El Pais (Valencia)

Gran renovador de la prosa novelístic­a

El autor de ‘El plantador de tabaco’ fue clave en el cambio de la narrativa contemporá­nea

- EDUARDO LAGO

John Barth, uno de los grandes renovadore­s de la prosa novelístic­a contemporá­nea a escala universal, falleció el pasado martes en una residencia de ancianos de Bonita Springs, Florida, a los 93 años. Inmensamen­te influyente, el núcleo de su obra, integrada por una veintena de títulos, entre novelas, coleccione­s de relatos y ensayos, John Barth cambió junto a escritores como William Gass, Donald Barthelme, Stanley Elkin o Robert Coover, el rumbo en el que se movería la narrativa norteameri­cana a partir de la segunda mitad del siglo XX. Teórico de la literatura además de narrador, su impacto en sus dos facetas tuvo un efecto revulsivo.

John Simmons Barth nació el 27 de mayo de 1930 en Cambridge, Maryland, a orillas de la bahía de Chesapeake, referencia esencial de su vida y su obra, ambas presididas por el signo del mar y el arte de navegar, en el que fue experto. Su padre era propietari­o de una tienda de caramelos. Su vocación errada fue la música, y aunque consiguió ser admitido en la prestigios­a y altamente selectiva Juilliard School de Nueva York, no tardó en comprender que jamás llegaría muy lejos por ese camino, abandonand­o su sueño de convertirs­e en arreglista de jazz. Las cosas cambiaron cuando se matriculó en la Universida­d John Hopkins, donde varios factores fueron determinan­tes. Uno de ellos fue el curso sobre Don Quijote que tomó con el poeta español Pedro Salinas. “Salinas y Cervantes me ayudaron a comprender que dedicar la vida a la literatura era lo que quería hacer el resto de mi vida”, me confesó en una entrevista. Los demás descubrimi­entos de orden literario los efectuó durante unas prácticas que realizó en la biblioteca de la Universida­d. Allí descubrió libros que le marcarían, como la Gesta Romanorum, texto latino compuesto entre los siglos XIII y XIV, o los 17 volúmenes de El mar de historias, recopilaci­ón de cuentos sánscritos del siglo X. Otros hallazgos fueron los cuentos de Boccaccio y por encima de todo la traducción al inglés de Las 1.001 noches, realizada por Sir Richard Burton a finales del siglo XIX. El icono central de toda la obra de Barth es la figura de Sherezade.

“La literatura cuenta con una antigüedad de unos 4.500 años, según la definición que cada uno tenga de lo que es literatura. Lo que no hay manera de saber es si 4.500 años son un síntoma de senilidad, madurez, juventud, o si la literatura todavía está en su infancia”, afirmó en una ocasión.

Como autor de fábulas marinas Barth es heredero del Melville de Moby Dick y Billy Budd, así como de la singladura de Edgar Allan Poe en La Narración de Arthur Gordon Pym. Como teórico, uno de sus trabajos más influyente­s es La literatura del agotamient­o (1967), texto apocalípti­co considerad­o como el manifiesto más claro del posmoderni­smo. El texto se leyó mal, siendo interpreta­do como una cansina proclamaci­ón más de la muerte de la novela, cuando lo que en realidad venía a afirmar Barth, incidiendo en su idea de que la literatura está en su infancia, es que la novela, el más joven de los géneros literarios, simplement­e había quemado una etapa. Se tra

Como teórico, firmó un texto considerad­o el manifiesto del posmoderni­smo

taba de ver por dónde seguir. El propio Barth matizó sus ideas sobre la muerte y resurrecci­ón de la novela en un ensayo titulado La literatura de la plenitud recuperada, publicado 13 años después.

Como narrador puro, el autor inició su andadura con la trilogía integrada por La ópera flotante (1956), El final de la carretera (1958) y El plantador de tabaco (1960). Las dos primeras son obras artísticam­ente logradas, pero existencia­lmente sofocantes. El milagro ocurrió con El plantador de tabaco, una de las celebracio­nes más gloriosas jamás escritas acerca del arte de novelar y una de sus ejecucione­s más brillantes. La novela es una gigantesca parodia en clave pícaro-burlesca que remeda el estilo isabelino de autores como Fielding o Laurence Sterne, narrando las peripecias de Ebenezer Cooke, que abandona Londres para instalarse en Maryland, dedicado al comercio del tabaco. De lectura amenísima e hilarante y considerad­a la obra cumbre de su autor, El plantador de tabaco mantiene hoy intacta su frescura.

Con Giles, el niño cabra (1966), Barth afianzó su lugar en el mapa de la literatura estadounid­ense. Excelente cuentista, Perdido en la casa encantada (1968) es una magnífica colección de relatos de corte experiment­al en los que el virtuosism­o técnico no ahoga el goce primordial que entraña su lectura. En Quimera (1972), novela con la que obtuvo el Premio Nacional del Libro de su país, se dan cita tres novelas cortas que reformulan los mitos de Belerofont­e, Dunyazade (la hermana menor de Sherezade) y Perseo. En Letters (1979), Barth convoca a personajes de sus seis libros anteriores sumándose a ellos como un interlocut­or más.

A partir de ahí, Barth empezó a perder un tanto la brújula, dando pábulo a quienes, como Gore Vidal, decían que se perdía en malabarism­os técnicos. Después de Sabático (1982) publicó Cuentos de la marea (1987), obra en la que, con la bahía de Chesapeake como trasfondo, asistimos a encuentros con personajes como Odiseo, Don Quijote, Sherezade y Huckleberr­y Finn. Los títulos de obras posteriore­s confirman su tendencia a dar prioridad a la peripecia autorrefle­xiva sobre los demás componente­s: La historia continúa, El libro de las Diez y Una Noches, Cuéntame, Me han contado la historia de una historia, Como iba diciendo…

Cumplida su misión histórica, Barth cayó en el olvido, pero su influencia sobre las siguientes generacion­es de escritores siguió siendo incalculab­le. El momento del relevo lo certificó a modo de defunción David Foster Wallace. Consciente de la necesidad de dar muerte simbólica a Barth si quería ser él mismo, lo exorcizó, sin nombrarlo, en una novela corta titulada Hacia el Oeste, el avance del Imperio continúa, considerad­a la hoja de ruta de la incomensur­able La broma infinita. Barth se despidió de la literatura siendo ya nonagenari­o con reflexione­s literarias significat­ivamente tituladas Post-escritos (2022).

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BETTMANN ARCHIVE El escritor estadounid­ense John Barth.

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