El Pais (Madrid) - Especiales

Los viajes de Manuela Velasco

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La actriz y sus destinos favoritos

Esté donde esté, la actriz madrileña siempre busca los mejores cafés. En Ciudad de México descubrió el picante y en Almería se enamoró del mar

Un día antes de la entrevista, Manuela Velasco (Madrid, 1975) terminaba un taller de investigac­ión sobre Shakespear­e que la llevó, según cuenta, a la Inglaterra del rey Lear. El 20 de marzo empieza a ensayar una obra de teatro, El banquete, que se estrena en mayo y explica la condición humana a través de grandes personajes teatrales, lo que puede considerar­se otra escapada histórico-literaria. Pero entre viaje y viaje metafórico, la actriz ha recorrido mucho mundo real. ¿Dónde se ha sentido más feliz? En Australia, hace un par de veranos, porque cumplí un sueño de mi infancia: ver ballenas jorobadas en el Pacífico. Fue un viaje que hice sola, era difícil de compartir: salía al océano todas las mañanas, a verlas… o no. Esos encuentros, cuando los había, eran de felicidad máxima. ¿Qué lugar merece más la fama que posee? Roma, que es una avalancha de belleza, y de caos; una sucesión de capas y capas de historia amontonada por todos sus rincones. ¿Cuál es su destino favorito? Cádiz, el mar abierto, playas aún naturales, con vegetación, y comida y gente maravillos­as. Su vista favorita. Vivonne Bay, en la isla de Kangaroo, Australia. Una playa virgen con aguas turquesas, entre acantilado­s. Muy cerca de la orilla había una ballena con su ballenato recién nacido. Háblenos de algún rinconcito estupendo que conozca. Fui a Ciudad de México a hacer teatro y nos alojamos en un hotel horroroso en la autopista de entrada a la ciudad. Pero la parte de atrás miraba a un barrio de casitas muy humildes, donde crecían las jacarandas y había un bar, Al Portal, donde nos sentíamos en el mejor sitio del mundo. ¿Un placer inconfesab­le cuando va de viaje? Soy adicta al café. Cuando viajo consulto la app Bean Hunter, que localiza buenos cafés cercanos. Un recuerdo de las vacaciones de su niñez. Mi padre ha sido cámara de cine, empezó muy joven, con Buñuel, y durante mi infancia rodó mucho en Almería, así que pasamos varios veranos allí, en Carboneras, para estar con él, aloja- dos en el hotel El Dorado, donde iba la gente del cine. Para mí el mar es el de Carboneras, donde aprendí a nadar. Las playas inmensas, el desierto, los cactus… Eso mezclado con los carromatos de los rodajes me hacía sentir como en una película. ¿Cuál es el souvenir más lamentable que ha comprado? Aproveché un viaje al Festival de Toronto para visitar el Niágara con una amiga. A la salida te ofrecían hacerte una foto delante de un croma, y te ponían detrás la imagen de las cataratas que eligieras. Elegimos la más kitsch, con fuegos artificial­es, luces y no sé cuántas cursiladas más. Describa un desastre vacacional. Mi primer viaje grande, con mi ex, por toda Europa, en un dos caballos que no pasaba de 80 kilómetros por hora. Nos ocurrió de todo. En Aquitania nos robaron, y, sin dinero para hoteles, tuvimos que dormir en la parte de atrás del coche. De vuelta, en Francia, nos paró la policía pensando que llevábamos drogas. Ya en España, en Covadonga, nos explotó el motor. ¿La persona más interesant­e que ha conocido en sus viajes? Se llamaba Paul, tenía unos 70 años y fui su huésped en su rancho en la isla de Kangaroo. Me enseñó sitios a los que no van los turistas. Estaba tan conectado con la naturaleza, y con la vida. Había construido su casa con sus propias manos y decía que no había nada más hermoso que dormir bajo el cielo, junto al océano, rodeado de animales. ¿Algún transporte que deteste? El avión porque me da mucho miedo y porque, a menos que tengas la suerte de viajar en primera clase, apenas tienes espacio. Un plato memorable que haya comido. Las frutas que me ofrecieron en el mercado de frutas y flores de Bangkok, que abre durante la noche. Ni por textura ni por forma ni por sabor podría decir a qué se parecían, no tenía referencia­s. Me gustó que me sorprendie­ran. Y alguno incomprens­ible… No fue incomprens­ible pero sí nos hizo ver lo dormidas que tenemos ciertas partes de nuestras papilas gustativas. Fue actuando en Ciudad de México, reservamos en el restaurant­e Pujol. El tercer o cuarto plato era un mejillón, pero era una cosa tan amarga que me puse roja y empecé a sudar. En España estamos acostumbra­dos a jugar con lo dulce y lo salado, y allí es más lo picante, lo amargo y lo ácido. ¿Ha sido víctima de algún timo por ser viajero inexperto? Fue más grave que un timo. Alquilamos un coche en República Dominicana y, ya de vuelta, por una carretera solitaria, nos pararon unos hombres armados. Nos sacaron todo lo que teníamos, solo nos dejaron algo para llegar al aeropuerto. Algo que nunca falta en su maleta… Música y libros, varios porque leo una cosa u otra según mi ánimo. Para mí viajar es estar en los sitios, lo que significa que en algún momento he de poder leer y tomarme un café tranquila.

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La actriz Manuela Velasco.

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