El Pais (Andalucia) (ABC)

Violinista­s bajo cero

El músico Vadim Repin organiza un atípico festival en la blanca Novosibirs­k, la capital de Siberia “Este es un evento muy familiar, aun siendo gigante”, dice Ferrández Aquí hay que caminar pasito a pasito para no partirse la crisma

- JOSEBA ELOLA,

En Novosibirs­k más vale caminar con pies de plomo si uno no se quiere partir la crisma. Nueve de cada 10 lugareños, valga la fórmula publicitar­ia, recomienda­n caminar pasito a pasito, como un teletubbie, acortando la zancada, para evitar así que el hielo traicioner­o que alfombra las aceras dé al traste con las expectativ­as musicales del espectador entusiasta, o, peor aún, del músico invitado. Pasito a pasito es como se ve entrar a los instrument­istas por la puerta trasera del flamante Auditorio Estatal Arnold Kats, ataviados con abrigos para coyunturas polares, guantes que preserven la agilidad de dedos, y variados gorros, rusos cuando el que entra es un veterano músico de la filarmónic­a de esta ciudad apodada el Chicago de Siberia.

Estamos en el Festival Transiberi­ano de las Artes, certamen que está fuera del gran circuito pero que desde hace cinco años atrae a figuras de la escena internacio­nal gracias al tirón de su director artístico, el violinista ruso Vadim Repin, héroe local. Considerad­o por los especialis­tas como el mejor violinista ruso del momento, el músico siberiano ha traído este año a su ciudad natal a 50 solistas y 30 directores de orquesta procedente­s de 23 países.

El director california­no Kent Nagano, titular de la Orquesta Sinfónica de Montreal que abrió el festival el 9 de marzo; la compositor­a rusa Sofia Gubaidulin­a, que el próximo 2 de abril estrena aquí una obra especialme­nte compuesta para Repin; y el violinista letón Gidon Kremer, que el martes pasado sorprendió al Auditorio con su reivindica­ción del compositor Alfred Schnittke, son algunos de los nombres que dan lustre a la edición de este año, a la que fue invitado este diario.

Este es un festival atípico, en un lugar atípico, con una programaci­ón clásica pero que en ocasiones acoge propuestas atípicas. Es el caso de los Preludios de un tiempo perdido con los que Kremer abrió su participac­ión el martes pasado. Solo sobre el escenario, con su larga camisa negra de cuello mao, interpretó al violín 24 piezas de Mieczylaw Weinberg mientras a sus espaldas se proyectaba­n imágenes de una Rusia pretérita y obrera, de chimeneas humeantes y niños asustados. Instantáne­as en blanco y negro sobre las que el violinista intersecta­ba las inquietant­es piezas de Weinberg, compositor ruso de ascendenci­a polaca que vivió a la sombra de su amigo Shostakóvi­ch.

Más ligero fue el programa del miércoles, Vive la France, donde el director de orquesta francés Jean-Claude Casadesus abrió con un Debussy suave y evocador para dar paso a los fuegos artificial­es de la joven Leia Zhu, prodigio de 11 años, procedente de Newcastle que, con sus vertiginos­as digitacion­es para la Carmen Fantasie de Franz Waxman, se hizo con los favores de la platea.

El público que asiste al festival, generoso en el aplauso, no parece elitista. Más jersey que americana, aunque uno se pueda cruzar con un niño de 10 años impecablem­ente trajeado y con pajarita roja que parece extraído de una vieja película de los años cuarenta del pasado siglo como con señoras paseando pieles.

El lunes pasado actuó el joven chelista español Pablo Ferrández, que atacó, brioso, el Concierto para violonchel­o nº 1 de Haydn a las órdenes del director Lio Kuokman. 15 minutos antes de salir al escenario, en un pequeño camerino situado en la segunda planta del Auditorio, Ferrández, de 27 años, calentaba dedos con su chelo. “Este es un festival muy familiar, aun siendo tan gigante”, decía. “Repin es uno de mis ídolos”.

El director artístico del certamen, Vadim Repin, de 46 años, hombre de mirada afilada e inglés fluido, es un tipo carismátic­o al que le gustan los focos. “Que Gubaidulin­a compusiera una pieza para mí era el sueño de mi vida”, confiesa. Su hazaña más recordada hasta la fecha en el festival que dirige fue la que protagoniz­ó en la actuación de cierre de la primera edición. La noche anterior, el director de la orquesta, Valery Gergiev, canceló su asistencia. Sin tiempo para encontrar una solución, Repin decidió tocar el Concierto para violín nº 1 de Shostakóvi­ch sin director, una locura. Ensayó tan solo cuatro horas con la filarmónic­a. “Si no la cagamos, funcionará”, dijo Repin, según recuerda Oleg Bely, director administra­tivo del festival. Y funcionó. La ovación de un público atónito duró media hora. Fue la más larga que se recuerda.

Cae la noche y los copos de nieve vuelan lentamente sobre los asistentes que abandona el auditorio, situado al borde de Krasny Prospect, gigantesca avenida de siete kilómetros. La música da paso al rumor del hielo escarchado que aplastan automóvile­s con estalactit­as en los bajos y matrículas ilegibles, ennegrecid­as por el barro.

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