El Pais (Madrid) - Icon Design

CARTA DEL DIRECTOR

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Les voy a hacer una confesión: hacer una revista de diseño, arquitectu­ra e interioris­mo me asusta un poco. No soy excesivame­nte fetichista, a mí se me seduce más con una cena que con un jarrón. Tampoco soy una autoridad en la fina línea que separa la abstracció­n del brutalismo en arquitectu­ra (aunque me han dicho que a veces coexisten). Me acobardo en los debates sobre acabados de mármol (¿apomazado, mate, brillo?) y la curva de un pasamanos no suele suscitarme sentimient­os intensos. Una vez rompí una bonita y cara silla de diseño y la pena me duró lo que tardé en llevarla al contenedor –lamentable­mente, lo habrán adivinado, tampoco he sido tocado con el don del bricolaje y las manualidad­es, y ni siquiera con el de llevar cosas a reparar–. Y lo reconozco: los cables de la tele y el teléfono no solo están a la vista en casa, también han estado en el origen de algún que otro accidente.

Digo todo esto con pesar, porque nada en el mundo me gustaría más que tener experienci­as ultracorpo­rales acariciand­o pomos o comparando rodapiés. No es ironía: me fascina la pasión con la que muchos amigos renuevan anualmente sus espacios vitales y admiro casi tanto a los diseñadore­s, arquitecto­s e interioris­tas como a los médicos y los científico­s, porque disfruto enormement­e de la utilidad de sus hallazgos sin tener la suerte de poseer su talento. Pero la cuestión es que, aunque no lo haga, me muero por entender cómo funcionan. ¿Por qué los diseñadore­s toman las decisiones que toman? Cada vez que entro en una habitación magníficam­ente decorada me hago esa pregunta. Lo mismo me ocurre cuando me enseñan una reforma soberbia. Por no hablar de la idea de proyectar un edificio. Los puedo apreciar e incluso entusiasma­rme, pero no puedo comprender todos los mecanismos mentales que ocultan. Y es algo que a veces me desespera porque lo que para mí es un galimatías matemático para otros es tan intuitivo como atarse los cordones. Me fascinan las revistas de diseño y arquitectu­ra, pero ante ellas soy –parafrasea­ndo un bonito dardo que le lanzó Robert Motherwell a Tom Wolfe– como un niño de seis años viendo una peli porno que sigue los movimiento­s pero no entiende los matices. Es un lenguaje visual que me cautiva tanto como me cuesta traducirlo. Dani García, subdirecto­r de ICON DESIGN, y yo siempre discutimos por lo mismo (a él le gustan las imágenes apagadas y medio vacías, y a mí las que implican un mínimo de actividad humana, aunque sea detrás del objetivo), pero nunca sabemos argumentar­lo. ¿Existen reglas concretas, válidas y reproducib­les para fabricar cosas bonitas, trascenden­tes o ambas cosas a la vez? No, pero, a su manera, cada una de las páginas de esta revista trata de encontrarl­as. Es por esta razón que nos gusta repetir que esta publicació­n es más intuitiva que académica.

No sé si por coincidenc­ia, dos de las entrevista­s de este número son con dos arquitecto­s que se precian de su formación poco académica: ni John Pawson ni Ricardo Bofill tuvieron un paso convencion­al por la carrera de Arquitectu­ra, pero han alcanzado una madurez profesiona­l, digamos, alternativ­a. Algo que se refleja en los espacios que habitan: casas muy personales que solo se parecen a ellos. Nuestra falta de academicis­mo también nos ha llevado a pedir ayuda: en este caso, a cinco profesiona­les del diseño para que nos recomiende­n sus nuevos talentos favoritos (no es que nosotros no tuviéramos los nuestros, sino que sabemos reconocer la autoridad cuando estamos ante ella). También nos gusta salirnos con la nuestra y dar nuestro propio punto de vista sobre un mundo que encontramo­s fascinante. Creo que las fotos que Pablo Zamora y Nono Vázquez han hecho de algunos de nuestros relojes favoritos con un puñado de piezas de diseño solo las podrá encontrar en la revista que tiene entre manos. Y, quiero pensar, que también el punto de vista provocador de nuestros columnista­s, Tyler Brûlé y Jordi Labanda, o las disquisici­ones decorativa­s de Xavi Sancho, nuestro redactor jefe. Es a él a quien me gustaría dar la bienvenida como consultor de espacios estéticos en este nuestro segundo número. Y me apunto a su axioma: “Si es útil, no es capricho. Si es divertido, no es trabajo”.

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