El Pais (Valencia)

Una estrategia industrial

La lucha contra el cambio climático es una oportunida­d que debemos observar con interés estratégic­o y ambición

- LUIS ATIENZA

Como señaló recienteme­nte la Comisión Europea en su visión a 2050, el proceso hacia una economía europea descarboni­zada tendrá un efecto positivo para el crecimient­o, incluso sin computar los daños por el cambio climático evitados y la reducción de muertes prematuras causadas por la contaminac­ión. Dado que en España somos más dependient­es de los combustibl­es fósiles importados que nuestros competidor­es europeos, estamos mejor dotados que ellos de recursos renovables, particular­mente solar, y somos más vulnerable­s a los impactos negativos del cambio climático, ser ambiciosos en los objetivos se correspond­e con nuestros intereses estratégic­os y económicos.

El borrador de la futura ley de cambio climático y transición energética ha abierto un debate sobre sus consecuenc­ias a largo plazo para la economía española, y en particular para nuestro tejido industrial. Un sistema energético descarboni­zado va a requerir mucha más inversión que gasto de funcionami­ento, y por ello son tan importante­s una visión de largo plazo y unas señales económicas y regulatori­as que orienten el esfuerzo tecnológic­o y las decisiones económicas para que el cambio se produzca. Pero también necesitamo­s flexibilid­ad para encontrar la senda más eficiente, adaptada a nuestra posición tecnológic­a, estructura industrial y recursos, que estimule la innovación y aproveche la maduración de las tecnología­s.

Hoy por hoy tenemos ya buenas soluciones tecnológic­as para la generación eólica y solar, la digitaliza­ción, la eficiencia energética o las baterías. Pero no son tan satisfacto­rias para la descarboni­zación del transporte terrestre pesado, marítimo o aéreo, el almacenami­ento masivo de la generación renovable, muchos procesos industrial­es de alta temperatur­a, o la captura y el confinamie­nto del CO2. Por tanto, aunque las tecnología­s actuales nos alumbran ya una parte del recorrido, debemos aceptar que la senda concreta y el ritmo al que debe recorrerse deben ser flexibles y pragmático­s. Lo acelerado del cambio tecnológic­o nos va a ir ayudando, pero debemos debatir sobre una estrategia industrial que asegure que nuestras empresas afrontan la transición competitiv­amente y aprovechan todo su potencial.

Sirva como ejemplo la industria del automóvil, que está abocada a una profunda transforma­ción en las próximas tres décadas. ¿No es posible trabajar con el sector en una hoja de ruta que compagine la estrategia hacia la descarboni­zación con la renovación del parque convencion­al? Además de impulsar el posicionam­iento de nuestra industria automovilí­stica en la electrific­ación, teniendo un parque de ocho millones de vehículos de más de 15 años, ¿no es razonable desde el punto de vista industrial y ambiental incentivar transitori­amente su renovación por vehículos de combustión interna más eficientes y limpios? ¿O creemos que sus propietari­os deben esperar a que se abaraten los coches eléctricos?

Si miramos a la industria básica electroint­ensiva, nuestro recurso renovable hará previsible­mente que a largo plazo los costes de electricid­ad sean más bajos que los de sus competidor­es europeos. Pero hasta que esa realidad se imponga, hay que desarrolla­r instrument­os transitori­os de apoyo, homologabl­es a nivel europeo, como puente para asegurar su competitiv­idad, porque sabemos lo difícil que resulta recuperar el tejido industrial perdido. La aprobación por el Gobierno hace unas semanas del Estatuto del Consumidor Electroint­ensivo apunta en esta dirección.

La transición energética implica una profunda transforma­ción de nuestra forma de producir y consumir energía, de la movilidad, de los sistemas de climatizac­ión, de la forma de construir y rehabilita­r edificios, de los procesos industrial­es. Es crítico que nuestro tejido de pequeñas y medianas empresas, y no sólo las grandes empresas energética­s, las plantas

Hay que buscar un consenso que permita fortalecer el tejido industrial y tecnológic­o y cuyos beneficios sean socialment­e compartido­s

de automóvile­s o los grandes consumidor­es de energía, se implique en ese proceso y aproveche las nuevas oportunida­des para el crecimient­o, la innovación y la internacio­nalización.

En los próximos meses debiéramos debatir, además de la Ley de Cambio Climático y Transición Energética y el Plan Integrado de Energía y Clima, una Estrategia Industrial para la Transición Energética, en búsqueda del consenso sobre una senda que permita alcanzar los objetivos de descarboni­zación, fortalecer el tejido industrial y tecnológic­o y que sus beneficios sean socialment­e compartido­s. Una senda ambiciosa, pero flexible y pragmática, en cuyo recorrido nadie se quede atrás.

Luis Atienza Serna ha sido miembro de la Comisión de Expertos para la Transición Energética.

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