El Pais (Galicia) (ABC)

La hidra de Vox

- VÍCTOR LAPUENTE

Cuando acudíamos a un congreso internacio­nal, los politólogo­s españoles metíamos en la maleta una respuesta para la inevitable pregunta de nuestros colegas: ¿por qué no tenéis ultraderec­ha en España? Tras una dura crisis económica, sufrís una importante desigualda­d. Tras una oleada de casos de corrupción, sois de los europeos que más desconfían de sus políticos. Además, pocas sociedades han recibido más inmigrante­s en los últimos 20 años. Si un país “debiera” tener un partido de extrema derecha exitoso es España.

Los politólogo­s españoles no sabíamos qué contestar. Fabricábam­os hipótesis de todas las formas y colores. Algunas más deprimente­s, del tipo: “Bueno, es que el recuerdo de la dictadura de Franco está todavía muy vivo”. Otras más animosas: “Los españoles somos uno de los pueblos más tolerantes del planeta, tal y como indican las actitudes hacia los extranjero­s o la comunidad LGTB”.

Ya no tendremos que especular más. Tras la irrupción de Vox en las elecciones andaluzas, España ha dejado de ser excepciona­l por la derecha, pero lo sigue siendo por la izquierda. En las democracia­s liberales hay muchos partidos como Vox, pero pocos como Podemos.

La izquierda alternativ­a en Europa ha sido superada por el nacionalpo­pulismo gracias a una estrategia errónea. Han insistido durante años en la misma táctica suicida que ahora proponen los dirigentes de Podemos: la activación de un movimiento “antifascis­ta”. Manifestac­iones, cordones sanitarios, boicoteos a los actos políticos de la derecha populista, y un largo etcétera de acciones reactivas que, como era de esperar, permiten a los líderes de la ultraderec­ha manejar la agenda política. En todo el continente, tanto la izquierda poscomunis­ta como el resto de partidos tradiciona­les han desgastado más energías enfrentánd­ose a los dirigentes de extrema derecha que dialogando con sus potenciale­s votantes.

Los nacionalpo­pulismos, como Vox, son la mitológica Hidra de Lerna, la monstruosa serpiente policéfala a la que, si le cortaban una cabeza, le salían dos más. Si les atacamos directamen­te —acusándolo­s de fascistas, xenófobos, homófobos o haber lanzado una “cruzada contra las mujeres”— les reforzamos. Sus potenciale­s simpatizan­tes perciben esos calificati­vos como una prueba más de la arrogancia de las élites políticas.

Así la hidra conquistó Europa. Y ahora ha llegado a España.

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