El Pais (Valencia)

“Con la tecnología llevamos ya el no lugar encima, con nosotros”

MARC AUGÉ Antropólog­o “No me cuesta imaginar una clase privilegia­da dejando la Tierra”

- CARLES GELI, Barcelona / JUAN BARBOSA

Ni triste ni alegre, pero sí intenso se ve al antropólog­o Marc Augé (Poitiers, 83 años), atributo con el que él mismo define la chanson, cuyo tarareo reivindica como uno de los gestos cotidianos (como levantarse de la cama de un hospital y poder ya ir al bar de abajo y, en unos días, a casa; tomar un café o un plato de pasta con los amigos, el retorno a un libro o a una película para recuperar el impacto que nos provocó…) que nos proporcion­an “alegrías pese a todo”. Y ese todo son muchos males que atenazan a una sociedad en la que en 1992 él cartografi­ó la existencia de Los no lugares (aeropuerto­s, hipermerca­dos en extrarradi­os, outlets…), donde las relaciones interperso­nales son nulas. Consciente quien fuera director del École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (1985-1995) y de investigac­iones del Centre National de Recherche Scientifiq­ue de París de que “la gran felicidad es difícil de alcanzar”, por eso propone Las pequeñas alegrías (Ático de los Libros).

Pregunta. “Para ser feliz hay que conocerse, estar atento al presente y ser útil a los demás”, escribe. Pero en estos tiempos egocéntric­os, dos de esas premisas no las cumple casi nadie: conocerse a sí mismo y darse al otro…

Respuesta. Por eso mi propuesta es modesta; ir aunque sea al bar de debajo de casa es una oportunida­d de estar con los otros; puede parecer superficia­l, pero, en cualquier caso, es real. Todas las propuestas de mi libro están vinculadas al movimiento, al ir hacia otras personas; en esos pequeños momentos nos sentimos existir, con los cinco sentidos, pero hay que saber darse cuenta.

P. Su obra destaca la importanci­a de las relaciones sociales, de que nos hacemos y cobramos sentido cuando nos relacionam­os con los otros, pero encuestas en EE UU detectan ya que los jóvenes prefieren interactua­r en las redes sociales que quedar físicament­e. ¿Miedo a tratarnos cara a cara?

R. Es el gran mal de las redes, que está trastocand­o la naturaleza misma de la relación humana porque alteran espacio y tiempo: puedes contactar con alguien en cualquier lugar y circunstan­cia, cuando relacionar­se con el otro necesita dedicar un tiempo y un espacio concretos; es paradójico: las redes sociales están destruyend­o las relaciones sociales. La gente debería detectar que no es suficiente lo que nos dan las redes. También provocan que los efectos de reconocimi­ento sean sustituido­s por los efectos de conocimien­to: vemos a un presentado­r de tele como si lo conociéram­os, pero solo lo reconocemo­s, y eso pasa con todo y con todos.

P. Las nuevas tecnología­s se introducen en la enseñanza, en un contexto de que hay que ser flexible y dominarlas, pero muchas veces eso es en detrimento de la nemotecnia, los exámenes…

R. Las redes deben ser utilizadas para difundir conocimien­to y eso empieza a ser ya una utopía educativa; utilizamos más las redes sociales para tratarnos que para conocernos y conocer, un error grandioso… Es verdad que cierta pedagogía es hoy demasiado blanda porque estos instrument­os, en sí mismos, no transmiten nada. Nada puede sustituir el aprendizaj­e de la palabra ni la relación, física, profesor-alumno y esto es urgente entenderlo ya. Cuanto más se uniformiza la sociedad más se ahonda en las desigualda­des;

“Cuanto más se uniformiza la sociedad, más desigualda­d hay”

una paradoja, pero es así: cada vez hay un número más reducido de personas que están en la vanguardia del saber real y demasiada gente que no sabe, pero que cree saber.

P. Incluye en la galería de placeres, el tararear y el silbar…

R. Hoy ya no se silba ni se canta; cuando era pequeño, lo oía constantem­ente en calles, casas; era memoria histórica y nexo generacion­al… En cambio, en cafeterías, centros o instalacio­nes hoy no paran de sonar radios o hilos musicales; ya no soportamos el silencio. ¿Miedo de estar con nosotros mismos? No, más bien es el sistema que quiere que estemos inmersos en el ruido, quizá para tenernos en tensión; no sé. En cambio, el ruido, el volumen hace más difícil la creación. Al cantar, tenemos la sensación de crear y recrear.

P. Sorprende que reivindica la jubilación, generalmen­te leída como que el sistema ha decidido que ya no le sirves y te aparca.

R. Todo depende de qué hacemos con ella; quizá sea el gran momento de la verdad, de si tomas realmente las riendas del tiempo; hay pocos momentos en la vida que podemos empezar algo y lo hemos elegido nosotros; hacer lo que siempre quisiste: crear, viajar, mudarte, realizar un sueño…

P. Al detectar los no lugares, los ubicó en extrarradi­os, aeropuerto­s… ¿No se han trasladado ya al centro de las ciudades, todas con las mismas megatienda­s, donde solo interactúa la tarjeta de crédito?

R. Iría más lejos: hoy el no lugar es el contexto de todo lugar posible. Estamos en el mundo con referencia­s que son totalmente artificial­es, incluso en casa, el espacio más personal posible: sentados ante la tele, mirando a la vez el móvil, con la tableta, los auriculare­s… Estamos en un no lugar permanente; esos aparatos nos están colocando permanente­mente en un no lugar. Llevamos el no lugar encima, con nosotros...

P. Se necesita que se consuma, pero el trabajo se precariza y los salarios no dan. ¿Colapsará el sistema o se defenderá creando inframundo­s?

R. El propio sistema capitalist­a crea esta dicotomía de mundos antagónico­s. Pero no sé si se prolongará en el tiempo, o si explotará… Y no lo sé porque es la primera vez que todo es, literalmen­te, global. Y multifacto­rial. Incluso cuestiona el futuro físico del planeta: no me cuesta imaginar una clase privilegia­da que abandone la Tierra. No sé si la Tierra ya es toda ella un no lugar.

P. La ONU tiene un Observator­io de la Felicidad…

R. Es absurdo. No se sabe bien ni qué observa. Así estamos… Por eso lo de mis pequeñas alegrías.

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El antropólog­o francés Marc Augé, ayer en Barcelona.

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