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En los últimos tiempos vengo leyendo atrevidas observaciones sobre el posible fin de la literatura a manos de un feminismo censor que supuestamente coarta la libertad creativa. Las he leído compartiendo el poso de alarma que respiran. Tanto antes como después del éxito de la convocatoria del 8 de marzo en toda España es normal que surjan voces que de algún modo deseen que baje un poco el soufflé, es decir, que se quiera rebajar la ilusión que tiene el feminismo por un mundo más justo e igualitario. Una ilusión que ha conseguido cristalizar al llenarse las calles de mujeres reivindicando una presencia pública que nunca tuvieron en el pasado. Digamos que esta es la idea-fuerza de su discurso y no parece que este ideal por el que viene luchando el feminismo tenga nada que pueda recordarnos los modos de la Inquisición a los que apelaba, por ejemplo, el novelista Mario Vargas Llosa en un artículo reciente: no hay capuchas, ni tribunales, ni hogueras, ni sambenitos, ni prohibiciones. No hay nada más que un nuevo modo de pensar las cosas.
Pero olvidémonos del alarmismo que respiran dichas observaciones formuladas aquí y allá, como preguntándose: ¿de qué puedo escribir yo si no puedo hacerlo libremente sobre mis propios fantasmas? Me gustaría centrar el sentido de estos reproches, y para ello me permito distinguir entre el feminismo como una hermenéutica más a disposición de la crítica literaria y la libertad de la creación artística. Son dos cosas muy distintas. Es cierto que, acostumbrados a un canon históricocrítico que no contempló a la mujer como verdadero sujeto moral, pueden sorprender las inmensas posibilidades que se abren a la crítica feminista al plantearse, por ejemplo, cuál es el tratamiento que recibe la mujer en la novela contemporánea, o la consideración que mereció tiempo atrás la figura de la escritora, o bien poder releer las obras del pasado a una nueva luz, no para prohibirlas (el feminismo nunca ha prohibido nada que yo sepa, a lo sumo ha pensado en voz alta), sino para comprender los contextos históricos y morales de las que surgieron.
Son planteamientos legítimos como lo ha sido estudiar el papel del héroe en la épica medieval. La literatura es un mundo en sí y suministra modelos de vida que satisfacen, inquietan, perturban