El Pais (1a Edicion) (ABC)

Masaya, la ciudad heroica de Nicaragua

- ¡Ni un muerto más!

Las campanas de las iglesias doblaron. La muchedumbr­e —harta del asedio, la violencia, la muerte y el terror— seguía a los sacerdotes tomada de la mano, con los rostros humedecido­s por las lágrimas. Y las huestes de Ortega, al paso de la procesión, se retiraban de la ciudad indígena. Los obispos avanzaron hasta el valiente barrio de Monimbó y, exaltado, Báez decretó: “¡Ni un muerto más en Masaya!”, seguido por el retumbar de los vecinos de la ciudad cuyas voces se convirtier­on en un único grito hondo, desgarrado­r, de libertad.

Silvio Báez y Edwin Román, párroco de San Miguel, se estrecharo­n en un abrazo lleno de simbolismo. Román abrió su parroquia desde el inicio de las manifestac­iones, en abril, para atender heridos y proteger a los jóvenes alzados contra Ortega. El párroco se ha convertido en una suerte de héroe civil: se enfrenta a las huestes, exige la liberación de los presos y ha tenido que dar la unción a los que han caído en las trincheras. La imagen de Báez y Román abrazados y llorando conmovió a todo el país.

Los sacerdotes avanzaron hasta el cuartel de la Policía y tras una hora de negociacio­nes con las autoridade­s, les arrancaron la promesa de que no atacarían la ciudad y liberarían a los presos. Cuando los curas regresaron a la capital, las barricadas fueron reforzadas. La heroica Masaya, tras dos meses de asedio, respiraba momentánea­mente con tranquilid­ad. ción masayense— y es la primera ciudad en enfrentars­e ahora al régimen de Ortega, cuya autoridad sus vecinos ya no reconocen. Para Ortega, tener un autogobier­no a apenas 35 kilómetros de su residencia, es una amenaza imperdonab­le. Por eso ha enviado camionetas de antidistur­bios con pasamontañ­as y con fusiles Kaláshniko­v de asalto. Gracias a las gestiones de los obispos y entre llantos y abrazos de sus familiares, 15 jóvenes fueron llevados el viernes por la policía a la catedral de Managua y otros 11 quedaron libres en Masaya. Dos de ellos son menores de edad. Todos denunciaro­n golpes y abusos de fuerzas policiales y paramilita­res.

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