“Rusia imita a la URSS y sigue usando sus métodos para controlar el poder”
ANNE APPLEBAUM Canibalismo, robos, crímenes
La historiadora y periodista estadounidense Anne Applebaum, columnista de The Washington Post y experta en la Europa del Este, compartía ayer la principal conclusión a la que ha llegado tras el gran esfuerzo de documentación y escritura de La hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania (Debate), ensayo en el que documenta y argumenta a lo largo de casi 600 páginas que la crisis alimentaria que acabó con la vida de 3,9 millones de personas en ese entonces territorio de la URSS entre 1932 y 1933 fue producto de una decisión política consciente y criminal. “Este tipo de acontecimientos trágicos pueden producirse en cualquier parte”, dijo ayer en el Aspen Institute de Madrid en una entrevista con EL PAÍS. “Si se da la combinación adecuada de políticas e incentivos económicos, puedes hacer a la gente que haga cosas terribles en casi cualquier país. Así que creo que es importante volver a estas historias para comprender que todo eso puede suceder otra vez y que sucederá otra vez”, incide. “La historia no se repite exactamente del mismo modo, pero los seres humanos no cambiamos tanto”, abunda.
Una lección que bien puede servir hoy: “No quiero comparar la Europa contemporánea con el estalinismo, porque no sería justo, pero sí creo que estamos viendo en algunos países europeos partidos políticos antidemocráticos que intentan mantener el poder eliminando la prensa independiente, la independencia judicial”.
La autora ve peligros desde la extrema izquierda y la extrema derecha, además del “drama que está ocurriendo en Venezuela” y una Rusia contemporánea cuyos dirigentes no renuncian a algunos de los usos de la URSS. “La Rusia contemporánea está dirigida por gente que admira e imita a la Unión Soviética. Quizás no quieren recrearla exactamente, pero recuerdan perfectamente los métodos que usaban para controlar el poder y están utilizando algunos de ellos otra vez en nuevos contextos”.
Applebaum, de 54 años, es una gran conocedora del Este —vive en Polonia desde hace tiempo con su marido, Radek Sikorski, político conservador que fue ministro de Defensa y de Exteriores y que ha presidido el Parlamento polaco, y sus dos hijos— y de la historia de la URSS, sobre la que ha escrito, con este, tres libros. Los anteriores son El telón de acero, sobre la destrucción de Europa del Este entre 1945 y 1956, y Gulag, que le valió el Pulitzer.
En el volumen sobre la hambruna explica sus motivaciones: reunir y hacer accesible al público occidental un episodio crucial de la historia de Ucrania, “que es una parte importante de la política europea ahora mismo”. Y también para seguir intentando responder a preguntas muy parecidas a las que recorren toda su obra: “¿Por qué la gente colaboró y aceptó esta clase de malvados regímenes? ¿Por qué colaboraron en los gulags? ¿Por qué en 1948 se unió al Partido Comunista?”.
Morir de hambre
El contexto que dibuja el libro es el siguiente: las requisas de comida ordenadas por los líderes del Partido Comunista, cada vez más duras, sumadas a otras medidas como la prohibición del comercio y de viajar en busca de alimentos, agravaron de tal manera la crisis alimentaria que siguió a la colectivización forzosa de las explotaciones agrícolas de la URSS, que se alcanzó esa cifra brutal de 3,9 millones de muertes por hambruna entre 1932 y 1933. Se calcula que murieron unos cinco millones de personas en toda la URSS. Todo ello, sumado a una represión contra los intelectuales y dirigentes ucranios —lo que refuerza la idea de la autora de que Stalin intentaba acabar con cualquier ansia de independencia en la zona—, y a un gigantesco esfuerzo para ocultarlo después, a lo que contribuyeron algunos periodistas occidentales y sus Gobiernos, que tenían otras prioridades.
Applebaum cree que en Ucrania se sigue percibiendo hoy la huella de aquel espantoso episodio (conocido como Holodomor), bajo la forma de una sociedad Anne Applebaum destaca un grupo de fotografías, “realmente terribles y conmovedoras”, tomadas por un ingeniero austriaco, las únicas que se conservan sobre lo que ocurrió durante la gran hambruna en Ucrania. “Enseñan cómo la muerte se convirtió en algo completamente normal. Había cuerpos tirados en la calle y la gente andaba alrededor sin fijarse”, explica. Cuenta que le dedicó mucho tiempo a pensar en lo que significa morirse de hambre, cómo afecta a la mente, al comportamiento, que en aquel caso incluyó canibalismo, robos, crímenes... “Creo que casi todo lo que nos hace humanos, nuestro comportamiento, las relaciones sociales, dependen de este elemento básico, de que tengamos comida cada día. Y que cuando quitas eso, somos apenas humanos, nada es igual”.
que vive de espaldas a sus instituciones: “Hay una profunda división entre la gente y el Estado, que ven como un elemento extranjero y corrupto. Incluso ahora, con una genuina democracia, no existe mucha confianza en las instituciones estatales”.
Pero lo que ocurrió entonces no ofrece claves únicamente sobre el presente de aquel país. La escritora destaca que también ayuda a comprender una tendencia que denomina “Estado de un solo partido”, que es “una forma muy exitosa de mantener el poder”. “En nuestras democracias definimos la élite por medio de ciertos modos de competición —política económica o meritocrática—, pero el Estado de un solo partido lo define de otra manera, por la cual pasan a formar la élite quienes sean más leales, más patriotas, más cercanos al ideal del Estado, y esto es muy atractivo para la gente a la que no le gusta la competición, porque no son buenos en ella o piensan que está trucada o porque no es moralmente aceptable”, comenta.
Y pone el ejemplo de la Polonia en la que vive, donde describe una sociedad fracturada en la que una parte —entre ellos, algunos de sus “antiguos amigos” que hace años se reunían bajo la etiqueta común de derecha conservadora— reclama su derecho a gobernar “porque son más patriotas, se han mantenido más cercanos a interpretaciones más correctas de la historia. Y aunque no sean tan buenos en la competencia para ganar elecciones. Por ello, para mantenerse en el poder necesitan eliminar la independencia judicial y de los medios”. Y añade: “Creo que hemos dado por muerta demasiado rápida la idea de la autocracia. Es algo muy atractivo para la gente y ofrece a algunas personas un camino para triunfar que no tendría en otro sistema”.
En definitiva, Applebaum describe una situación en la que la cuestión es: “¿Tenemos partidos políticos e instituciones suficientemente fuertes para luchar contra todo ello? Y no lo sé”.