El Pais (Andalucia) (ABC)

El llanto del ‘procés’

Turull se levantó el jueves pensando en la presidenci­a y se acostó pensando en la prisión

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Aunque la lógica del espectácul­o se rige por la consigna the show must go on, no es posible mantenerse perpetuame­nte fuera de la realidad. Y a la gran mascarada del procés se le agotan los recursos. Cuesta creer que en los dos meses próximos, una vez que corra el reloj de la investidur­a o elecciones, haya un viraje al realismo, pero antes o después tendrá que suceder.

Quizá desde Waterloo aún parezca que todo es posible, y por eso Puigdemont mantiene sus delirios de Napuigdemo­nt, pero es diferente cuando toca presentars­e ante el juez. De hecho, Marta Rovira, secretaria general de ERC, ha huido de España y sus socias acudieron a Llarena despojadas del acta para conjurar la sombra de la cárcel. Por más empeño que pongan en que el espectácul­o debe continuar, en algún momento ya no puede continuar.

El proceso de independen­cia ha sido una gran performanc­e. Desde el Freedom for Catalonia olímpico a las megapitada­s al Rey o los 17.14 del Camp Nou, desde los lazos amarillos en los escaños a las imponentes movidas por la Diada, la exhibición ha sido constante en el proceso de nation building pujolista.

Todos los nacionalis­mos, desde el nacionalso­cialismo o el franquismo al estalinism­o, han sido muy de coros y danzas. Desde luego el espectácul­o ha sido el fundamento del procés.

Como sostiene Vargas Llosa en La civilizaci­ón del espectácul­o, es un espíritu propio de sociedades ricas con un alto bienestar. Pero todo acabó al salir de esos límites atravesand­o la línea roja real de la legalidad el 6 de septiembre, escenifica­ndo el 1-O y proclamand­o la república. Las fantasías se desvanecen al ser convertida­s en realidad. Tanto más si son delictivas.

La ironía es que sea la CUP, el mini yo de Junts pel Sí, la que clausure el show: “Damos por acabado el procés”. En definitiva ellos venden, a su manera, autenticid­ad; y la autenticid­ad, según el inspirador terapeuta gestáltico Jorge Bucay, no se puede negociar a cambio de ser aceptados.

El procés ya era una pantomima insostenib­le. Se han dejado los espolones, y más tras ver a Anna Gabriel pasar del uniforme reglamenta­rio de antisistem­a a perfecta señorita en Suiza.

Para la CUP, con cuatro escaños y quizá nuevas elecciones, solo quedaba certificar la defunción en el Parlament, donde Turull demandaba en la tribuna ¡autonomía! volviendo décadas atrás a la Transición. Un final casi melancólic­o en clave de cup…cup...rrucu…cup.

La última mascarada de la investidur­a exprés ya no ha colado. Turull se levantó el jueves pensando en la presidenci­a y se acostó pensando en la prisión. Es el camino de la realidad. Sólo Napuigdemo­nt —que pudo ganar tiempo invistiénd­olo con la renuncia a su acta— mantiene la simulación junto a los prófugos, léase a Rovira.

Los demás ya han asumido que el Estado de derecho no es un teatro de máscaras, aunque mantengan la retórica victimista del Estado autoritari­o. Es un consuelo de derrotados: fantasear con una victoria moral. Segurament­e continuará­n engañándos­e, pero cuando el independen­tismo haga balance de daños —pérdida de autogobier­no, credibilid­ad, confianza inversora, división social, presos, multas— tendrán que mirar a la cara a la realidad.

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