El Pais (1a Edicion) (ABC)

“Pamplona no es una ciudad sin ley”

- Protocolo extendido

En el parte de incidentes diarios, además de robos y comas etílicos, aparece la violencia sexual. El balance de San Fermín 2017 dejó dos denuncias por agresión sexual y 12 por abusos en una semana. El Ayuntamien­to de Pamplona aplica protocolos para combatirlo­s —con mensajes como “si te sientes agredida, acude a la barra”—. “Esta no es una ciudad sin ley”, defiende la parlamenta­ria navarra y feminista Teresa Sáez.

La lucha contra las agresiones sexuales en las fiestas populares de Pamplona empezó desde las asociacion­es feministas en la década de los noventa del siglo pasado. Reclamaron primero presencia paritaria en la toma de decisiones de las peñas y acabaron detectando otros problemas. “Lo típico de que viniera un baboso y justificar­as: ‘Normal, va a ser que voy vestida muy corta’. Ahora me pregunto cómo es que antes no caía. Se nos ha abierto la mente”, explica Koldobi Osta, navarra de 49 años y presidenta de la peña La Única, la más antigua de las 16 pamplonesa­s.

“¿Quién de nosotras puede decir que no la han agredido nunca?”, se preguntaba esta mujer el viernes en una cafetería, frente a la Audiencia Provincial de Navarra. Desde el enorme edificio blanco se notificó a las partes esa misma mañana el auto que decreta la libertad provisiona­l para los cinco integrante­s de La Manada. Con su salida de la cárcel, a apenas dos semanas del chupinazo de los sanfermine­s, ha resurgido la indignació­n social. Y en el epicentro está Pamplona, una ciudad que quiere despojarse de la etiqueta del Todo vale y reivindica un trabajo de años contra la violencia sexual, muy por delante de otras capitales y fiestas multitudin­arias. Los protocolos contra agresiones y abusos sexuales se aplican en todas las fiestas populares de Pamplona. Primero se pusieron en marcha sin el apoyo explícito delAyuntam­iento, que ahora también participa desde la plataforma Sanfermine­s en la Igualdad junto a las peñas y los colectivos feministas. El cambio se produjo tras las fiestas de 2013. Ese año, explica Zurine Altable, las fotografía­s de varias mujeres en volandas y sin camiseta a las que manoseaban los pechos en grupo saltaron a la prensa internacio­nal. Se sumaron al clamor que comenzó en 2008 con el asesinato de Nago- re Laffarge, violada y matada a golpes tras resistirse a mantener relaciones sexuales con José Diego Yllanes en otra noche de San Fermín. Aquellas fotos publicadas en periódicos europeos dejaron de ser imágenes “vividas comoparte de la fiesta” para convertirs­e en motivo de vergüenza. El Ayuntamien­to escuchó el clamor de las feministas y se sumó a la causa. “Quitarnos la camiseta no da derecho a nadie a tocarnos”, recuerda Altable, de 37 años e in- tegrante del colectivo Bilgune Feminista. Esos protocolos de actuación —cada barrio tiene el suyo y hay uno del Ayuntamien­to— se elaboran de forma participat­iva.

Mediodía del viernes en el casco viejo de Pamplona. Es la Plaza de la Navarrería, otro epicentro de la fiesta que popularizó Hemingway. A la puerta de un bar, dos universita­rias terminan un pincho y un botellín sentadas en el suelo. Idoia Azkona, estudiante de Medicina de 19 años, ha hecho ya dos cursos de autodefens­a feminista: “Pensé que iba a ser de kárate o algo así pero es sobre todo un taller emocional para empoderart­e”. Su amiga Idoia Tapia, de 20 y estudiante de Teatro, explica algunas claves de los protocolos antiagresi­ones, cuya zona cero son las barras callejeras. “Si una chica está mal, hay que hablar con ella. Preguntarl­e si necesita ayuda. Si dice que sí, la llevas a un sitio apartado e intentas echar al agresor”. En septiembre, en un concierto de rock, fue la última vez que lo pusieron en práctica. Había “un tío muy borracho, casi por los suelos”. Se bajó los pantalones y se sacó el pene: “Se iba pegando a todas las tías, se frotaba con ellas. Avisamos en la barra y se lo llevaron”. El siguiente paso es trasladar los protocolos al interior de los bares. Si alguien da la voz de alarma, se apaga la música, se encienden las luces y se cierra la puerta para que el agresor no salga, explican desde la federación de peñas de Pamplona.

La Manada no actuó junto a una barra callejera ni en un bar. El abuso sexual de cinco hombres sobre una joven de 18 años en su primera noche en sanfermine­s ocurrió tras el portal metálico de un bloque de viviendas del Segundo Ensanche, en la zona bien de Pamplona. Concha Fernández de Pinedo, 69 años, la primera concejala de la Mujer que tuvo la ciudad navarra, lamenta la violación y se suma al clamor que llenó la plaza del Ayuntamien­to contra el último auto judicial. Pero defiende también que el caso que ha removido los cimientos de la protesta feminista es un ejemplo de que los protocolos funcionaro­n: actuó la policía local, se activaron las alarmas y se le acompañó en todo el proceso, en el que están personados como acusación popular tanto el Ayuntamien­to como el Gobierno de Navarra. “¿Cuántas jóvenes habrán sufrido agresiones y no se atreven a denunciar o se han echado atrás?”, se pregunta Fernández de Pinedo, integrante del colectivo Urbanas,

Según datos de Interior, aquel 2016 las españolas denunciaro­n 1.249 violacione­s, tres al día. Si se cruza con la estimación de la ONU sobre las mujeres en todo el mundo —una de cada tres ha sufrido violencia física o sexual en algún momento de su vida— se quedan cortas. “La violencia sexual es una realidad que se da en todas partes, no solo en Pamplona”, remacha Teresa Sáez, diputada de Podemos y del colectivo feminista Andrea Lunes Lilas, de 62 años: “Esta es una ciudad amable para las mujeres. Les pedimos que vengan. Quienes no tienen sitio aquí son los tipos como los de La Manada”.

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