Una mudanza a la italiana
Las mudanzas generan tensiones familiares, incluso separaciones. Más todavía si los integrantes de la tribu en cuestión son diplomáticos y la casa, en realidad, es un palacio. Desde hace meses, el personal de las dos Embajadas españolas en Roma —ante el Palacio del Quirinal y ante el Vaticano— anda revuelto por el traslado de las dependencias de la representación ante el Gobierno de Italia, que ocupa unas oficinas alquiladas en el magnífico Palacio Borghese desde el año 1957. La idea original fue del anterior embajador, Jesús Gracia. Pero el actual jefe de la representación española, y entonces ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, la retomó, tras haber sido desestimada, con argumentos parecidos: demasiado cara y deslucida para la representación española. Dos observaciones que han chocado con la realidad de las alternativas.
La Embajada de España ocupa un ala del Palacio Borghese de 700 metros cuadrados. Bajo extraordinarios frescos del siglo XVII, muebles originales y retratos de la familia, el Gobierno ha instalado unas oficinas por las que paga unos 26.000 euros mensuales. Necesitaba una reforma integral de sus maltrechos interiores, pero en lugar de acometerla, una de las corrientes que ha liderado este proceso pensó en una operación a tres bandas. La agencia Efe ocupaba desde 1982 la primera planta de un edificio en la esquina de la plaza Navona y la Via dei Canestrari que podía cumplir esa función. De modo que una mañana, ante el asombro de los periodistas, recibieron la visita de una delegación de la embajada que tomó medidas y desembocó en la finalización de su contrato. Era “una cuestión de Estado”. Casi dos años después, ese espacio (valorado en unos 12.000 euros) sigue vacío y no ha empezado las obras que debía acometer el ente gestor del inmueble. Había varios problemas.
El edificio de viviendas donde se quiere trasladar la sede —el Ministerio de Exteriores asegura que la decisión final no está tomada, pero que se trata de la mejor alternativa— se encuentra delante del majestuoso palacio Pamphilj, la Embajada de Brasil que eclipsa sin remedio el valor representativo de la futura legación. Debajo hay una juguetería a la que hubo que rescindir el contrato (todavía está en pleitos por este asunto) y que dio origen entre los diplomáticos del otro lado de la plaza a calificar la futura sede española como “la embajada de peluche”. El problema principal, sin embargo, era que no se cumplían muchas de las medidas de seguridad básicas para un edificio de este tipo. Algo que llevó a desaconsejar el traslado a ese inmueble en un informe redactado en 2017 por la arquitecta del ministerio de Exteriores, Isabel Cabrera, y encargado por la entonces subsecretaria de Estado, Beatriz Larrotcha. Tras el cambio de Gobierno, su sustituta, Ángeles Moreno, encargó otro análisis que, esta vez, sí resultó favorable.
La Obra Pía, entidad propietaria del edificio donde se pretende trasladar la representación española (y de un tercio de la plaza), está vinculada a la Embajada española ante la Santa Sede, ubicada en el maravilloso edificio de la plaza de España. Justo donde otra de las propuestas sugería llevar la cancillería española. Ese plan consistía en unir ambas legaciones, aprovechar los espacios vacíos del palacio y no pagar alquiler. Llegó a diseñarse el proyecto de obra, pero la idea enfureció a los inquilinos del Palacio de España, que también forman parte de la Junta de la Obra Pía y presionaron en dirección contraria. Algunos de sus representantes, como el anterior embajador, Gerardo Bugallo, prefirieron apostar por utilizar dependencias vacías para instalar tiendas.
El traslado debe aprobarse definitivamente. Y es probable que eso no suceda hasta después de las elecciones. Mientras tanto, Exteriores ha encargado al exembajador de Brasil y secretario de Estado del Gobierno de José María Aznar, Fernando Villalonga, adscrito hoy a la subsecretaría para temas patrimoniales, la supervisión de una incómoda mudanza.