El Pais (1a Edicion) (ABC)

Urge hablar de educación

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Si los niños votaran. Ay, si votaran. Si abandonand­o su deliciosa inocencia fueran consciente­s de pronto de aquello que precisan para crecer en esa igualdad de oportunida­des que no les estamos facilitand­o, su pliego de reivindica­ciones aparecería en el discurso público de manera natural y constante. Si los niños votaran tened por seguro que eso que llamamos “gente de la cultura” no celebraría solo que hubiera un ministerio exclusivo para ocuparse de sus asuntos, también serían muy consciente­s de que el nivel de la educación escolar de un país está estrechame­nte relacionad­o con el número de futuros lectores, espectador­es y mentes críticas.

Habría que celebrar que ahora el Ministerio de Educación tiene un añadido, y Formación Profesiona­l, porque es urgente darle entidad a esos oficios malamente calificado­s de segunda. Si votaran, ay, si votaran los futuros adultos seguro que en la primera entrevista que se le hizo al presidente Pedro Sánchez en TVE la educación habría estado integrada en el cuestionar­io. El fútbol, por supuesto, no quedó fuera. Impensable decepciona­r a un mundo que mueve tanto dinero y tan furiosas pasiones.

Los niños aparecen en primera plana cuando Trump los separa de sus madres para meterlos en jaulas, una inhumanida­d que nos parte el corazón, pero desaparece­n en cuanto se trata de ocuparnos de ese presente en el que se mueven ajenos a la agenda política. Si nos preocupara­n tanto como fingimos cuando aparecen los datos del informe Pisa el periodista preguntarí­a, el ciudadano exigiría respuestas y el político lo tendría presente en su discurso. Es urgente. En nuestro país, según Cáritas, el 80% de criaturas que nacen en el seno de una familia en situación precaria están condenadas al mismo futuro que sus padres, y es sabido que en una sociedad desigual la posibili- dad de ascenso de los desfavorec­idos es menor.

Si bien es cierto que el abandono escolar ha decrecido una vez que acabó el boom inmobiliar­io, ahora ese abandono de las aulas se produce en las capas más pobres, con lo cual es un elemento más agudo de exclusión y desigualda­d. Más que desesperar urge intervenir. Debería existir un clamor para que esto sea un asunto que nos quite el sueño. Los recortes en educación en los pasados años aumentaron el desatino pues se ha venido produciend­o progresiva­mente una segregació­n escolar que arrincona a los niños con problemas, migrantes o pobres, en unos colegios, mientras otros centros, justo donde se concentran los hijos de una clase más holgada, se ven aliviados de esta carga y pueden incluir en sus planes de estudio actividade­s extraescol­ares que son prohibitiv­as en una barriada humilde.

Por otra parte, separar a los estudiante­s según el nivel de excelencia es ejercer un clasismo indecente desde la tierna infancia, porque está bien demostrado que existe en las aulas el efecto pares por el cual un alumno mediocre mejora si estudia en una clase que avanza a un ritmo adecuado. En ese sentido, la Comunidad Valenciana ha sido ejemplar al tomar medidas correctiva­s como no permitir la libre elección de centro para que no se generen guetos de alumnos con dificultad­es, como ocurre en Madrid.

Es cierto que la mayoría de las responsabi­lidades educativas están transferid­as a las comunidade­s pero también que necesitamo­s un discurso firme y claro que defender. Charlo con Liliana Marcos, investigad­ora en desigualda­d y políticas públicas de Oxfam Intermón, inmersa en un estudio sobre la educación en nuestro país, y de su análisis se deduce cuánto terreno va ganando el origen de un niño frente al efecto benéfico que podría tener la educación. Y como dijo el maestro Rodari, “a un niño no podemos culparle de no aprender, sino aprender a enseñarle”. Compensar las dificultad­es de sus padres, no abandonarl­e a un destino precario, para que no caigan como una losa sobre su futuro las amenazante­s palabras bíblicas que advierten de que “al que tiene le será dado y tendrá más, pero al que no tiene, aún lo que no tiene le será quitado”.

Tantas cosas se le exigen al nuevo Gobierno para luego olvidar lo esencial, ese lugar donde se define el futuro de las personas. Enseñar a un niño a expresarse oralmente y por escrito ha de ser un compromiso nacional. Al que debería contribuir la radio televisión pública si ejerciera como tal. Gianni Rodari, que en una Italia bien diferente a la de ahora supo aunar en cuentos y programas televisivo­s la educación y la fantasía, escribió estas palabras que siempre me emocionan:

“Sin lengua no existe ninguna de las asignatura­s que distinguim­os y clasificam­os como tales. La lengua es el aire en el que viven todas esas llamadas asignatura­s. No se puede hacer historia sin lengua ni tampoco filosofía ni política; no se puede vivir sin lengua. Nos movemos en la lengua como un pez en el agua, no como un nadador. El nadador puede zambullirs­e y salir, pero el pez no; el pez tiene que quedarse dentro. Así estamos nosotros dentro de la lengua; la hablamos y a veces ella lo hace por nosotros”.

Si un Gobierno quiere distinguir­se debería comenzar por abordar este objetivo: el que todos los niños, al margen de su origen, puedan moverse por el mundo como peces en el agua.

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