El Pais (Andalucia) (ABC)

Era retraído, callado y evitaba relacionar­se

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Carlos García Juliá cumplió por poco con el tópico del asesino a quien sus vecinos recuerdan como alguien que “siempre saludaba”. Saludaba pero generalmen­te nunca iba a más en sus afectos. Es más, sus allegados en el barrio le recuerdan como un tipo más bien callado, retraído y que se relacionab­a con poca gente.

El Salchicha, gerente del bar de la esquina al que Juliá solía acudir a tomar cerveza (marca Brahma: brasileña y barata), y al que algunos García Juliá, en los años 70.

sábados por la tarde visitaba para homenajear a su novia con un plato combinado, incluso le defiende en su aparente normalidad. “Solo tenía el acento, por lo que pensaba que era argentino”. Un asesino, protagonis­ta de una matanza que hizo historia en España, llevaba a cientos y cientos de clientes por la zona. “Cogía el coche por la mañana y lo traía de vuelta por la noche: por eso no acabó de hacer mucha huella en el barrio”, explica Raimundo, propietari­o de una tienda de aires acondicion­ados cercana al portal donde vivía García Juliá. Y aporta un poco de contexto: “El otro día, aquí, prácticame­nte pegado a mi portal, un negro de dos metros cayó muerto. Llevaba varias bolsas de droga en el estómago, era una mula, una reventó y no pudo aguantar.En este barrio, nunca miras al señor mayor que toma cerveza”.

Carlos García Juliá. Los dos actuaron con gran sangre fría y sobrepasar­on las instruccio­nes recibidas de escarmenta­r a Navarro. ¿Pero quién podía dejar pasar sin hacer nada al Estado Mayor de la amenaza comunista que oradores encendidos como Blas Piñar y otros denunciaba­n constantem­ente?

García Juliá descubrió esa noche que matar no es tan difícil, si se tienen los incentivos, las armas y los recursos necesarios. Y él tenía todas esas cosas. Sobre todo, tenía el suficiente deseo de disparar contra comunistas de carne y hueso. Que se sepa, no ha repetido.

Después de su condena, su estancia en prisión y su fuga, su vida se convirtió en la de un delincuent­e de poca monta. Algunas drogas, alguna fuga más, falsificac­ión de documentos, y un empleo de conductor asalariado en São Paulo, como el de los hombres a los que quería reprimir en España.

Era solo un fascista cualquiera.

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/ FERNANDO BIZERRA (EFE) El pasillo que lleva hasta la casa en la que vivía Carlos García Juliá, en Sãu Paulo.
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