¿En qué está pensando Europa?
Las huellas del pasado y las amenazas del futuro. La deudas sociales del neoliberalismo y los estragos del planeta. La identidad racial, las crisis migratorias y los sentimientos nacionales. ¿Qué está leyendo Europa para explicarse el presente? Estos son los libros que pautan el debate y la actualidad en ocho países de la UE. Thea Dorn ha logrado en poco tiempo con su nuevo libro fundirse con la conversación colectiva que se escucha por toda Alemania. “¿Debemos amar nuestro país?, ¿Debemos llamarlo patria?”, se pregunta Dorn en el arranque de su libro. Se puede ser patriota y no ser un ultra, sostiene. Tener una relación de afecto con tu país, incluso en uno con un pasado tenebroso ayuda además a construir democracias saludables, piensa. Pero sobre todo defiende que dejar el orgullo nacional en manos de la extrema derecha no es buena idea.
Deutsch, nicht dumpf: Ein Leitfaden für aufgeklärte Patrioten (KNAUS) —algo así como Alemán, no rancio. Guía para patriotas ilustrados— defiende el patriotismo de la alta cultura alemana y el de la comunión teutona con los bosques. Y sobre todo el patriotismo constitucional, el que defiende el pegamento de los valores cívicos. La autora trata de poner nombres y apellidos a ese sentimiento de pertenencia tan inasible como manipulable y de desmesurada proyección política. Explora cómo conjugar ese patriotismo en la era de la globalización y el cosmopolitismo sin refugiarse en él, sin replegarse en el nacionalismo. Dorn toca nervio; un nervio alemán, pero a la vez preocupantemente global. El fango levantando en la última crisis institucional italiana, quizá la más grave desde la Segunda Guerra Mundial, lo ha empantanado casi todo. La mayoría de sus protagonistas cabalgan ahora una ola de populismo, eslóganes y ruido que ha transforma- do una histórica cultura política de matices y elegancia en un barrizal. De la tormenta, solo una persona salió airosa. Carlo Cottarelli, el economista que el presidente de la República, Sergio Mattarella, propuso como primer mi- nistro de transición, se ha convertido en las últimas semanas en la voz de la sensatez en Italia. Su inesperada aura coincide con el lanzamiento de su último libro un sobrevenido best seller en tiempos de oscuridad.
En I sette peccati capitali dell'economia italiana (Feltrinelli), un libro de fácil lectura que corre de mano en mano en Italia estos días, Cottarelli desmenuza algunas de las claves de la difícil convivencia del país con el euro: la evasión fiscal, la corrupción, la burocracia, la lentitud de la justicia, la caída demográfica o la salvaje brecha entre el norte y el sur. Experto en recorte de gasto público, el ex directivo del FMI traza un recorrido racional a base de datos y hechos probados que sirve para entender cómo se ha llegado a la situación de descomposición actual.
Italia no es incompatible con el euro, como sostienen muchos de los soberanistas que gobiernan el país, rebate Cottarelli. No hay duda de que Mattarella, un presidente tranquilo y aficionado a la lectura, lo debía tener en la mesita de noche cuando le encargó que guiase Italia hasta unas nuevas elecciones. / Insultantemente joven. Talentoso y descarado. Hábil en el manejo de los medios de comunicación. Édouard Louis irrita y fascina por igual: un objeto cultural exótico que interpela las (malas) conciencias de las élites literarias de París y a la vez cultiva la subversión homologada de lo que Tom Wolfe habría llamado el radical chic de Saint-Germain-dePrès. Fue otro escritor, Frédéric Beigbeder, quien en una crítica sangrante de Qui a tué mon père (Seuil) —¿Quién ha matado a mi padre?—, el último libro de Louis, hizo la alusión al concepto deWolfe, lo que en Francia se llamaría la gauche caviar. La crítica era una declaración de guerra por parte de un representante del tipo de literatura que Louis repudia: lúdica, estética, irónica. En resumen, burguesa. El libro —mejor sería decir el panfleto, entendido como un género literario con una tradición rica en Francia— es un concentrado de Édouard Louis, en menos de 100 páginas: el ambiente de clase trabajadora donde creció, las humillaciones a las que fue sometida su familia, la frase clara y punzante como bisturí ante un corazón al desnudo, y un discurso desacomplejadamente ideológico contra el neoliberalismo y contra la clase dirigente francesa. En un salto —o pirueta imposible, dirán los más críticos: demostración de la supuesta artificiosidad del fenómeno Louis— el autor culpa a los presidentes franceses de las últimas décadas de cada uno de los males físicos que aquejan a su padre. Incluido a Emmanuel Macron, cuyo entorno ha leído con interés el panfleto, y lo ha hecho saber. En el París insular de los intelectuales, Louis es una ventana casi morbosa a la otra Francia, la de la periferia, la de los blancos que se sienten abandonados y que quizá votan al Frente Nacional. Pero el fenómeno Louis no lo sería del todo si no triunfase también en círculos literarios y universitarios de Estados Unidos. ¿La clave? Un cóctel irresistible cuya receta incluye una gotas de Foucault y Bourdieu, el estilo crudo y antirretórico de Bukowski y el ímpetu juvenil de Françoise Sagan: la penúltima prueba de que Francia todavía sabe producir y exportar cultura como nadie.