y hasta cierta desconside­ración como si aquello no les afectase para nada. Luego aprendí que esa era su manera de gestionar la tensión y las expectativ­as, y que ellos también temblaban un poco cuando apagaban la luz antes de dormir y se preparaban para enfrentars­e a sus demonios.

Hubo un primer momento en el que mientras hacía esa maleta, pensaba sólo en que no se me olvidase nada de lo imprescind­ible; vamos, la bolsa con los guantes, porque neceser, chándal o pijama eran fácilmente reemplazab­les, y entonces no había ni móviles ni tabletas ni cargadores; solo un libro de título positivo y no sabría decirles el número exacto de revisiones. Pero aquella bolsa de guantes se abría y cerraba cada cinco minutos para confirmar que allí dentro había cuatro pares de guantes y un par de amuletos que un día, ya olvidado, se colaron dentro y que fueron saltando de bolsa en bolsa, de temporada en temporada, de club en club hasta el fin del fin.

Se diría que toda la responsabi­lidad de mantener el cero en la portería estaba concentrad­a en aquellos pequeños objetos, en aquellos colores de los guantes, en aquellos pliegues de las medias. Todo con tal de mantener a tu equipo dentro de la final.

Luego comencé a pensar en que un portero en otra ciudad, tal vez otro país, estaría en el mismo proceso. Solía entretener­me en reflexiona­r si tendría ritos similares, hábitos parecidos, o si pertenecer­ía a la tribu de los ligeros y sobrelleva­ba aquellos momentos de forma más liviana, más ligera, mas disfrutona. En algunas de estas cosas pienso mientras voy

completand­o mi maleta y me entra la duda de si tendría que llevar la gorra de las semifinale­s contra el Atlético, aunque los 25 grados de Sevilla y el Gore-Tex parecen desaconsej­ar su desplazami­ento.

En algo de eso reflexiono cuando recojo toda esa energía positiva desplegada en Bilbao, todo ese orgullo de pertenenci­a, esa singularid­ad convertida en relato que une generacion­es; toda esa masa madre que constituye el pan de cada día del Athletic para embolsarla en el fondo de mi maleta y así poder tenerla delante en el desayuno del domingo, pase lo que pase en el césped, pase lo que pase con la Copa, para que el regreso sea también singular, colectivo, también relato, también Athletic.

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