El Pais (1a Edicion) (ABC)

El fortín de Melilla encierra los retos de la inmigració­n

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En Melilla, cercada por una valla de 11,5 kilómetros, se podría rodar algo parecido a Casablanca, porque es una ciudad donde miles de personas se matan por llegar, pero de la que luego se mueren por salir. Pero ninguna de las dos cosas es fácil. Es el lugar para tocar con la mano los dilemas de la inmigració­n, para evaluar las señales de cambio del nuevo Gobierno. La primera: quitar la concertina. En realidad no quedan ni dos kilómetros, y España puede permitirse suprimirla porque Marruecos ha levantado en su lado una valla de pura concertina de arriba abajo. “Este año apenas ha habido saltos”, confirma la Guardia Civil. Solo pequeños grupos. En Ceuta sí hay más concertina en la parte española. Y otra cuestión: no solo hay en la valla, también en el puerto de Melilla. Por ahí intentan colarse niños en los barcos y será más complicado sustituirl­a.

Como llegan menos personas por la valla también se puede debatir con menos problemas el fin de las devolucion­es en caliente, la expulsión inmediata sin trámites legales. Es el punto que el Defensor del Pueblo y las ONG juzgan más urgente. Creen que, a la espera de derogar la norma, bastaría la orden de no aplicarla. El problema es que a menudo no se tiene noticia de ellas: “Las expulsione­s sumarias a Marruecos son constantes, lo vemos continuame­nte con menores e incluso solicitant­es de asilo”, asegura un abogado de inmigrante­s.

En dos años, Marruecos ha reforzado notablemen­te su frontera. Ahora hay concertina, fosos, más garitas, presencia policial permanente. Incluso en la costa, el “punto cero” donde empieza la valla, se ve una pequeña base. “Cuando yo era niño íbamos allí a la playa”, recuerda un mando de la Guardia Civil. Entonces no sabían si era España o Marruecos.

Donde mejor se ve el decisivo y discutible papel de Marruecos es en el paso fronterizo. En 2014 se instaló allí una oficina de asilo. “¿Cómo es posible que en todos estos años no haya aparecido allí ni un sola persona negra a pedir asilo?”, se pregunta José Palazón, de la ONG Prodein. “Pues porque no les dejan acercarse, solo a blancos. Por eso tienen que coger una patera, meterse en el salpicader­o de un coche o saltar la valla”. Aun así, el resto de extranjero­s que logran entrar en la oficina tienen que pagar antes mordidas. La novedad en los últimos meses es el aumento de llegadas de Yemen, en guerra civil, desde Sudán por la ruta del Sáhara. Y hay una paradoja: “Es increíble, pero la oficina de Ceuta no ha registrado ni una petición de asilo estos años”, subraya Estrella Galán, de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). “Es necesario revisar los acuerdos con Marruecos desde una perspectiv­a de derechos humanos”, dice Verónica Barroso, de Amnistía Internacio­nal (AI).

“Un primer paso para un cambio serio y real sería que la oficina de asilo empezara a funcionar”, apunta. Y CEAR va más allá: que se permita solicitarl­o en embajadas y consulados españoles. Por ejemplo, en el de Nador, la ciudad marroquí próxima a Melilla. Hasta 2009 se podía. El Gobierno de Rodríguez Zapatero lo cambió con una nueva ley de asilo. La idea básica de la política

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