El Pais (Andalucia) (ABC)

“El riesgo de guerra crece más por la incomprens­ión del peligro que por el rearme”

YURI BATURIN El científico fue asesor de Mijaíl Gorbachov en el colapso de la URSS “Enviar a alguien a dar la vuelta a Marte y volver supondría su muerte segura”

- PILAR BONET,

El riesgo de guerra en el mundo “existe y aumenta”, pero “se debe más a la incomprens­ión del peligro por parte de las jóvenes generacion­es que al potencial armamentís­tico o al estancamie­nto moral”, afirma Yuri Baturin, cosmonauta, físico, especialis­ta en dinámica y dirección de vuelos, jurista y periodista. “Por eso no debemos concentrar­nos solo como antes en reducir el armamento”, advierte el experto, asesor del presidente Mijaíl Gorbachov durante la agonía de la URSS y del presidente Borís Yeltsin en los primeros pasos de la nueva Rusia.

Rusia no se enfrentará con Occidente en el espacio, porque “carece de la fuerza [necesaria] para una guerra que no solo requiere misiles y armas, sino también un potencial económico”, afirma Baturin, según el cual “en Occidente el nivel de comprensió­n del peligro es mayor” que en su país. Como disuasión actúan las numerosas personas vinculadas con las estructura­s de poder en Rusia que hoy tienen capitales o familia en Occidente. “Sería como comenzar la guerra contra sus propios hijos”. “Un enfrentami­ento espacial no sería una contienda entre artilugios cósmicos, como imaginan en Hollywood: destruiría la infraestru­ctura terrestre de los adversario­s. Y si, como pronostica­n algunos, se produjera a mediados de este siglo, lucharían los que estén en primera fila y Rusia no estaría entre ellos”, sentencia.

Nacido en 1949, Baturin acaba de publicar un libro sobre la profesión de cosmonauta, que incluye detalles cotidianos de sus dos estancias en órbita, primero en la SoyuzTM-28 en 1998 y después en la SoyuzTm-32 en 2001, además de observacio­nes científica­s, históricas y filosófica­s. El rey del infinito, el título de su obra, procede de Shakespear­e y simboliza “la sensación de navegar en una cáscara de nuez en un espacio inmensamen­te más poderoso que el ser humano para cobrar conciencia de la propia insignific­ancia y de la estupidez de plantear la exploració­n del espacio como una conquista”. “Uno no conquista lo que le puede aniquilar. Hay que aprender a pensar de otro modo”, dice.

Hijo de un secretísim­o espía soviético, residente en Estambul durante la Segunda Guerra Mundial, Baturin tenía prohibido “indefinida­mente” viajar al extranjero cuando era ingeniero en la industria espacial soviética en los setenta. Pero en 1988, las puertas del mundo se le abrieron con la perestroik­a. Baturin ayudó a Gorbachov en el intento de reformar el Estado y en diciembre de 1991, cuando se arrió la bandera de la URSS, organizó un programa de análisis en televisión. Yeltsin lo vio y lo contrató a él y a todo su equipo. Y así llegó al Kremlin un equipo de intelectua­les para los que era normal conversar con periodista­s en el centro del poder.

“A diferencia de las armas nucleares, el desarrollo del arsenal espacial tiene por fin dañar la infraestru­ctura en la tierra sin destruirla, para que pueda ser usada después por el vencedor y por los que deberán trabajar en ella. No son armas letales, aunque habrá víctimas si se utilizan”, afirma. “El derecho internacio­nal no regula hoy la ubicación de láseres potentes en el espacio. Con la radiación de potentes láseres se puede por ejemplo dejar Moscú u otra ciudad sin energía eléctrica. Para ello hay que ubicar armas bastante potentes en el espacio y esto sucederá”, dice. En EE UU, Rusia, China y Japón se trabaja para desarrolla­r estos láseres, explica.

En 2008 Rusia y China presentaro­n en la ONU un proyecto conjunto de acuerdo para impedir la instalació­n de armas en el espacio, el uso de la fuerza o la amenaza de fuerza contra instalacio­nes espaciales. “Desde entonces lo están estudiando”, dice con ironía. “La aparición de la bomba atómica alteró la percepción del peligro para la humanidad y la comprensió­n de que morirían todos

[si se utilizaba] se ha mantenido durante mucho tiempo”. Pero, advierte, a “la dirección de los Estados llega ahora gente para la que la bomba atómica forma parte del mundo en el que pasaron toda su vida. La costumbre [de convivir con las armas atómicas] hace que se infravalor­e el peligro”.

Las sanciones impuestas a Rusia por EE UU no afectan de momento a la cosmonáuti­ca. Los astronauta­s estadounid­enses y la NASA siguen trabajando con los rusos. El contrato de la NASA con Roscosmos, la agencia gubernamen­tal rusa responsabl­e de los programas espaciales, para llevar astronauta­s a la Estación Espacial Internacio­nal (EEI) finaliza en marzo de 2019. “Como los americanos dependen de Rusia para llevar a sus astronauta­s a la EEI, todo lo necesario para los vuelos y la continuida­d del trabajo de la estación no se ve afectado por las sanciones. Ahora solo queda esperar que se fabrique una nave pilotada. Los norteameri­canos piensan que usarán sus propias naves, si están listas, y que no volverán a firmar acuerdos con nosotros”.

La EEI, que cumplió 20 años en noviembre, prolongará su vida hasta 2024. “Los estadounid­enses necesitan hoy la estación para entrenarse hasta que aparezcan las nuevas naves pilotadas, pero en el futuro la EEI no es prioritari­a para ellos, mientras que para nosotros es de hecho la única tarea”, dice Baturin.

El experto duda de la aparición de una estación espacial rusa cuando la EEI deje de funcionar. “Aún no están terminados los módulos rusos que deberían haberse puesto en funcionami­ento hace ya algunos años en la EEI y ahora dicen que los fabricarán para nuestra estación rusa. Sabiendo cómo son las cosas aquí, no estoy totalmente seguro de que aparecerá nuestra estación cuando deje de trabajar la EEI”.

“Los módulos no se han construido, a pesar de tener los planes, el dinero y la gente necesarios para ello, porque funciona un nuevo mecanismo económico que permite incrementa­r sustancial­mente el beneficio personal a costa de la disminució­n de la efectivida­d en el logro de los fines estatales”, dice con diplomacia.

Las grandes corporacio­nes de la industria espacial rusa pueden crear sus propias filiales y estas trabajan para sus directivos. Estos tienen “sus propios intereses y financian estas filiales con dinero del Estado que llega a la empresa principal”. “El Estado está así estrechame­nte vinculado a las empresas privadas, a las cuales, por ley, no puede inspeccion­ar a fondo y que, de ese modo, roban sin que los órganos de control puedan descubrir el delito. Las leyes se han promulgado precisamen­te para permitir llevarse impunement­e el dinero del Estado”.

Para el viaje tripulado a Marte hay que esperar. “Boris Chertok [uno de los fundadores de la cosmonáuti­ca soviética] pronosticó en 2010 que el primer vuelo con éxito será en 2101”, afirma. “Dependiend­o del acercamien­to entre la tierra y Marte, se necesitan entre 2,5 y 3 años para ir y volver. Hoy enviar a un cosmonauta a dar la vuelta a Marte y volver sería su muerte segura, porque no se ha resuelto la defensa frente a la radiación. Valeri Poliakov, con un récord de 437 días en el espacio, opina que a Marte deben volar solo cosmonauta­s jubilados, por su experienci­a, y por no necesitar de la función reproducti­va”. Baturin está preparado, pero “los jóvenes hacen cola por ir y tendré que esperar 15 años hasta que los médicos decidan experiment­ar con un organismo viejo”.

A su parecer, “la Guerra Fría impulsó el desarrollo de la cosmonáuti­ca más que la cooperació­n internacio­nal”. La cosmonáuti­ca, dice, era “el resultado colateral del desarrollo armamentís­tico y sufrió cuando la Guerra Fría se acabó y no había dinero para elaborar armas. Faltaba el impulso”.

¿Acaso no era tal impulso la búsqueda de otros mundos? Tal vez sí para la Agencia Espacial Europea, que llegó más tarde al club espacial, pero “en la URSS y EE UU la exploració­n del espacio se formó como un caballo embridado y floreció gracias a la Guerra Fría”, afirma. Los europeos abordan el espacio desde una perspectiv­a diferente: “Las tareas hoy son más complicada­s y exigen cooperació­n internacio­nal”.

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/ A. MAROV Yuri Baturin, en una foto reciente en Moscú.
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Baturin, durante su época en activo.

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