Los últimos resistentes de la mina
Pese a las malas noticias que llegan de Madrid, en la Casa del Pueblo de Mieres prefieren dar un voto de confianza al presidente del Gobierno. Doblemente militantes —en UGT y el PSOE—, dos mineros y un empleado de una central térmica recuerdan aquí el día de finales de 2016 en el que un Pedro Sánchez en horas bajas que luchaba por la supervivencia política les visitó. Recién expulsado de la jefatura del partido, tanteaba sus posibilidades para dar la batalla para reconquistar lo perdido. Entonces, el hoy jefe de Gobierno regaló sonrisas y buenas palabras. Ellos entendieron que estaba de su lado. Quizás por eso, en esta ciudad de la cuenca minera asturiana han sentado especialmente mal las declaraciones de su flamante ministra para la Transición Ecológica.
“El carbón no tiene futuro y las centrales térmicas no tienen sentido”, dijo Teresa Ribera nada más asumir la cartera. “Seré un ingenuo, pero a mí aún me queda esperanza. Tiene que haber un poco de justicia con este sector. Y si no es así, actuaremos como siempre: se cortará lo que haga falta. Daremos guerra”, responde convencido Andrés Vallina, que ha pasado 12 de sus 34 años en la mina. Ni él ni sus compañeros conciben otra opción que seguir hacia delante, haciendo lo mismo que siempre han hecho; y que antes habían hecho sus padres y abuelos.
En realidad, la lenta agonía del carbón comenzó hace ya 20 años. A finales de 2018 deben cerrar todas las minas no rentables. Y en la UE se plantea 2030 como el plazo para acabar con las centrales térmicas que se nutren de esta fuente de energía. Además, todas aquellas que no realicen cuantiosas inversiones para reducir su impacto medioambiental deberían echar el cerrojo en 2020. Pero la llegada de los socialistas al Gobierno y, sobre todo, la elección de la combativa Ribera como superministra de un departamento que engloba Energía, Medio Ambiente y Cambio Climático amenaza con acelerar aún más esa muerte ya anunciada. No hay ningún plan cerrado, pero la ministra menciona 2025 como “fecha orientativa” para el fin del carbón.
En Asturias, estas palabras han tocado una fibra sensible. Políticos de izquierda, centro y derecha, grandes y pequeños empresarios y sindicalistas están indignados. No se trata solo de los afectados directos. En una región que en 1950 tenía más de 60.000 mineros hoy quedan, entre empresas matrices y subcontratas, solo 1300. Y las térmicas que se alimentan del negro mineral dan trabajo a unas 650 personas.
Pero aquí no importa solo lo escaso de estos números. Los empresarios asturianos temen que el fin de las térmicas expulse a empresas grandes consumidoras de electricidad, muy dependiente de la energía, como ArcelorMittal, Alcoa y Asturiana de Zinc.