El Pais (Madrid) - Icon Design

París soy yo

Habla Thierry Costes, el hombre que convirtió las ‘brasseries’ en sitios donde quedarse a vivir

- Texto Mario Canal Fotografía Gorka Postigo

El Café Français se abre a la bulliciosa Plaza de la Bastilla con un brillo dorado. Es como el interior de un huevo Fabergé amueblado por India Mahdavi con mobiliario rojo y azul eléctrico. La música es ochentera, tranquila pero alegre. Como la voz de Thierry Costes (1975), el dueño del lugar, que no puede evitar entusiasma­rse al hablar de su negocio: “Hasta los 10 años viví encima del local de mi padre y ahora lo hago al lado de uno de ellos. Para mí es una pasión”, confiesa el hijo de Gilbert y sobrino de Jean-Louis Costes, la poderosa hermandad de la restauraci­ón gala que en los años ochenta rehabilitó un icono nacional: el café parisino.

Aunque pueda parecer una ciudad que nunca perdió el glamur, en la mencionada década París vivía desorienta­da. Perdida la energía que había mayonesa. Nosotros introdujim­os un menú internacio­nal, con platos sencillos y sanos de primera calidad, como el gazpacho o el tomate con mozzarella. Ahora todo el mundo lo hace”.

El impacto del Café Costes fue brutal. André Saraiva, artista francés y fundador del popular local nocturno Le Baron, además de amigo y socio de Thierry, recuerda divertido cómo “la gente iba solo para visitar los baños”. Las toilettes del Costes –que estaba en el barrio de Les Halles y cerró en 1990– se convirtier­on en parada obligada en la ciudad, igual que el Louvre o el Palais Royal. Luego llegó el Café Beaubourg, frente al museo Pompidou, diseñado por el futuro pritzker Christian de Portzampar­c. A partir de aquí, se puede contar la historia del cool parisino a través de los locales que irradiado durante los sesenta y los setenta, Tokio y Nueva York la habían superado en poder de seducción. Londres la miraba por encima de sus hombreras. Resistía como capital de la alta costura, pero París no despegaba en lo cotidiano. Sus cafés y brasseries estaban sumidas en un tipo de decadencia que se explica en tres palabras: formica, acero y escay. “Cuando en 1984 mi tío Jean-Louis contrató a Philippe Starck, por entonces un joven diseñador, para abrir el Café, fue una revolución. El diseño no existía en las cafeterías, que además tenían una propuesta gastronómi­ca muy simple: bebidas y sándwiches de jamón y queso”, cuenta Thierry Costes. En las brasseries el panorama no era mucho mejor: “Solo podías pedir sopa de cebolla o huevos con la familia Costes ha ido abriendo en la ciudad. O, a través de los artistas, interioris­tas y el público que han pasado por ellos, podemos analizar el paso de la hostelería como el simple negocio de dar de comer y beber a la hostelería como fenómeno cultural. Tanto, que la editorial Assouline acaba de publicar un volumen en el que se ilustran los principale­s proyectos –más de 30 cafés, hoteles y restaurant­es– que Gilbert y su hijo Thierry han realizado bajo la denominaci­ón empresaria­l Beaumarly (cosas de hacer negocios en familia: desde 2008, año en el que se repartiero­n su imperio, cada uno de los hermanos Costes tiene su propia compañía: Jean-Louis se quedó con Costes y Gilbert fundó Beaumarly, hoy santo y seña de la restauraci­ón glamurosa en París, que gestiona con su hijo Thierry).

“Para los franceses, el café es un lugar de trabajo, de encuentro, de fiesta. No nos gusta estar encerrados, por eso tenemos tantas terrazas a pie de calle, nos gusta mucho mirar. Un café es como un teatro, pasan un montón de cosas”, explica Thierry. Igual que el Café de Flore fue el escenario de la intelectua­lidad de posguerra, para replicar ese poder de influencia en sus locales, los Costes tuvieron que romper con el ambiente belle époque en aras del espectácul­o. Thierry subraya la importanci­a de la escenograf­ía, como prueba la lista de interioris­tas con quienes ha colaborado: Jacques Garcia, Gérard Cholot, Charles Tassin, la mencionada Mahdavi o los artistas Philippe Parreno y Pierre Huyghe. Esos dos últimos fueron los encargados de diseñar el primer gran proyecto de Thierry, el Café Etienne Marcel, en 2001. Costes dudaba entre ellos y Takashi Murakami, el artista japonés (por entonces, desconocid­o), y ganaron los franceses, que firmaron un establecim­iento de inspiració­n retrofutur­ista (paredes de colores, sillones ergonómico­s de plástico blanco). Igual que 2001: Una odisea del espacio, la película de 1968 que le sirve de referencia, el Etienne Marcel no ha perdido una pizca de relevancia.

Con el cambio de siglo, Costes, más que un apellido, se convierte en una marca de estilo de vida. Nacen las velas Costes, los perfumes Costes y, sobre todo, las compilacio­nes musicales Costes, a cargo del dj Stéphane Pompougnac, que establecen –con permiso de Café del Mar– la moda de hacer recopilato­rios con la banda sonora de un local. Son los años del french touch y los sonidos de Daft Punk y Air, el mal gusto chic de la revista Purple, las galerías de arte de la calle Louise Weiss, la innovadora boutique Colette o el centro de arte Palais de Tokyo son el producto de un relevo generacion­al del que Thierry Costes forma parte. La élite artística de la ciudad, formada mayori-

“Para los franceses, el café es un lugar de trabajo, de encuentro, de fiesta. Al francés no le gusta estar encerrado, por eso tenemos tantas terrazas a pie de calle. Nos encanta mirar. Un café es como un teatro, pasan un montón de cosas”

tariamente por vástagos de la gauche caviar, sirve de combustibl­e diurno, pero sobre todo nocturno, a la ciudad. Una de esas noches con varias copas de más surge la siguiente gran idea. “Hablando con André Saraiva, quien había abierto el club Le Baron en 2005, le digo que he comprado un hotelito”, cuenta Costes, “y que podría ser divertido hacer algo con artistas allí. Al día siguiente, André me llamó al despertars­e, sobre las cinco de la tarde, y me dijo: ‘Venga, hagámoslo”.

El Hôtel Amour puso en el mapa el barrio de SoPi –South Pigalle– y sus habitacion­es, al principio, podían alquilarse por horas, en un guiño al ambiente canalla de la zona. El local daba, además, una vuelta de tuerca al negocio de la hostelería asequible: “Antes no existía un hotel cool a 100 pavos”, explica Thierry, cuya familia había alcanzado gran éxito con el Hôtel Costes, en la exclusiva calle de Faubourg Saint-Honoré. “La mitad de los muebles salieron directamen­te de mi apartament­o en París”, recuerda Saraiva desde Nueva York, “por eso, cuando digo que el Amour era una extensión de mi casa, es literal. Pero además era un lugar donde no te sentías en un hotel convencion­al y donde se quedaban todos los amigos que nos visitaban”. Hoy el Amour no solo sigue en activo, sino que tiene un hermano mayor –el Grand Amour– y pronto seguirá un tercero. Pero Thierry Costes ya no solo piensa en París, sobre todo, desde que el turismo se ha visto afectado por el terrorismo islamista. Lo próximo es la internacio­nalización de su proyecto: esa mezcla de cuidada oferta culinaria y diseño reconocibl­e que ha sido copiado pero nunca igualado. Costes busca casa en Marbella, se declara enamorado de la cultura española y nos tantea sobre el negocio en nuestro país. Los años “exclusivam­ente franceses” del más francés de los hosteleros tocan a su fin.

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Una de las señas de identidad de los establecim­ientos Beaumarly son los estampados sin complejos y los poderosos coloridos. Así, las escaleras del club Matignon, decorado en el estilo barroco caracterís­tico del interioris­ta francés Jacques Garcia, se...
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Los detalles decorativo­s y arquitectó­nicos son la clave de los Costes. Como las sillas del Café Etienne Marcel –réplicas exactas de unas creadas en los años sesenta para una residencia de protección oficial–, las columnas forradas con motivos vegetales...
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