Por fortuna, los jugadores no hicieron burla a los hinchas y estos no tiraron piedras al avión. En el aire somos ejemplares
El equipo de los Barros Schelotto cuenta con un banquillo de lujo
incertidumbre en los centrales hasta que se afianzaron Izquierdoz y Magallán, más firmes en el juego aéreo que virtuosos para sacar el balón, en la Bombonera se les vio sofocados ante la presencia sudorosa de Wanchope.
Es difícil que Boca postergue su 4-3-3. El trivote que forman Ñández, Barrios y Pablo Pérez es prácticamente intocable. Eso sí, más músculo que fútbol, nada que chirríe en la Bombonera. Solo el capitán Pablo Pérez se anima a romper líneas. Pero en el último clásico se mostró muy impreciso en el último pase.
La fuerza de Boca, sin embargo, está en el ataque. Barros Schelotto recupera para la final del Madrid a su chico franquicia, Pavón (se lesionó en la ida), mientras que no mueve del ataque al vertiginoso colombiano Villa y a Wanchope Ábila, un tanque
El club xeneize recupera a Pavón, que se lesionó en el duelo de ida
para fijar a los centrales. “Si nosotros atacamos, sabemos que hacemos un gol”, subrayó Guillermo Barros Schelotto.
El técnico de Boca se reafirma en el poder de sus atacantes. En caso de dudas, manda buscarlos con centros o con balones frontales, saltándose todas las líneas que haga falta. Es su receta para contrarrestar la pausa que impone River en la medular.
La carne y los jugadores (a estas alturas, términos redundantes) son productos argentinos de exportación. Esta semana, dos ganaderías enteras viajaron 10.000 kilómetros para jugar el partido de más alto nivel simbólico de Argentina y de máxima repercusión en Sudamérica. Por fortuna, ningún jugador le hizo burla a los hinchas y los hinchas no les tiraron piedras al avión. En el aire somos ejemplares. Los jugadores, desconcertados, resignados y seguramente obligados, no dijeron una sola palabra ante el robo a su propia gente del espectáculo más soñado, del juego más amado en el país más futbolizado. Mejor así. Porque si algo le viene sobrando a esta gran Final, son palabras. Empezando por las mías, que hace apenas dos semanas le reprochaban a los españoles la superioridad moral con que miraban el gran Clásico argentino. Hoy, el Bernabéu lo recoge del suelo para demostrar que la superioridad no es solo moral. Solo se me ocurre dar las gracias.
“Pi - pi - pi”: algo pasa en el Bernabéu. El Bernabéu, que vio tantas cosas, se encontrará con un paisaje nuevo. El blanco que le resulta tan familiar salpicado de rojo, los colores de Suecia hablando lunfardo, un folclore con un movimiento inusual que desconcertará a las piedras, unos cantos ingeniosos lanzados como rayos contra el enemigo. ¿Será así? Porque, cada vez que estamos ante un cambio, es en la misma dirección. La ópera de los pobres que siempre fue el fútbol es arrebatada por ricos que transforman los rituales. El estadio estará hoy invadido por curiosos, turistas del fútbol que querrán saber cómo es un River-Boca y que ni siquiera sabrán a quién animar. Unos y otros, por su masiva presencia, convertirán el partido en algo extravagante que no sé imaginar.
Inventario de la dignidad. Pero ilumina el partido con tus mejores luces, Bernabéu, que el fútbol argentino es, también, la furia competitiva de tu querido Di Stéfano; la pasión artística de Maradona; la genial capacidad de síntesis del despiadado Messi. Más allá aún, el país de los jugosos relatos de Osvaldo Soriano; del humor que raspa las entrañas del fútbol del Negro Fontanarrosa; del matrimonio por amor entre rock, tango y fútbol que representa mi admirado Andrés Calamaro... Queda algo auténtico en el fútbol argentino que crece como una enredadera en las conversaciones de bar, en los partiditos de cualquier potrero, en el mensaje que los veteranos dejamos a los jóvenes. Cultura popular denigrada por una decadencia corrosiva que pone en peligro la alegría de sentirnos alguien en el juego global por excelencia: el fútbol. Cualquier día y lugar es bueno para ir recuperando ese legado cultural. Hoy, en el Santiago Bernabéu, sin ir más lejos, para que esta farsa termine guardando las apariencias.