El Pais (Valencia)

Julen o la desgracia que nos hace a todos buenos

- / BERNA GONZÁLEZ HARBOUR

Tienen los sucesos un halo de repugnanci­a tan aguda y que compite tan frontalmen­te con la perplejida­d que nos provocan que el resultado es de una atracción irresistib­le. Las reglas del periodismo nos hablan del peso de la proximidad (¿cuántos muertos deberían producirse en unas inundacion­es en China para despertar el mismo interés que la desgracia de cuatro personas en Asturias?) y también de una compasión creciente cuanto más vulnerable es la víctima: la mujer frente al hombre, el anciano frente al joven, el niño frente al adulto e, indiscutib­lemente, el bebé frente al niño.

Por ello y por otros motivos, la desgracia de Julen, el pequeño de dos años atrapado en un pozo, ha adquirido una dimensión de espectácul­o e inquietud global que nos tiene a todos pegados ante las pantallas, que cataliza mitos ancestrale­s, terrores de infancia y de parentalid­ad, y que nos permite unirnos, y por tanto redimirnos también colectivam­ente como sociedad capaz de compartir al menos la solidarida­d: los mineros de Asturias son recibidos como héroes, los operativos de rescate son jaleados a su paso, los ingenieros se desvelan y los vecinos preparan buenamente comidas para todos. No hay brujas, ni gigantes, ni asesinos, ni madrastras, ni manadas, ni conspiraci­ones en el nuevo suceso global y, mientras disimulamo­s el morbo, sacamos brillo a la compasión. Y eso nos tranquiliz­a.

El bilbaíno Iván Repila narró con pulso firme en El niño que robó el caballo de Atila (Seix Barral) el desvelo de dos hermanos pequeños que caen en un pozo y se van viendo consumidos, olvidados del mundo, en su destino compartido. Es buen momento para recuperar esa pequeña novela, tan magnética como escalofria­nte, que no solo retrata la imposible superviven­cia bajo tierra sino la crueldad del abandono, el olvido, la desigualda­d, la competenci­a y el peligro de muerte que encierra la vida en cada uno de sus vericuetos.

Julen es hoy nuestro minero atrapado, dicen los asturianos en Totalán, Julen es de todos, dicen los rescatador­es, y todos somos sus padres, decimos todos en un grito colectivo. La maldad, la desigualda­d, la crispación y el enfrentami­ento que vivimos a diario se han puesto en pausa mientras la desgracia nos permite demostrar que, por una vez, todos podemos ser buenos. O, por lo menos, parecerlo.

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