Decálogo del esquiador astuto
10 consejos Controlar la velocidad de bajada, consultar las condiciones de la nieve y otras claves que ayudan a reducir el riesgo de accidentes en las pistas
son las condiciones climáticas. La lluvia y la ventisca dificultan o impiden estar en la montaña, y la niebla puede provocar incluso mareos. En este caso, fijar la vista en un punto fijo (una pilona, un palo de señalización) ayuda a descender con mayor estabilidad.
El primer descenso
El Colegio de Fisioterapeutas de Andalucía recomienda, antes de lanzarse ladera abajo, hacer un calentamiento previo que incluya ejercicios de flexibilidad articular. Esta pequeña sesión preparará los ligamentos y los tendones para el esfuerzo y reducirá las posibilidades de lesión. Hay que prestar especial atención a las rodillas, pues sufren una tercera parte de todas las lesiones; en los casos más graves, con rotura de ligamentos colaterales, del ligamento cruzado anterior y del menisco. Ayuda mucho detenerse varias veces durante la primera bajada, sobre todo si es larga, para que los músculos se vayan calentando. Y a lo largo del día, mantenerse hidratado y retirarse cuando haya síntomas de fatiga.
Bajar siempre controlado
El exceso de velocidad y el descontrol son las causas más frecuentes de los accidentes. Hay que adaptar la velocidad a nuestras condiciones físicas y técnicas, al terreno, la visibilidad y la saturación en pistas para ser capaces de frenar ante cualquier obstáculo que aparezca en la bajada (o esquivarlo). Descender despacio es especialmente importante en zonas estrechas, cambios de rasante, final de pistas y acceso a los remontes, donde suele haber acumulación de gente (nada de presumir frenando de golpe a dos palmos de la cola del telesilla). El esquiador que va por delante tiene preferencia en la trayectoria y hay que dejarle espacio suficiente para sus maniobras. También hay que estar atento ante la proximidad de otras personas alrededor y al entorno y no cambiar la trayectoria bruscamente. Si la técnica lo permite, un descenso sin grandes curvas reduce las posibilidades de choque. Antes de entrar en pista hay que mirar hacia arriba y ceder el paso, y si es necesario detenerse, hacerlo en lugares seguros y visibles. En caso de comportamiento temerario, la estación puede retirar el forfait al esquiador. que se puede hacer es fundamental para lograrlo, sin caer en el exceso de confianza. Muchos esquiadores que evolucionan rápidamente por pistas azules (fáciles) pueden creer que ya están en condiciones de bajar por cualquier sitio. Según advierte Jordi Cardona, el salto de una pista azul a una roja es más grande de lo que parece.
Proteger a los niños
Los niños son la parte más débil en caso de colisión. El esquí es un deporte muy familiar y las pistas están llenas de ellos. Hacerlos visibles con prendas de colores llamativos, chalecos reflectantes o luces en la parte posterior del casco aumenta su seguridad, especialmente cuando la visibilidad es escasa. El casco es indispensable. Los hay con mentonera y que cubren por completo cabeza y cara (al estilo Darth Vader). Son muy útiles las protecciones para la espalda conocidas como tortugas. Una buena idea es apuntarlos a clubes y escuelas para que aprendan la técnica y esquíen con seguridad en grupo, dirigidos por un monitor. Los adultos que pasen a su lado deben ser conscientes de que un niño puede detenerse o hacer una maniobra imprevista en cualquier momento.
Esquiar fuera de pista
Descender por laderas vírgenes, sin pisar, es la aspiración máxima de muchos esquiadores y snowboarders, pero también una actividad peligrosa que requiere un alto nivel técnico, un conocimiento adecuado de las condiciones de la montaña y un respeto escrupuloso a las indicaciones de las estaciones. Existe una escala de riesgo de aludes —de 0 a 5— que valora diariamente las posibilidades de avalancha. Con un nivel 3 estamos ya ante un peligro alto en el que un desprendimiento puede ser provocado por el paso de un esquiador. Antes de adentrarnos por este terreno conviene preguntar a los profesionales por las condiciones de las laderas y, mejor aún, contar con un guía profesional. Aun así, el riesgo cero no existe, y hay que ser conscientes de que un rescate fuera de pistas siempre es más difícil y costoso y que la responsabilidad es del esquiador.