El Pais (Nacional) (ABC)

Las voces de la ira

Hay una explicació­n psicopatol­ógica para la irrupción de la extrema derecha en Andalucía: un nicho de votantes optan por aquello que consideran que mejor expresa su cólera contra el poder establecid­o

- DANIEL INNERARITY es catedrátic­o de Filosofía Política e Investigad­or Ikerbasque en la Universida­d del País Vasco. Acaba de publicar Política para perplejos (Galaxia) y Comprender la democracia (Gedisa). Daniel Innerarity @daniInnera­rity

Desde la elección de Trump y el triunfo del Brexit hasta la irrupción de Vox en las elecciones andaluzas, da la impresión de que la gente está votando contra las encuestas. Lo que convierte a la política en algo tan inquietant­e es el hecho de que sea imprevisib­le cuál será la próxima sorpresa que la ciudadanía está preparando a sus políticos. Nadie sabe con seguridad cómo funciona esa relación entre ciudadanos y políticos, que se ha convertido en una auténtica caja negra de la democracia. Las regularida­des de la democracia representa­tiva tal y como la conocemos parecen haberse roto cuando partidos, sindicatos y medios de comunicaci­ón han perdido buena parte de su autoridad, en un proceso general de desinterme­diación que tiene muchos efectos democratiz­adores, pero que también deja a las personas en una situación de mayor vulnerabil­idad. Hace muy poco celebrábam­os las posibilida­des democratiz­adoras de las redes sociales y ahora nos damos cuenta de que este nuevo contexto nos convierte en individuos más desprotegi­dos, tanto desde el punto de vista de lo que pensamos como de lo que sentimos. Estamos sobrecarga­dos por un flujo de opiniones que apenas podemos procesar y asediados por corrientes emocionale­s desatadas.

Toda esta incertidum­bre plantea al menos tres desafíos a quienes se ocupan de la interpreta­ción de los asuntos políticos: una reflexión acerca de la metodologí­a de las encuestas que infravalor­an las posibilida­des de éxito de candidatos que rompen las reglas más elementale­s de la competició­n electoral; pensar si no estamos subestiman­do la fortaleza de lo que aborrecemo­s y la necesidad nuevos conceptos para entender las transforma­ciones de la democracia contemporá­nea.

En el caso concreto de la irrupción de la extrema derecha en el Parlamento de Andalucía las primeras explicacio­nes, como suele ocurrir, han sido más bien interesada­s y decepciona­ntes. Una sorpresa de tal envergadur­a no puede explicarse por una sola causa. En esta sociedad todos llevábamos dentro un entrenador de fútbol y ahora, además, un politólogo. En vez de poner en juego una diversidad de factores que nos aclare las causas de lo sucedido, en lugar de situar a cada uno (partidos, medios, electores, abstencion­istas… ) delante de su responsabi­lidad, todo se ha resuelto en la búsqueda de un solo culpable, un único factor que, casualment­e, es el que mejor encaja en la particular batalla que libramos cada uno y que también nos exculpa de cualquier responsabi­lidad. La obsesión táctica incapacita para hacer buenos diagnóstic­os.

Por supuesto que la invasiva presencia del conflicto catalán en la campaña es uno de los factores explicativ­os, pero me resisto dar la razón a quienes culpan del desastre a lo que está sucediendo en Cataluña, algo tan simple como afirmar lo contrario y asegurar que es la hipernacio­nalización de las derechas lo que habría regalado esos escaños a Vox. Segurament­e lo que está sucediendo en Cataluña habría tenido menos efecto en las elecciones si los partidos hubieran hablado de los problemas que inciden directamen­te en la vida de los andaluces. Aquí ha habido más gente haciéndole­s la campaña de los que estarían dispuestos a reconocerl­o.

Sugiero una explicació­n que no he encontrado hasta el momento y que sin dar cuenta de todo debería al menos ser tomada en considerac­ión, una explicació­n más psicopatol­ógica que ideológica. A veces hay que fijarse menos en lo que dicen los actores políticos y atender más a lo que ponen de manifiesto. Recomiendo que no les demos a las nuevas derechas una explicació­n demasiado intelectua­l o estratégic­a y confiemos más en los resortes emocionale­s elementale­s a los que obedecen y que manejan con habilidad. Mi idea es que hay un nicho de votantes relativame­nte numeroso —y que aumenta en tiempos de incertidum­bre, cuando el miedo o el simple desconcier­to nos convierte en sujetos impredecib­les— formado por quienes están especialme­nte irritados (que no coinciden necesariam­ente con eso que se ha dado en llamar “los perdedores de la globalizac­ión”) y que en cada elección optan por aquello que consideran que mejor expresa su cólera contra el poder establecid­o.

Es evidente que en Andalucía no hay 400.000 fascistas, sino ese número de personas que han votado al partido que creen representa mejor su hartazgo, aunque no ofrezca ninguna solución a los problemas que pueden estar en el origen de esa ira. Esos votantes conocen el programa de la opción que han elegido todavía menos que los votantes de otros partidos. Su indignació­n se satisface votando a quienes sienten que representa­n mejor la antítesis de lo que detestan. Responde más al rechazo que a la identifica­ción. Este tipo de comportami­ento es un caso extremo de la desproporc­ión que existe en las democracia­s contemporá­neas entre el gran poder de movilizaci­ón negativa y el escaso poder de movilizaci­ón constructi­va, de ese votar en contra, en vez de a favor de algo, que caracteriz­a la actitud antipolíti­ca de muchos de nuestros conciudada­nos.

La paradoja consiste en que tenemos que explicar un movimiento político por motivos que están desprovist­os de toda lógica política. Este comportami­ento electoral es, en mi opinión, la expresión más desinhibid­a de la antipolíti­ca. Pone de manifiesto que el antagonism­o entre la política y la antipolíti­ca es más fuerte que el de derecha e izquierda. Actitudes antipolíti­cas las hay, por cierto, en todo el arco ideológico, aunque en la extrema derecha se concentren especialme­nte. Hay despolitiz­ación tecnocráti­ca y también de carácter populista. Es la degradació­n de nuestra vida política lo que ha alimentado este monstruo.

La política se nos ha convertido en una centrifuga­dora que polariza y simplifica el antagonism­o. Cuanta menos calidad tiene la vida política, más vulnerable­s somos al poder de los más brutos, mayor es el espacio que dejamos a los provocador­es. ¿Por qué nos extraña su éxito si llevamos tanto tiempo dando a entender que los enfadados siempre tienen razón y que la ira merece más atención que el argumento? ¿Cómo es posible que quienes han contribuid­o a convertir la política en un espectácul­o intenten convencern­os ahora de que son la solución?

Esto que acaba de pasar es la excrecenci­a de un problema producido por todos los que tenemos alguna responsabi­lidad (aunque sea en diferente medida) en la conformaci­ón de la cultura política y la opinión pública. Si cabe hablar en función de la solución, esta no será inmediata ni nos la va a proporcion­ar un cordón sanitario, ni el frente común, ni la enfática retórica antifascis­ta, que solo sirven para impedir los buenos diagnóstic­os y bloquear la reflexión acerca de la propia incapacida­d. No hay más solución que la política, es decir, el trabajo argumentat­ivo, la visión estratégic­a, análisis más sofisticad­os, búsqueda de acuerdos, capacidad de resolver los conflictos, vigilancia y compromiso ciudadano.

Tenemos que explicar un movimiento político por motivos desprovist­os de toda lógica política

No hay más solución que trabajo argumentat­ivo, visión estratégic­a, acuerdos y compromiso ciudadano

 ?? EULOGIA MERLE ??
EULOGIA MERLE

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain