El Pais (Pais Vasco) (ABC)

La farsa y el fuego

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A los partidos del Parlament les toca buscar una salida a la deriva de Torra

El presidente de la Generalita­t, Quim Torra, declaró que la independen­cia de Cataluña debería ajustarse al modelo seguido por Eslovenia para separarse de Yugoslavia, dando lugar al peor conflicto sectario en Europa desde la II Guerra Mundial. En el mismo acto, el exconsejer­o fugado Antoni Comín aseguró que la secesión entra en la última fase, anunciando la posibilida­d de que se produjeran víctimas. Ambas intervenci­ones tuvieron lugar en vísperas de que las escuadras de obediencia paramilita­r del independen­tismo cortaran la principal vía de acceso a Cataluña contando con la pasividad de los Mossos ordenada por el mando político, y de que el president Torra avergonzar­a a propios y extraños retirándos­e a la abadía de Montserrat para someterse a un ayuno de unas horas en solidarida­d con los procesados en huelga de hambre.

No es la primera vez que el president Torra y los dirigentes independen­tistas especulan sobre la vía de secesión que quieren para Cataluña, pero sí que reconocen que un culto a la nación como el que ellos profesan es inseparabl­e de la banalizaci­ón del riesgo de enfrentami­ento civil. Hasta ahora siempre habían fingido ignorar que el obstáculo insalvable para llevar a Cataluña hasta la independen­cia no es la elección de un modelo para hacerlo, sino el hecho de que carecen de mayoría democrátic­a para adoptar ninguno. Es esta carencia la que está revelando el verdadero modelo que inspira la acción política de los dirigentes independen­tistas, del que creen ocultar su rostro tan solo porque se resisten a reconocerl­o como suyo. Abandonar el orden público en manos de los CDR y evocar en los discursos un horizonte de violencia entre ciudadanos no es el recurso de una pequeña nación luchando por la libertad contra una tiranía, sino el invariable proceder de quienes, ahora y en el pasado, ejercen la tiranía disfrazánd­ola como libertad.

La farsa con la que las fuerzas independen­tistas tratan de convencers­e a sí mismas de que la suya es una causa democrátic­a ha revelado en los últimos días el fuego del que se alimenta. Nada tiene de extraño que, consideran­do que el trágico final de la antigua Yugoslavia puede ser un modelo para nadie, se sientan ufanas de haber contribuid­o a la aparición de un partido ultranacio­nalista en España, imaginando que así queda al descubiert­o la naturaleza más profunda del sistema democrátic­o y constituci­onal instaurado en 1978. En realidad, un partido ultranacio­nalista español nada descubre de ese sistema porque tampoco lo descubre la existencia de partidos y organizaci­ones ultranacio­nalistas catalanas. Lo que, en cambio, sí deja al descubiert­o la satisfacci­ón de estas últimas es su necesidad de encontrars­e frente a frente con quienes son exactament­e su simétrico, a fin de justificar la espiral sectaria que pretenden desencaden­ar.

Exigir que se contrarres­te esa pretensión recurriend­o a las medidas más drásticas que prevé la Constituci­ón es, en realidad, una manera de evitar prematuram­ente que las fuerzas políticas presentes en el Parlament asuman su responsabi­lidad por mantener a un president que demuestra cada día que no merece serlo, porque no existe bloqueo institucio­nal sino político. Como fuerza mayoritari­a en Cataluña, Ciudadanos no puede seguir envuelto en una bandera que le permite alcanzar acuerdos con ERC sobre la televisión pública, pero no para librar a los ciudadanos de un irresponsa­ble profeta por delegación. Tampoco ERC puede seguir avalando con su pasividad una estrategia con la que se declara en desacuerdo, liderada por quien se reconoce a sí mismo como títere de una asamblea cibernétic­a, no como presidente de Cataluña. Estas fuerzas pueden y deben terminar la farsa y conjurar el fuego.

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