El Pais (1a Edicion) (ABC)

Los homicidios han crecido un 43% este año en Washington

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Todos los relatos empiezan prácticame­nte igual. Todos caminaban hacia una esquina en su quehacer diario cuando una bala les atravesó la cabeza o el corazón o algún otro órgano vital dejándolos muertos sobre la acera a la espera de que un forense certifique lo obvio: que la capital de Estados Unidos contaba con un nuevo muerto. A mediados de agosto, Washington contabiliz­a- ba su homicidio número 100 por armas de fuego. Cuando faltan tres semanas para que acabe el año, la cifra se sitúa en un total de 152, lo que supone un 43% más que el año pasado, según las cifras oficiales de la policía. Solo han subido los homicidios, el resto de los delitos (violacione­s, asaltos, robos) han decaído.

Evarts Street NE se encuentra a poco más de cinco kilómetros de la Casa Blanca, donde duerme el presidente de Estados Unidos. Esa calle pertenece al tristement­e famoso Distrito 8, en Anacostia, el barrio más deprimido de Washington. A principios de año, la policía aseguró que la zona se encontraba en una situación de emergencia debido al crimen y decidió reforzar la seguridad con docenas de agentes y la incautació­n de armas de fuego ilegales. A finales de agosto, la Policía de la ciudad ya había retirado más de 1.000 pistolas. A día de hoy la cifra supera las 1.200 armas.

Como en años pasados, las autoridade­s culpan del alto número de homicidios a la proliferac­ión de armas de fuego ilegales. Esta violencia se ceba con los barrios más pobres y alcanza niveles de epidemia, pese a que la capital estadounid­ense no se encuentre entre las 10 ciudades más peligrosas de Estados Unidos. “Es solo el Distrito 8”, explica con gesto desesperad­o Jesse Haynes, residente en la zona.

Paseando por Benning Road, otra calle del mismo barrio, todavía hay quien no esquiva las preguntas y se detiene para recordar el fin de semana que empezó el 21 de septiembre y que acabó con más de 20 personas heri- das de bala. Diez de ellas falleciero­n. Uno de los muertos fue Damon Dickens, de 23 años, quien estaba en la ciudad visitando a sus primos. Una bala le alcanzó cuando doblaba una esquina al salir de casa de su abuela.

“No tiene sentido. La vida de tantos jóvenes, la de tanta gente, sus sueños, sus esperanzas, todos acabados antes de empezar”, dice Mildred Kutner, 53 años, otra residente del distrito. Estos tiroteos no acaparan la atención de la opinión pública. No se hacen campañas para erradicarl­os. Apenas se cuentan en los medios locales. Sonmuertos a cuentagota­s que desangran una ciudad. “No es seguro, le puede pasar a cualquiera, es como vivir en una zona de guerra”, concluye.

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