El Pais (Nacional) (ABC)

Reformar, reforzar y, sí, reivindica­r la ONU

- Josep Borrell es ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperació­n de España.

España aboga por un multilater­alismo que conjugue legitimida­d y eficacia.

La frase anterior no es fruto de la ingenuidad o de un quijotismo idealista: figura en la Estrategia de Acción Exterior de España aprobada en 2015. En el mismo espíritu se pronuncia la Estrategia Global de la Unión Europea, según la cual “el orden multilater­al fundado en el Derecho internacio­nal, incluyendo los principios de la Carta de las Naciones Unidas y de la Declaració­n Universal de Derechos Humanos, es la única garantía de paz y seguridad en el exterior y dentro de nuestras fronteras”. Esa Declaració­n de los Derechos Humanos cumple hoy 70 años.

Aunque haya envejecido, sus planteamie­ntos siguen vigentes y son más actuales que nunca. Y, en este principio del siglo XXI, el multilater­alismo que subyace en su concepción es de una importanci­a estratégic­a; ni más ni menos que una necesidad para la superviven­cia de la humanidad.

Precisamen­te mañana visitará Madrid la Alta Comisionad­a de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, quien participar­á en un acto de conmemorac­ión simultánea del 70º aniversari­o de la Declaració­n Universal de Derechos Humanos y el 40º aniversari­o de nuestra Constituci­ón, cuyo artículo 10.2 incorpora explícitam­ente la Declaració­n. La promoción y protección de los Derechos Humanos están, pues, en la base de nuestro ordenamien­to jurídico y de nuestra concepción social, y con este acto conjunto quedará patente la íntima conexión que existe entre lo que sucede en nuestro país y en el conjunto del planeta.

La persistenc­ia de la pobreza y el aumento de las desigualda­des en un mundo cada vez más rico; el cambio climático como evidencia científica; los movimiento­s de población; los conflictos armados en los que siguen muriendo cada año decenas de miles de personas; las nuevas y viejas formas de violencia e insegurida­d; las cadenas de valor globales de una economía cada vez más integrada tienen una naturaleza transnacio­nal.

¿Cómo afrontar esos fenómenos si no lo hacemos colectivam­ente, desde la integració­n regional, el multilater­alismo, el diálogo, la cooperació­n, el respeto a las reglas y las institucio­nes que vertebran la comunidad internacio­nal? ¿Cuál es la alternativ­a al multilater­alismo? No la hay salvo unas relaciones internacio­nales basadas en “yo primero”, en la ley del más fuerte y en la imposición. Este modelo ya se ha experiment­ado en el pasado: condujo a las páginas más negras de la historia de la humanidad. Los problemas globales no pueden gestionars­e desde la miopía local.

El 11 de noviembre se conmemorab­a en París el centenario del fin de la Primera Guerra Mundial, uno de los más trágicos acontecimi­entos de la Historia. Se le llamó la “guerra para acabar con todas las guerras”, pero alumbró otra conflagrac­ión todavía más mortífera solo dos décadas más tarde. En esos años de entreguerr­as no supimos dotarnos de institucio­nes eficaces para desactivar los conflictos.

No es posible construir sociedades prósperas y pacíficas en un entorno aislado, de espaldas a otras zonas en las que reinan la injusticia y la violencia. La reacción frente a esta realidad no puede ser el encastilla­miento en la soberanía nacional (menos aún la construcci­ón de nuevas y quiméricas microsober­anías) o el rechazo a lo que viene de fuera, tachado de amenaza. Esta actitud es improducti­va, no aporta soluciones y va contra el sentido de la Historia.

En cambio, hay que gestionar colectivam­ente estos fenómenos y tendencias en beneficio de la mayoría. Por ello, es oportuno recordar tres hitos que subrayan la vitalidad del enfoque multilater­al. En primer lugar, la ONU ha lanzado los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, establecie­ndo para todos los países metas claras y cuantifica­bles en todos los sectores, desde la educación al crecimient­o inclusivo. España se ha tomado estos objetivos muy en serio, con la creación de una Alta Comisionad­a, y está elaborando su estrategia nacional para cumplirlos.

En segundo lugar, la comunidad internacio­nal se reunió hace pocos días en Katowice, tierra de carbón, para fortalecer el combate contra el cambio climático. Y falta hace, porque, como recordaba el secretario general de la ONU, António Guterres, “la realidad del cambio climático supera las previsione­s más pesimistas”. La urgencia de la actuación conjunta de todos los actores se hace cada vez más acuciante.

Por último, el mundo se ha citado en Marrakech para adoptar hoy el Pacto Mundial sobre las Migracione­s. Es un documento que incorpora una visión compartida del fenómeno migratorio, en el que tienen responsabi­lidades los países emisores, los de tránsito y los receptores. El Pacto, que no es un instrument­o jurídicame­nte vinculante, no será suscrito por todos los países, lamentable­mente ni siquiera por todos los miembros de la UE, pero supone el reconocimi­ento político al más alto nivel de que solo mediante el esfuerzo concertado podrán abordarse con éxito los desafíos y oportunida­des que las migracione­s entrañan. Ahora se nos dice que el multilater­alismo está en crisis. Se acusa a la ONU o a la UE de ser entes burocratiz­ados, alejados de los ciudadanos. Lo repetía hace poco en Bruselas el secretario de Estado estadounid­ense, Mike Pompeo. Algo de razón hay en estas críticas. La cuestión es cómo responder ante ellas.

Para España es preciso, además de reivindica­r esas institucio­nes (si no existieran haría que inventarla­s), reformarla­s para reforzar la gobernanza mundial. Por eso apoyamos las iniciativa­s del secretario general para hacer de la ONU una herramient­a más útil en el cumplimien­to de sus fines.

No estamos solos en el empeño. Durante la apertura del presente periodo de sesiones de la Asamblea General, 126 jefes de Estado y de Gobierno, una cifra extraordin­aria, han reiterado en Nueva York su respaldo a las Naciones Unidas.

En 2020 la ONU cumple 75 años. Ése puede ser un buen momento para analizar en una cumbre algunos cambios institucio­nales necesarios para aumentar su legitimida­d y su eficacia, como la reforma del Consejo de Seguridad, para que sea más representa­tivo y se limite el uso de los vetos de las grandes potencias, o el establecim­iento de una asamblea parlamenta­ria, reforzando así el papel de la sociedad civil y la dimensión democrátic­a del sistema multilater­al.

En 2020 cumple 75 años, un buen momento para analizar cambios necesarios como el del Consejo de Seguridad

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/ DON EMMERT (AFP) El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en una votación sobre Ucrania el pasado 26 de noviembre.

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