El Pais (Nacional) (ABC)

River Plate se corona en el Bernabéu

El equipo de los millonario­s derrota a Boca en la prórroga y logra su cuarta Copa Libertador­es tras un partido poco sutil, pero muy bravo y emotivo, y con concordia en las gradas del Santiago Bernabéu

- JOSÉ SÁMANO, Madrid

Los millonario­s se imponen a Boca (3-1) en la prórroga de una final brava y emotiva

River Plate se coronó de forma monumental en el Santiago Bernabéu, a 10.000 kilómetros de su hogar, en la final de la Copa Libertador­es que llegó a Madrid tras dos suspension­es en Buenos Aires, esta vez sin incidentes antes ni durante el choque. Gloria para los millonario­s y un desgarro histórico para Boca Juniors, porque no hay consuelo en una rivalidad tan tremendist­a como la de estos dos clubes argentinos. River resolvió en la segunda parte de la prórroga (3-1) un partido bravo y emotivo, de pico y pala. La expulsión de Barrios en el tiempo extra y un zurdazo explosivo de Quintero decantaron para River un duelo que se recordará de generación en generación.

El partido de los siglos por los siglos, que casi dura un siglo, coronó de forma monumental a River. Gloria infinita para los millonario­s tras una noche apoteósica en Madrid, a 10.000 kilómetros de su hogar. Un desgarro histórico para Boca, para el que tardará en amanecer al menos hasta otra hipotética final de la Libertador­es que le cruce con el irreconcil­iable vecino. Una rivalidad semejante, tan tremendist­a desde el paleolític­o del fútbol, no deja consuelo a la vista, por más que Boca sume seis Libertador­es por cuatro de River. Como era de esperar con una trama que comenzó hace casi un mes, la Copa no tuvo destinatar­io hasta la prórroga. Todo un thriller a lo argentino que al menos antes y durante el match acabó en concordia. Ojalá quede acuñado el Tratado de Madrid.

Es tal el depósito sentimenta­l de unos y otros, hay tanto en juego en la grada, en los despachos y en las barras que para el césped apenas dejan nada. Sobre el pasto inmaculado de la Monumental Bombonera del Bernabéu, River y Boca se propusiero­n jugar a no jugar. Mucho pico y pala, los chicos suda que suda como una regadera y un catálogo de cargas, nudos yudocas, cates, atropellos, atascos... Un pique colosal tajantemen­te prohibido para monaguillo­s. Y una sufridora: la pelota. Cualquiera pudo ser expulsado por maltrato, por quebrarle los ligamentos en más de una ocasión. Ante la feroz rapiña del fútbol europeo, que no repara en si son parvulario­s, hasta los totémicos clubes argentinos tienen que apañarse con reclutar a quienes ya han caducado fuera o a quienes destacan como teloneros en su liga. Eso sí, en Madrid, emotividad no faltó en un pulso bravo y bravo, solo sedado con buenos goles.

Vaya usted a saber si por un miedo paralizant­e, por pies dislocados o ambas cosas, el caso es que el encuentro comenzó tan bacheado como un paseo lunar. El balón brincaba de la misma manera que si lo hubieran soltado en ese campo astral. Tan silvestre era el choque que captaba la atención de los neutrales (algunos de los 62.282 espectador­es) cuando las pifias eran más categórica­s aún que ya las de por sí llamativas. Un muestrario de tachas: un despeje de Pínola en dirección torcida casi sorprende a su camarada Armani, meta de River. En la otra orilla, un destrozo de Magallán al cuero derivó en un córner cerrado por los millonario­s con un tiro de Fernández a un anfiteatro. Palacios, en la órbita de Europa, intentaba con poco éxito deshacer cada ovillo en el que se metía cualquier rojiblanco. Boca,

que no tiene un Palacios, se encomendab­a a Pablo Pérez, futbolista con cicuta en los tacos. Más directo Boca, con más carrete River. Imprecisos los dos.

De otro de los innumerabl­es chascos llegó el gol de Boca. El tanto partió de un ataque de River y una cantada del portero xeneize Andrada. El balón salió escupido hacia el uruguayo Nández. Y el charrúa mereció el brindis de los espectador­es incoloros que mendigaban una chispita de fútbol. A su asistencia respondió en estampida Benedetto, más ágil que los rígidos centrales de River. A los muchachos del Muñeco Gallardo les tocaba remar como nunca. Los de Barros Schelotto, con confetis por refugiarse en las cuerdas.

Prórroga y expulsión

No hubo disimulos y cada cual expuso el relato previsto, aunque se rebajaron los borrones y el partido fue un pelo más pinturero. A Boca le costaba un océano hilar una contra. A River le suponía un reto alpino dar con Andrada. A los de Núñez, si acaso con un punto mayor de finura, les faltaba Palacios, extraviado en un encuentro tan selvático. Pero encontró una rendija, se alió con Fernández y Pratto, hasta entonces solo un combatient­e con los centrales adversario­s, vio la puerta abierta de par en par. Inopinadam­ente, en un duelo tan legionario, con tantos cocodrilos, los goles llegaron como ahijados de las mejores jugadas de la noche. Abrochado el empate ya no hubo remedio y esta final para la eternidad se eternizó un poco más con una prórroga. Los futbolista­s, con el corazón en los huesos y el cuerpo apalizado. Sus militantes, con el alma a dieta y las gargantas cocidas a fuego, en Madrid y en Buenos Aires.

Al primer instante del tiempo extra fue expulsado Barrios, al que ya le colgaba una amarilla, por advertir el árbitro una pisada a Palacios. Todo a favor de River, obligado por la ventaja numérica. Para colmo, Andrada, su guardameta, con una pierna tiesa. Congojas para Boca, para entonces ya gobernado por Gago, que aún tiene algo de poso, por más que le falle la carrocería. A su compás, los penales eran el horizonte de la resistenci­a xeneize. La geometría de River ya era otra desde que a la hora irrumpió el menudo y habilidoso Quintero. Por fin alguien intrépido. Afeitado Boca y con el colombiano como agitador, el éxtasis millonario llegó a los cuatro minutos del segundo tiempo añadido.

Cuando cabía concebir un empate a perpetuida­d, Quintero reventó la portería del cojo Andrada con un zurdazo explosivo, otro gran gol. Los de la Bombonera se engancharo­n a Tévez, pretoriano de Boca a punto de marchitar. Ya no hubo remedio, pese a un remate al poste del xeneize Jara a un parpadeo del cierre. Precedente del 3-1 de Pity Martínez. River se llevó la gloria monumental de una final que nunca pareció tener final. Y dejará cháchara, chanzas y jodas de generación en generación.

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/ JUAN MEDINA (REUTERS) Jugadores y técnicos de River Plate celebran su victoria en el césped del Bernabéu con el trofeo de la Copa Libertador­es.
 ?? / SERGIO PÉREZ (REUTERS) ?? Los jugadores de River levantan el trofeo como campeones de la Copa Libertador­es.
/ SERGIO PÉREZ (REUTERS) Los jugadores de River levantan el trofeo como campeones de la Copa Libertador­es.

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