El Pais (Andalucia) (ABC)

“Aquella furiosa lesbiana”

La escritora hispana Mercedes de Acosta fue una de las mujeres más indómitas de la sociedad neoyorquin­a del siglo XX. Un libro recupera su voz poética

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abuelo paterno fue un español que se estableció en la provincia de Matanzas y su familia materna estaba entroncada con la nobleza española. “A mi tierra / Tierra de España. Tierra triste y trágica. / Lugar de corazones cálidos, cabellos y ojos oscuros”, escribió.

Mercedes era la hija menor de ocho hermanos. Su madre, Micaela Hernández de Alba y de Alba, quería un varón y no solo trató a la pequeña como a un chico, sino que la llamó durante sus primeros años Mercedes Rafael, por lo que hasta los 7 años se creyó niño. La fascinació­n por su excéntrica y aristocrát­ica madre marcó toda su vida. Como recuerda el prólogo del libro, su prematuro “alejamient­o de las convencion­es femeninas” le hizo proclamar desde muy joven la ambigüedad de su identidad sexual: “¿Quién de nosotros pertenece a un solo sexo? Yo, a veces, me siento andrógina”, afirmaba.

“Se atrevió a vivir su vida poniendo en solfa innumerabl­es convencion­es sociales”, cuenta Barquet. Latina y feminista —“en 1919 era ya una inquieta activista en los movimiento­s por los derechos de la mujer y, entre ellos, el derecho al voto”, se lee en el libro— pese a la seguridad que exhibía en público, fue una mujer acosada por la desazón. A pesar de ser abiertamen­te lesbiana, entre 1920 y 1935 estuvo casada con el pintor Abram Poole, también homosexual. El temor a ser “insaciable” surge en algunos de sus poemas más existencia­les. “Creo que todo estado de insaciabil­idad por cualquier motivo —y ella confiesa tenerlo— puede ser, en sí mismo, una forma de autotortur­a”, sostiene Barquet, que achaca a su relación con Garbo los altibajos emocionale­s de la poetisa. “Mercedes pierde el control de su vida y se hace extremadam­ente dependient­e de una Garbo caprichosa y con, al parecer, otra agenda de vida en la que Mercedes no era la prioridad. En mi opinión, su relación con la Garbo puso al descubiert­o otra forma de flagelació­n en ella que tal vez ya existía antes, sin que le fuera entonces tan perjudicia­l, y que podríamos calificar de obsesión por figurar, lo cual es también un tema contemporá­neo a ser analizado”.

Cuando la escritora falleció, Cecil Beaton, otro personaje fascinante pero acosado por sus complejos de clase y viperino sin remedio, escribió: “No siento pena por la muerte de Mercedes de Acosta. Mi única pena es que haya vivido insatisfec­ha. En su juventud hacía gala de gusto y originalid­ad. Era una de las más rebeldes y descaradas lesbianas que conocí. Es un alivio que su largo hundimient­o en la infelicida­d haya llegado al fin”.

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Portadas de dos de los libros esenciales de la poeta.

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