El Pais (Pais Vasco) (ABC)

La metamorfos­is de River

Francescol­i como director deportivo y Gallardo como entrenador revolucion­an un equipo que en siete años ha pasado de un dramático descenso a una Libertador­es histórica

- JUAN I. IRIGOYEN,

“Se terminó el partido. River campeón de la Copa Libertador­es de América en una final histórica. Histórica porque fue entre los dos grandes del fútbol argentino. Histórica por todo lo que ha pasado hasta llegar a España. Histórica porque River se consagra ante Boca en Europa”. Así describió el final de la gran final una de las radios más importante­s de Argentina, el duelo más importante en los 117 años de vida de River Plate. Lejos del Río de la Plata, más de 20.000 aficionado­s del club de la banda borraron, al fin, la mancha más oscura de su prodigioso DNI: el fatídico descenso al Nacional B. Siete años después de tocar el infierno, River se adueñó del cielo con el 3-1 del Bernabéu.

“Señoras y señores, River jugará la temporada que viene en el Nacional B”, anunció la televisión pública en junio de 2011. Un millonario empobrecid­o acababa de caer ante Belgrano de Córdoba y sellaba el descenso del club más ganador de Argentina. Un hecho histórico, celebrado en la Boca, indiferent­e para nadie en Argentina. En el banquillo de River mandaba Juan José López, y en los despachos Daniel Alberto Passarella, dos leyendas en Núñez. “Este club lo manejo con el 6 en la espalda y la cinta de capitán en el brazo”, se jactaba el campeón del mundo con Argentina en 1978, después de ganar una controvert­ida elección por cuatro votos de diferencia en diciembre de 2009. Dos años más tarde, un River sin fútbol ni dinero caía en desgracia. Y sucedió lo nunca visto en Buenos: uno de los dos gigantes de Argentina jugaría en la B.

Su mejor activo, Erik Lamela, era traspasado a la Roma por 17 millones de dólares. “El club necesitaba vender, nunca me plantearon otra alternativ­a”, recuerda el hoy mediapunta del Tottenham, que a los 13 años había rechazado una oferta del Barcelona con el objetivo de triunfar en

Marcelo Gallardo crea un compromiso. No con el esfuerzo sino con la pelota. Se manifestó en las semifinale­s de Libertador­es contra Gremio, cuando el partido hizo crisis y River se bloqueó. Gallardo salió del banquillo y se dirigió a Quintero golpeándos­e el pecho como diciéndole: “¡El equipo es tuyo! ¡Pide la pelota!”. La confianza expresada por Quintero en el partido del Bernabéu no fue espontánea. Se fabricó durante meses.

Cuando las cosas no salen él no se queda estático. Busca, interviene. No te castiga. Te espera. Comprende que hay un punto de azar. Confía más que otros en cuestiones que aparecen aleatoriam­ente. Porque, ¿qué es la verticalid­ad? ¿Qué es la velocidad? los tres últimos años; las tres, curiosamen­te, frente al eterno rival: River. La primera se la produjo el 13 de septiembre de 2015, durante un clásico en el Monumental. Aquel día, Gago duró solo 25 segundos sobre el césped. El curso siguiente recayó durante un pulso en La Bombonera y el periodo de baja se extendió siete meses tras pasar por el quirófano. Ahora, con 32 años, su futuro es una incógnita. ¿Qué es la contundenc­ia? Decir que un equipo no tiene gol y tiene juego, como si los jugadores pudiesen hacer goles por arte de magia, carece de sentido. Gallardo proporcion­ó un contexto favorable para hacer goles. Su idea central es dominar a partir de la posesión de la pelota. El gran inspirador de esta corriente de nuevos técnicos argentinos ha sido Guardiola. Ponen el énfasis en los fundamento­s del juego y en el empleo de la táctica no para neutraliza­r al rival sino para estimular la creativida­d.

Juanfer Quintero, Nacho Fernández, Exequiel Palacios y Pity Martínez se desarrolla­ron alentados por el principio de que la base del fútbol son los mediocampi­stas. Son ellos quienes empujan a River hacia Núñez. “River estaba en una situación financiera muy grave. Sabíamos que podíamos equilibrar el proyecto económico, lo íbamos a arreglar, pero en lo deportivo nos teníamos que arreglar con lo que podíamos”, explica Rodolfo D’Onofrio, que llegó a la presidenci­a de River en 2013. Su primera decisión fue entregarle la dirección deportiva a Enzo Francescol­i.

De entrada, el mito uruguayo confió en Ramón Díaz, el técnico el gol y permiten dominar y jugar en campo rival, posicionar­te, crear superiorid­ades y que los laterales avancen. El problema de los equipos argentinos es que tienen un límite de posibilida­des porque no hay grandes talentos. Falta jerarquía. Somos un fútbol exportador y las ideas se sustentan en los futbolista­s. No se puede jugar maravillos­amente bien sin muy buenos jugadores. Gallardo saca brillo a las posibilida­des más creativas. Se propone defender lejos, con laterales que abran bien la cancha, empleándol­os por fuera o por dentro, y con centrales adiestrado­s para conducir y pasar. Pínola sintetiza lo que pretende de los centrales como parte del andamiaje con la pelota. No desgasta a los volantes superganad­or de los 90. Funcionó. El Pelado dejó una nueva Liga en las vitrinas (la número 36) y se marchó. Francescol­i, entonces, miró en su agenda de amigos. La apuesta era Marcelo Gallardo. Un preparador con una mirada más transversa­l, no solo con los ojos para el Monumental. A nadie le extraña en la Ciudad Deportiva ver al Muñeco en los partidos de las inferiores. Una Ciudad Deportiva que él rediseñó.

Desde que llegó al banquillo, Gallardo hizo debutar a 26 jugadores, el último Julián Álvarez, con pasado en la cantera del Madrid, que se estrenó en la Libertador­es ante Boca en la final. Todo parecía volver a la normalidad. Las históricam­ente prolíficas divisiones inferiores de River volvían a abastecer al primer equipo.

Especialis­ta en finales

Faltaba, sin embargo, la verdadera reivindica­ción. Durante su etapa como jugador, Gallardo veía cómo River agrandaba su leyenda en Argentina, al mismo tiempo que le costaba imponerse en América. Todo lo contrario le pasaba a Boca, ganador de 18 títulos internacio­nales, entre los que incluye seis Libertador­es. Cuentan los que le conocen que el Muñeco admiraba la capacidad de Carlos Bianchi para convencer a los jugadores de Boca en los partidos decisivos. “Sabe perfectame­nte cómo llegarle al jugador. Es cercano, pero también sabe mantener las distancias. Y no se casa con nadie: juega el que mejor está”, explica Francescol­i. Gallardo ha disputado 12 finales, y ganó nueve. Hábil en los duelos de eliminator­ias, al Muñeco todavía le falta coronarse en la Superliga.

Y parece dispuesto a conseguirl­a. Ángel Labruna ganó 22 títulos con el club de la banda (16 como jugador, seis como entrenador), Gallardo suma 17 (ocho y nueve). “Vamos por más”, le dijo el Muñeco a Francescol­i en el césped del Santiago Bernabéu. No podrá contar con su chico franquicia, Pity Martínez, que anunció su marcha al Atlanta de la MLS. No le importa, el millonario ya ha vuelto a ser millonario. En siete años, River selló su meteórica metamorfos­is. No se entendería sin Gallardo, mucho menos sin la histórica victoria en la final que puso fin al estigma del descenso.

demasiado hacia atrás sino que utiliza a los centrales para hacer el 2-1 o el 3-2 en la mitad de la cancha, para mover la pelota de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Así los interiores pueden recibir en zonas donde tienen más peso ofensivo.

Pity se define como wing o delantero. No es un jugador de pausa que levante la cabeza y dé un pase filtrado. No tiene lectura del juego, sentido de los tiempos o manejo. No tiene sentido de la organizaci­ón, no dice: “Tocá, véní, dámela que cambio de frente”. Es impulsivo. Atrevido. Gambetea y tira; o gambetea, desborda y centra.

La ductilidad que muestra Pratto es típica de la obra de Gallardo. No es un goleador específico, grandote, de los que solamente la empujan. Va por afuera, rebota, devuelve. Es muy útil porque se complement­a con los volantes. Apoya bien a pesar de su físico. Fue absolutame­nte determinan­te en la final, peleando en solitario en el área o incluso como extremo derecho con funciones más defensivas.

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/ SERGIO PÉREZ (REUTERS) Gallardo, con el trofeo de la Copa Libertador­es.

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